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jueves, 4 de septiembre de 2025

¿Necesitamos un reinado en España?

 


¿Necesitamos un reinado en España?

Por Bruno Perera.

No soy promonarquía ni antimonarquía. Soy un ciudadano que, como muchos otros, desea vivir en un país donde el gobierno sea elegido democráticamente por sufragio universal y gestionado con honradez. No  obstante, la pregunta que debemos hacernos con valentía es: ¿qué pinta hoy la monarquía en una democracia moderna como la española?

La monarquía es, por definición, un privilegio hereditario. Nadie vota al rey, nadie lo elige ni lo puede destituir por las urnas. Se nos impone por sangre, como si España fuera una finca privada en la que el trono se traspasa de padres a hijos. Esto, en pleno siglo XXI, es una anomalía política difícil de justificar. Y no solo en España, también en otras naciones.

Quienes la defienden argumentan que el rey es un garante frente a un posible golpe de Estado, como si su presencia fuera imprescindible para mantener la democracia en pie. Pero ese argumento se derrumba fácilmente: en la Unión Europea, un golpe de Estado en cualquiera de sus Estados miembros es casi imposible. Los mecanismos de presión internacional lo impedirían de inmediato. Pensar que solo un monarca puede salvarnos del autoritarismo es una falacia destinada a perpetuar una institución anacrónica.

Si analizamos la trayectoria reciente, la corona no se sostiene precisamente por su ejemplo de transparencia. El rey emérito Juan Carlos I pasó de ser un símbolo de la Transición a convertirse en un lastre moral para el país. Los escándalos sobre sus cuentas opacas, sus donaciones millonarias recibidas de Arabia Saudí y su huida vergonzosa han manchado no solo su nombre, sino también la credibilidad de toda la institución. Lo mínimo que debería hacer es devolver ese dinero y pedir perdón al pueblo español, pero en lugar de eso, se aferra a su riqueza mientras sigue gozando de privilegios que ningún ciudadano común tendría.

El actual rey Felipe VI intenta proyectar una imagen de rectitud, pero carga con un legado manchado y con un problema de origen: él no ha sido elegido. Su poder emana de un apellido, no del voto popular. Y mientras tanto, los españoles seguimos costeando con nuestros impuestos una institución millonaria que vive al margen de la rendición de cuentas.

La gran pregunta no es si una república garantiza más honestidad que una monarquía —sabemos que los políticos electos también pueden caer en la corrupción—, sino si queremos seguir aceptando una institución basada en la desigualdad de nacimiento. En una democracia real, todos los cargos deben ser sometidos al juicio de las urnas y al control ciudadano.

España no necesita un rey para ser estable. Lo que necesita es justicia independiente, transparencia política y gobernantes que respondan ante la ley como cualquier ciudadano. La monarquía, más que un escudo frente a los problemas, se ha convertido en un símbolo incómodo de los privilegios heredados y de la falta de igualdad.

La pregunta ya no es “¿necesitamos un reinado en España?”, sino: ¿hasta cuándo vamos a tolerar una institución que vive del pasado, cuesta millones al presente y compromete el futuro de una democracia que debería basarse en la voluntad del pueblo y no en la herencia de una corona?

 

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