Los motivos por los que se nos hace poco caso a quienes exigimos frenar la invasión inmigratoria hacia Canarias
Por Bruno Perera.
Cada semana, el Atlántico devuelve cuerpos sin nombre a las costas de África y Canarias. Son los restos de hombres, mujeres y niños que creyeron en la mentira del paraíso europeo que las mafias le vendieron. Murieron en silencio, tragados por un mar que ya no es azul, sino un cementerio líquido rojo donde semiflotan los sueños rotos de África.
Y mientras tanto, en los despachos de Bélgica, España, Marruecos, Mauritania, Senegal, Malí, Gambia y otras tantas naciones, se reparten el negocio del dolor. Los gobiernos europeos, españoles y canarios se llenan la boca hablando de derechos humanos, pero han convertido la tragedia migratoria en un espectáculo permanente.
Las leyes internacionales les sirven de excusa: dicen que no pueden frenar las pateras, zodiacs y cayucos porque “tienen que rescatar vidas”. Pero en realidad no quieren frenar nada. Cada embarcación que llega alimenta una industria multimillonaria disfrazada de solidaridad.
Hoteles convertidos en centros de acogida, contratos públicos para alimentación, albergue y seguridad, oenegés subvencionadas hasta el exceso, y miles de funcionarios gestionando el flujo humano como si fuera una mercancía más del sistema. Detrás de cada inmigrante hay una cadena de intereses que empieza en África y termina en Europa.
El drama se ha vuelto rentable. Y lo rentable nunca se detiene.
Los políticos europeos no quieren hablar claro. Temen que si endurecen el discurso los llamen racistas. Y temen más aún perder votos o subvenciones comunitarias. Por eso prefieren mirar hacia otro lado mientras el mar se traga vidas.
Canarias es el muro, el vertedero humano de Europa. Se envían mensajes ambiguos: “Acogemos con humanidad”, pero sin medios reales; “Refugiados”, aunque la mayoría no huya de guerras, sino de miseria y engaños. Esa doble moral es la gasolina que alimenta el tráfico de personas.
Si Europa quisiera parar las pateras, zodiacs y cayucos, ya lo habría hecho. Con tecnología, inteligencia satelital y acuerdos reales, las rutas podrían cerrarse en semanas. Pero no interesa. El flujo migratorio sirve como válvula de escape para África, como fuente de mano de obra barata para Europa y como negocio para muchos en medio.
Y así, cada cadáver en el Atlántico se convierte en un dato estadístico más en los informes de Bruselas. El archipiélago se desangra entre el abandono y la manipulación. Los canarios ven cómo sus puertos y costas se transforman en centros de recepción y sus barrios en refugios improvisados.
Y quienes alzan la voz son silenciados con la etiqueta de “xenófobos”. Pero la verdadera xenofobia es permitir que miles de africanos mueran engañados, vendidos por mafias y utilizados por políticos, oenegés y empresarios sin alma.
Fuentes
1. Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, 2024): más de 52.000 llegadas irregulares a Canarias entre 2023 y 2024, con un incremento del 75 % respecto al año anterior.
2. ONU (ACNUR y OIM, 2023): se estima que más de 3.000 personas mueren cada año intentando llegar a Canarias desde África occidental.
3. Comisión Europea – Programa de cooperación con Marruecos y Mauritania (2024): Bruselas destinó más de 550 millones de euros a ambos países para el “control migratorio”.
4. Tribunal de Cuentas de España (2022): detectó irregularidades en la gestión de fondos para la acogida de inmigrantes por parte de entidades concertadas.
5. Informes de Amnistía Internacional y Frontex (2023): reconocen que las redes mafiosas operan con complicidad local y política en África y Europa.
6. Ministerio del Interior de España (2025): el 82 % de los inmigrantes llegados a Canarias no obtiene asilo y permanece en situación irregular.
Nota: Los africanos no pueden seguir poniendo como excusa la colonización europea para justificar la emigración masiva hacia Europa. Aquellos estragos ocurrieron hace más de un siglo. Hoy, África no sufre tanto por culpa del pasado como por la corrupción de muchos de sus propios gobiernos.
Los recursos naturales del continente —oro, diamantes, petróleo, uranio, gas, coltán y tierras fértiles— siguen siendo vendidos al mejor postor, no en beneficio del pueblo, sino para engordar las cuentas personales de las élites políticas y militares. Y ahora, los principales compradores no son las antiguas potencias coloniales, sino China y Rusia, que han encontrado en África un mercado de materias primas y de influencia geoestratégica.
Mientras las riquezas salen en barcos y oleoductos, millones de africanos viven sin agua potable, sin escuelas ni hospitales, y con gobiernos que se mantienen en el poder mediante la miseria y la propaganda. Esa es la verdadera esclavitud del siglo XXI: la que ejercen los propios dirigentes sobre sus pueblos.
Europa no puede ni debe cargar eternamente con las culpas del pasado, ni con las consecuencias del presente africano. La independencia no solo otorga soberanía, también implica responsabilidad. Y muchos países africanos han tenido más de medio siglo para construir democracias estables y economías dignas.

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