Canarias es el muro que ataja la basura inmigratoria ilegal que Europa no quiere
Por Bruno
Perera.
Canarias lleva
más de 30 años convertida, sin pretenderlo, en el muro de contención de la basura inmigratoria que Europa no quiere. Lo que antes era una ruta peligrosa y excepcional
desde África, hoy es una autopista abierta hacia las islas. Miles de personas
llegan cada mes en pateras ilegalmente o
vuelos regulares con visados que caducan al poco tiempo. La gestión de este
fenómeno se ha transformado en un laberinto burocrático, político y
humanitario, donde los canarios observan cómo la situación se desborda sin
que nadie dé respuestas claras.
El Estado
español mantiene en Canarias una red de acogida que incluye centros de primera
llegada, albergues temporales y recursos de emergencia. En 2024 había
registradas más de 6.000 plazas ocupadas solo en el archipiélago. Pero
el número de llegadas superó con creces esa capacidad: más de 46.000
personas desembarcaron ese año en las costas canarias.
Las oenegés y
organismos internacionales advierten de lo mismo: el sistema se centra en la
“primera atención” (identificación, comida, techo provisional), pero no existe
un plan sólido para lo que viene después. Cuando los migrantes salen de los
centros, muchos no tienen empleo, vivienda ni recursos, y acaban
sobreviviendo en la economía informal o en condiciones de precariedad extrema.
En otras palabras: se les abandona a su suerte.
El drama no se
limita a los hombres jóvenes que suelen protagonizar las imágenes de las
llegadas. Entre los migrantes hay mujeres embarazadas, madres con niños
pequeños y personas enfermas. Estas son consideradas “vulnerables” y se les
da derecho a alojamiento, asistencia médica, ropa y alimentación durante 18
a 24 meses, según el programa de acogida. Pero, ¿qué pasa cuando ese tiempo
se acaba?
La respuesta es inquietante: no hay seguimiento real. Muchas mujeres
quedan fuera del sistema sin medios ni redes familiares. Los niños acaban
dependiendo de la caridad de oenegés o de los saturados servicios sociales
locales.
Nadie discute
que ayudar a quien huye del hambre o la guerra sea un deber moral. Pero lo que
ocurre en Canarias no es ayuda planificada: es una gestión desbordada que
amenaza el equilibrio social. Las islas soportan una presión que ni la
península ni la Unión Europea asumen en igual medida.
Los beneficios
directos para la población local son prácticamente nulos. No se crean
empleos estables, ni se refuerzan los servicios públicos, ni se compensa el
coste económico y social que soportan los municipios. Los ayuntamientos ven
aumentar los gastos en asistencia, limpieza, seguridad y vivienda, sin recibir
recursos proporcionales.
Por el contrario,
las consecuencias negativas son palpables: barrios saturados, viviendas
alquiladas sin control, aumento del paro juvenil local, y una sensación
creciente de inseguridad y abandono. A todo esto se suma la percepción —cada
vez más extendida— de que las autoridades miran hacia otro lado mientras
la población canaria soporta el peso de un problema europeo.
La única forma
de evitar el colapso es aplicar una política migratoria ordenada, firme y
transparente.
Canarias no puede recibir ilimitadamente a todos los que llegan por mar o por
aire sin documentación válida. Es necesario reforzar el control fronterizo,
mejorar la cooperación con los países de origen y garantizar que la inmigración
se produzca solo por vías legales, cuando el mercado laboral y la sociedad
puedan asumirla dignamente.
Esto no
significa cerrar puertas, sino abrirlas con criterio. España y Europa
deben facilitar la entrada de quienes realmente pueden integrarse, trabajar y
contribuir, pero también repatriar con garantías y respeto a la ley a
quienes no cumplen los requisitos para permanecer.
De lo
contrario, las islas acabarán colapsando: no habrá espacio, recursos ni
servicios suficientes para tantos recién llegados, y los primeros en sufrir las
consecuencias serán los propios canarios.
Si la
tendencia continúa, el sistema de acogida colapsará por completo y el malestar
social crecerá en las calles. No por racismo ni por odio, sino por pura
desesperación de un pueblo que ve cómo se destruye su equilibrio demográfico,
laboral y cultural sin compensación ni gestión eficaz.
Canarias no
puede seguir siendo el patio trasero de Europa ni el vertedero humanitario de
las políticas inmigratorias. O se afronta este asunto con seriedad —repartiendo
responsabilidades, garantizando control fronterizo y creando planes de
integración reales— o la convivencia acabará estallando en las calles.
El pueblo
canario ha demostrado siempre solidaridad, pero la solidaridad no puede ser
eterna si la justicia y la planificación están ausentes.
…………………
Fuentes contrastadas
Llegadas 2024: 46.800 personas por vía marítima (Ministerio del Interior, España, 2025).
Plazas de
acogida disponibles: 6.363 ocupadas en Canarias (ABC, nov. 2023).
Duración del
programa de acogida: 18 meses, ampliable a 24 para personas
vulnerables (ACNUR / Help.UNHCR.org, 2024).
Programas de
reubicación: limitados a menores no acompañados; los adultos
quedan bajo recursos temporales (Euronews, julio 2025).
Oenegés
principales: Cruz Roja, CEAR, Accem, Cáritas (informes
2024–2025).
Problemas
señalados: falta de seguimiento tras la salida de centros,
riesgo de exclusión y precariedad (AIDA / Asylum Information Database, 2024).
Nota: Lo que llega a Canarias no es una inmigración planificada ni útil: es el residuo humano que otros países no quieren gestionar. No hablamos de personas con proyectos de vida claros, sino de individuos abandonados por sus propios Estados, sin formación, sin recursos, sin posibilidad real de integración. Y cuando un sistema recibe sin criterio, lo que llega no es esperanza: es carga, es ruina, es desecho institucional.”
Aviso: Este artículo fue enviado a la señora Ursula Von der Leyen presidenta de la Comisión Europea.

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