¿Necesitamos un reinado en España?
Por Bruno
Perera.
No soy
promonarquía ni antimonarquía. Soy un ciudadano que, como muchos otros, desea
vivir en un país donde el gobierno sea elegido democráticamente por sufragio
universal y gestionado con honradez. No obstante,
la pregunta que debemos hacernos con valentía es: ¿qué pinta hoy la monarquía
en una democracia moderna como la española?
La monarquía
es, por definición, un privilegio hereditario. Nadie vota al rey, nadie lo elige
ni lo puede destituir por las urnas. Se nos impone por sangre, como si España
fuera una finca privada en la que el trono se traspasa de padres a hijos. Esto,
en pleno siglo XXI, es una anomalía política difícil de justificar. Y no solo en
España, también en otras naciones.
Quienes la
defienden argumentan que el rey es un garante frente a un posible golpe de
Estado, como si su presencia fuera imprescindible para mantener la democracia
en pie. Pero ese argumento se derrumba fácilmente: en la Unión Europea, un
golpe de Estado en cualquiera de sus Estados miembros es casi imposible. Los
mecanismos de presión internacional lo impedirían de inmediato. Pensar que solo
un monarca puede salvarnos del autoritarismo es una falacia destinada a
perpetuar una institución anacrónica.
Si analizamos
la trayectoria reciente, la corona no se sostiene precisamente por su ejemplo
de transparencia. El rey emérito Juan Carlos I pasó de ser un símbolo de la
Transición a convertirse en un lastre moral para el país. Los escándalos sobre
sus cuentas opacas, sus donaciones millonarias recibidas de Arabia Saudí y su
huida vergonzosa han manchado no solo su nombre, sino también la credibilidad
de toda la institución. Lo mínimo que debería hacer es devolver ese dinero y
pedir perdón al pueblo español, pero en lugar de eso, se aferra a su riqueza
mientras sigue gozando de privilegios que ningún ciudadano común tendría.
El actual rey
Felipe VI intenta proyectar una imagen de rectitud, pero carga con un legado
manchado y con un problema de origen: él no ha sido elegido. Su poder emana de
un apellido, no del voto popular. Y mientras tanto, los españoles seguimos
costeando con nuestros impuestos una institución millonaria que vive al margen
de la rendición de cuentas.
La gran
pregunta no es si una república garantiza más honestidad que una monarquía
—sabemos que los políticos electos también pueden caer en la corrupción—, sino
si queremos seguir aceptando una institución basada en la desigualdad de
nacimiento. En una democracia real, todos los cargos deben ser sometidos al
juicio de las urnas y al control ciudadano.
España no
necesita un rey para ser estable. Lo que necesita es justicia independiente,
transparencia política y gobernantes que respondan ante la ley como cualquier
ciudadano. La monarquía, más que un escudo frente a los problemas, se ha
convertido en un símbolo incómodo de los privilegios heredados y de la falta de
igualdad.
La pregunta ya
no es “¿necesitamos un reinado en España?”, sino: ¿hasta cuándo vamos a tolerar
una institución que vive del pasado, cuesta millones al presente y compromete
el futuro de una democracia que debería basarse en la voluntad del pueblo y no
en la herencia de una corona?
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