La historia que se cuenta sobre los guanches está llena de mitos y
exageraciones
Por Bruno
Perera
Se ha tejido
una maraña de mitos en torno a los guanches, esos antiguos habitantes de las
Islas Canarias, hasta el punto de que su historia parece más una leyenda
romántica que una verdad documentada. Pero si separamos la emoción del dato, lo
que queda es una historia mucho más sencilla —y también más humana— que la que
repiten los manuales y las crónicas coloniales.
No se sabe con
certeza desde qué punto exacto de la antigua Mauritania Tingitana, en el
norte de África, llegaron los primeros pobladores del archipiélago. Las teorías
más aceptadas los identifican con los beréberes o amazigh, pueblos que
ya dominaban amplias zonas del antiguo Magreb. Es probable que los fenicios,
expertos navegantes que hacia el siglo VI a.C. circunnavegaron África por orden
del faraón Necao II, sirvieran de intermediarios o transportistas en aquella
migración. Algunas hipótesis sitúan el punto de partida en la zona de Cabo
Bojador, en la actual costa marroquí, y sugieren que los canarios de
entonces fueron llevados en naves fenicias hacia lo que más tarde se llamaría las
Islas Afortunadas.
Otros
investigadores, basándose en restos arqueológicos y en dataciones por carbono
14, creen que el poblamiento de las islas pudo haber comenzado incluso hacia
el año 1000 a.C. Si eso fuera cierto, los barcos que cruzaron el Atlántico
cercano podrían haber sido de origen cartaginés o romano, más que
fenicio, lo que desplaza el mito a otro tiempo y a otro contexto político del
Mediterráneo y del Atlántico antiguo.
Sea cual fuere
el punto de partida, lo cierto es que los guanches —como luego los llamaron los
conquistadores castellanos— no fueron un pueblo de reyes ni de reinas,
sino más bien una sociedad de clanes pastoriles, organizados en pequeños
territorios insulares donde el agua era el bien más preciado. Cada clan tenía
su mencey o jefe, figura que algunos cronistas confundieron con la
realeza por puro afán de equiparar su jerarquía con los títulos europeos. En
realidad, aquellos jefes eran líderes locales, con autoridad limitada y,
muchas veces, enfrentados entre sí por la posesión de tierras, fuentes o
ganado.
En las islas
más fértiles, como Tenerife, Gran Canaria, La Palma, La Gomera y El Hierro, los
guanches pudieron desarrollar una vida algo más estable, sustentada en el
pastoreo, la recolección y una rudimentaria agricultura. Pero en las áridas Lanzarote
y Fuerteventura, donde el agua siempre fue escasa, la supervivencia era una
lucha diaria. Allí, los pastores eran más pobres, vivían en cuevas o chozas de
piedra seca, y dependían del mar tanto como de sus animales. El pescado, los
moluscos y las pieles de cabra eran el sustento básico de unas comunidades que
vivían, sin duda, en un nivel tecnológico cercano a la Edad de Piedra.
De modo que
esa visión romántica de los “reyes y reinas guanches” con corte, trono y
protocolo no es más que una interpretación europea posterior, nacida en
los relatos de Lancelot Malocello (1312), Jean de Béthencourt y Gadifer
de la Salle (1402), y reforzada por las crónicas de la conquista
castellana entre 1410 y 1497. Los conquistadores no entendían las
estructuras sociales de los pueblos que encontraron, y tradujeron sus
costumbres a un lenguaje que ellos pudieran comprender: el de la nobleza y la
monarquía.
La realidad,
sin embargo, era otra. Los guanches eran pueblos humildes, resistentes y
profundamente ligados a la naturaleza. No levantaron palacios ni templos,
pero sí dejaron huellas en las piedras, en los barrancos y en el alma del
paisaje canario. Su grandeza no radica en los títulos que se les inventaron,
sino en haber sobrevivido durante siglos en un territorio aislado, con
recursos mínimos lejos de su continente madre.
Y digo todo
esto con orgullo, sabiendo que llevo sangre guanche, porque no me gusta
que se adorne la historia con fantasías. La verdad, aunque más sencilla, es
también más digna: los guanches fueron hombres y mujeres de tierra y viento,
no de trono y corona.
Su memoria no necesita exageraciones, solo respeto.
Referencias
históricas:
Heródoto
menciona ya en el siglo V a.C. la existencia de islas más allá del estrecho de
Gibraltar.
Las crónicas
de Plinio el Viejo (Naturalis Historia, siglo I d.C.) describen unas
“Islas Afortunadas” pobladas.
Estudios
genéticos modernos confirman el origen bereber de la población guanche,
con variaciones locales.
Las
principales fuentes sobre la conquista europea proceden de Le Canarien
(1402), de los cronistas de Béthencourt y La Salle.
Fuentes
arqueológicas y antropológicas:
Instituto
Canario de Bioantropología (Tenerife).
Museo Canario
(Las Palmas de Gran Canaria).
Proyecto
“Ancient DNA of the Guanches”, Universidad de La Laguna (2019).
Nota: Un buen libro para conocer algo de la historia guanche de Canarias es: CANARIAS LAS CRÓNICAS PERDIDAS. Por Aureliano A. Montero Gonzáles. De venta en librerías y en Internet.

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