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domingo, 12 de octubre de 2025

Para meditar en un rato de ocio: El pecado es una invención humana y no ley natural

 


Para meditar en un rato de ocio: El pecado es una invención humana y no ley natural

Por Bruno Perera.

Vivimos en un mundo donde nadie es santo. Todos, sin excepción, somos pecadores. Pero no porque seamos malvados, sino porque la vida misma nos obliga a serlo. En este planeta, si no “pecas”, no sobrevives. Si no mientes alguna vez, si no defiendes lo tuyo con uñas y dientes, si no te rebelas contra lo impuesto, la propia existencia te devora. Entonces, ¿es el pecado un mal… o simplemente una necesidad vital?

El pecado como invención social. El concepto de pecado nació con la civilización. Cuando los humanos empezaron a vivir en comunidad, fue necesario establecer normas que regulasen la convivencia: lo permitido y lo prohibido.
A esas transgresiones las llamaron “pecados”. Las religiones se encargaron de darles peso moral y espiritual, convirtiéndolos en faltas ante el Cosmo-Poder.

Pero la definición de pecado ha cambiado a lo largo del tiempo. Lo que en la Edad Media era herejía o inmoralidad hoy puede verse como libertad. Y lo que antes era virtud, hoy puede ser fanatismo.
Por tanto, el pecado no es una verdad universal, sino una creación cultural que depende de cada época y sociedad.

Los animales no pecan. Si observamos el mundo natural, veremos que los animales hacen lo mismo que nosotros: matan, mienten (engañan para cazar o sobrevivir), roban comida, se reproducen sin normas…
Y sin embargo, no hay pecado en ellos. No sienten culpa. Lo hacen por instinto, porque así lo dicta su naturaleza.

Eso demuestra que el “pecado” no existe en el universo físico; existe sólo en la mente humana.
En la naturaleza no hay bien ni mal, sólo equilibrio, necesidad y supervivencia.
O como podría decirse: los animales no pecan, obedecen al Cosmo_Poder, esa fuerza que mantiene la armonía entre la vida y la muerte, entre lo que nace y lo que desaparece.

Sin pecado no hay vida. El ser humano, consciente de su existencia, vive atrapado entre dos fuerzas: su moral y su instinto.
El instinto le impulsa a vivir, a desear, a luchar; la moral le impone culpa, arrepentimiento y castigo.
Pero sin transgredir, sin arriesgar, sin desobedecer lo establecido, no hay evolución.

Cada avance de la humanidad ha nacido de un “pecado”: de la desobediencia, del desafío, del pensamiento libre.
Por eso, quien nunca peca, nunca vive plenamente.

Conclusión. El pecado no es un mandamiento del universo. Es una palabra inventada por el hombre para domesticar su propia naturaleza.
Los animales pecan por instinto y no se sienten culpables. Nosotros lo hacemos con conciencia y nos castigamos por ello.
Quizás por eso somos humanos: porque vivimos debatiéndonos entre la necesidad de pecar y el deseo de ser puros.
Pero al final, la vida no premia a los santos, sino a los valientes.

“El pecado no mata al hombre ni a la mujer; los hace consciente de su existencia.”

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Fuentes y referencias filosóficas

Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal (1886): defendía que la moral cristiana inventó el pecado para someter la voluntad natural del ser humano.

Jean-Paul Sartre, El ser y la nada (1943): sostuvo que el hombre está condenado a ser libre, y que toda acción, buena o mala, nace de su responsabilidad ante la existencia.

Albert Camus, El mito de Sísifo (1942): afirmó que no hay pecado en desafiar lo absurdo de la vida; el pecado sería rendirse.

Baruch Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico (1677): negó la existencia del mal absoluto, sosteniendo que todo lo que ocurre es parte necesaria del orden natural.

Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930): explicó que el sentimiento de culpa —base del pecado— es un producto de la represión social que exige la vida civilizada.

Charles Darwin, El origen del hombre (1871): mostró que los comportamientos considerados “morales” o “pecaminosos” tienen raíces biológicas y evolutivas.

Carl Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo (1954): planteó que la sombra —nuestra parte oscura— no es un mal a destruir, sino una energía necesaria para la plenitud del alma.

 

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