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jueves, 23 de octubre de 2025

La historia que se cuenta sobre los guanches está llena de mitos y exageraciones

 


La historia que se cuenta sobre los guanches está llena de mitos y exageraciones

Por Bruno Perera

Se ha tejido una maraña de mitos en torno a los guanches, esos antiguos habitantes de las Islas Canarias, hasta el punto de que su historia parece más una leyenda romántica que una verdad documentada. Pero si separamos la emoción del dato, lo que queda es una historia mucho más sencilla —y también más humana— que la que repiten los manuales y las crónicas coloniales.

No se sabe con certeza desde qué punto exacto de la antigua Mauritania Tingitana, en el norte de África, llegaron los primeros pobladores del archipiélago. Las teorías más aceptadas los identifican con los beréberes o amazigh, pueblos que ya dominaban amplias zonas del antiguo Magreb. Es probable que los fenicios, expertos navegantes que hacia el siglo VI a.C. circunnavegaron África por orden del faraón Necao II, sirvieran de intermediarios o transportistas en aquella migración. Algunas hipótesis sitúan el punto de partida en la zona de Cabo Bojador, en la actual costa marroquí, y sugieren que los canarios de entonces fueron llevados en naves fenicias hacia lo que más tarde se llamaría las Islas Afortunadas.

Otros investigadores, basándose en restos arqueológicos y en dataciones por carbono 14, creen que el poblamiento de las islas pudo haber comenzado incluso hacia el año 1000 a.C. Si eso fuera cierto, los barcos que cruzaron el Atlántico cercano podrían haber sido de origen cartaginés o romano, más que fenicio, lo que desplaza el mito a otro tiempo y a otro contexto político del Mediterráneo y del Atlántico  antiguo.

Sea cual fuere el punto de partida, lo cierto es que los guanches —como luego los llamaron los conquistadores castellanos— no fueron un pueblo de reyes ni de reinas, sino más bien una sociedad de clanes pastoriles, organizados en pequeños territorios insulares donde el agua era el bien más preciado. Cada clan tenía su mencey o jefe, figura que algunos cronistas confundieron con la realeza por puro afán de equiparar su jerarquía con los títulos europeos. En realidad, aquellos jefes eran líderes locales, con autoridad limitada y, muchas veces, enfrentados entre sí por la posesión de tierras, fuentes o ganado.

En las islas más fértiles, como Tenerife, Gran Canaria, La Palma, La Gomera y El Hierro, los guanches pudieron desarrollar una vida algo más estable, sustentada en el pastoreo, la recolección y una rudimentaria agricultura. Pero en las áridas Lanzarote y Fuerteventura, donde el agua siempre fue escasa, la supervivencia era una lucha diaria. Allí, los pastores eran más pobres, vivían en cuevas o chozas de piedra seca, y dependían del mar tanto como de sus animales. El pescado, los moluscos y las pieles de cabra eran el sustento básico de unas comunidades que vivían, sin duda, en un nivel tecnológico cercano a la Edad de Piedra.

De modo que esa visión romántica de los “reyes y reinas guanches” con corte, trono y protocolo no es más que una interpretación europea posterior, nacida en los relatos de Lancelot Malocello (1312), Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle (1402), y reforzada por las crónicas de la conquista castellana entre 1410 y 1497. Los conquistadores no entendían las estructuras sociales de los pueblos que encontraron, y tradujeron sus costumbres a un lenguaje que ellos pudieran comprender: el de la nobleza y la monarquía.

La realidad, sin embargo, era otra. Los guanches eran pueblos humildes, resistentes y profundamente ligados a la naturaleza. No levantaron palacios ni templos, pero sí dejaron huellas en las piedras, en los barrancos y en el alma del paisaje canario. Su grandeza no radica en los títulos que se les inventaron, sino en haber sobrevivido durante siglos en un territorio aislado, con recursos mínimos lejos de su continente madre.

Y digo todo esto con orgullo, sabiendo que llevo sangre guanche, porque no me gusta que se adorne la historia con fantasías. La verdad, aunque más sencilla, es también más digna: los guanches fueron hombres y mujeres de tierra y viento, no de trono y corona.
Su memoria no necesita exageraciones, solo respeto.

Referencias históricas:

Heródoto menciona ya en el siglo V a.C. la existencia de islas más allá del estrecho de Gibraltar.

Las crónicas de Plinio el Viejo (Naturalis Historia, siglo I d.C.) describen unas “Islas Afortunadas” pobladas.

Estudios genéticos modernos confirman el origen bereber de la población guanche, con variaciones locales.

Las principales fuentes sobre la conquista europea proceden de Le Canarien (1402), de los cronistas de Béthencourt y La Salle.

Fuentes arqueológicas y antropológicas:

Instituto Canario de Bioantropología (Tenerife).

Museo Canario (Las Palmas de Gran Canaria).

Proyecto “Ancient DNA of the Guanches”, Universidad de La Laguna (2019).

Nota: Un buen libro para conocer algo de la historia guanche de Canarias es: CANARIAS LAS CRÓNICAS PERDIDAS. Por Aureliano A. Montero Gonzáles. De venta en librerías y en Internet.

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