La política corrupta española: un ciclo que se repite
desde hace siglos
Por Bruno Perera.
La política
española parece atrapada en un bucle del que no sabe —o no quiere— salir. Da
igual el siglo, el régimen o el color del partido que gobierne: el patrón se
repite con una precisión casi matemática. Unos llegan al poder prometiendo
regeneración, honradez y cambio; gobiernan, roban, engañan y mienten; y
finalmente son expulsados en las urnas por otros que prometen un cambio honrado…
para acabar haciendo algo muy parecido a los otros.
No es una
percepción reciente ni fruto del desencanto moderno. Es una constante
histórica. Desde la España de los válidos y las camarillas, pasando por el
turnismo del siglo XIX, hasta la democracia actual, el ciudadano asiste como
espectador a una representación ya conocida. Cambian los actores, se renuevan
los eslóganes, pero el guion permanece intacto.
Cada ciclo
electoral se presenta como una oportunidad de ruptura, cuando en realidad suele
ser solo una sustitución. Se va un partido desgastado por la corrupción y entra
otro que, con el tiempo, acaba cayendo en prácticas similares: redes
clientelares, uso partidista de las instituciones, puertas giratorias, promesas
incumplidas y una distancia cada vez mayor entre el discurso y la realidad.
¿Qué se puede hacer para que esto no suceda?
La respuesta
honesta es incómoda: muy poco, al menos a corto plazo. El sistema está diseñado
para sobrevivir a sus propias crisis. La corrupción rara vez destruye
estructuras; simplemente las oxida. Y cuando el óxido es demasiado visible, se
pinta por encima con un cambio de siglas.
Algunos
plantean no votar como forma de protesta. Otros optan por votar a partidos
nuevos, con la esperanza —o la fe— de que sean diferentes. Pero esa apuesta se
parece demasiado a jugar a la lotería: se deposita una ilusión en algo que no
tiene garantías reales de salir mejor. Muchos partidos que nacieron como
“alternativa” acabaron integrados en la misma lógica que decían combatir.
El problema no
es solo quién gobierna, sino cómo funciona el poder en España: listas
cerradas, escasa rendición de cuentas, justicia politizada, medios dependientes
y una ciudadanía cansada que ha normalizado lo que debería ser intolerable.
Mientras el coste real de mentir o robar sea bajo, el incentivo para no hacerlo
será mínimo.
El gran engaño: hacer creer que el cambio ya llegó
Quizás el
mayor triunfo del sistema sea convencer al ciudadano de que cada cambio de
gobierno es un cambio de rumbo. No lo es. En demasiadas ocasiones es solo una
rotación de élites, una alternancia que permite que todo siga igual con la
apariencia de movimiento.
La democracia
no fracasa de golpe; se desgasta lentamente. Y cuando el ciudadano interioriza
que “todos son iguales”, no porque lo sean exactamente, sino porque el
resultado final se parece demasiado, el desencanto se convierte en norma.
España no
necesita solo nuevos partidos o nuevos líderes. Necesita nuevas reglas, nuevas
exigencias y una ciudadanía menos resignada. Mientras eso no ocurra, seguiremos
atrapados en el mismo ciclo: promesas, decepción, castigo electoral… y vuelta a
empezar.
Apéndice: contexto y datos para entender el problema
Persistencia
histórica: La
alternancia sin reformas estructurales profundas ha sido una constante en la
política española desde el siglo XIX.
Corrupción
sistémica: Los
principales partidos han acumulado, en distintas etapas, numerosos casos
judiciales relacionados con financiación ilegal, malversación o tráfico de
influencias.
Débil
rendición de cuentas: Las listas
cerradas y bloqueadas reducen el control directo del votante sobre los
representantes.
Desconfianza
ciudadana: Los
barómetros del CIS llevan años reflejando que la corrupción y la clase política
figuran entre las principales preocupaciones de los españoles.
Efecto
“partido nuevo”: La
experiencia reciente muestra que muchos partidos emergentes acaban adaptándose
a las dinámicas que criticaban al entrar en el sistema.

No hay comentarios:
Publicar un comentario