La expansión del globo terráqueo pudo haber sido la causa de la disgregación de Pangea
Por Bruno Perera.
Desde
hace millones de años, nuestro planeta ha sido escenario de transformaciones
colosales. Una de las más fascinantes es la existencia de Pangea, el
supercontinente que, hace unos 200 millones de años, reunía toda la masa
terrestre en una sola unidad. Esta imagen de la Tierra como un cuerpo compacto
y unido ha capturado la imaginación de científicos, filósofos y soñadores por
igual.
Pero
¿y si la separación de Pangea no fue solo un fenómeno geológico, sino parte de
un proceso más profundo y cósmico?
La
idea de que el globo terráqueo ha ido inflándose
con el tiempo es una hipótesis audaz. Aunque la ciencia convencional no
sostiene que la Tierra esté aumentando de tamaño de forma significativa, sí
reconoce que el movimiento de las placas tectónicas ha generado una expansión
del fondo oceánico, especialmente a lo largo de la Dorsal Mesoatlántica.
Esta
dorsal, que se extiende desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, actúa como una
grieta activa desde la cual Pangea comenzó a disgregarse. Mientras los
continentes han seguido separándose —unos hacia el este y otros hacia el oeste—
el magma asciende por la Dorsal Mesoatlántica como si intentara cerrar la
fisura que ha venido produciendo la separación continental. Este proceso
continúa a un ritmo aproximado de 2 centímetros por año, separando lentamente
las placas y creando nueva corteza terrestre.
Desde
esta perspectiva, la fractura de Pangea puede verse como el resultado de una
fuerza interna que empuja y transforma.
A
medida que las placas tectónicas se estiran y se desplazan, se forman fosas oceánicas de
hasta 11.000 metros de profundidad, como la Fosa de las Marianas. Estas zonas
de subducción son testimonio del dinamismo interno de la Tierra. Al mismo
tiempo, las fisuras en el manto terrestre y en el lecho marino permiten el
surgimiento de islas
volcánicas, que aparecen como brotes de vida entre los
continentes.
Desde
esta visión, las islas no son meros accidentes geológicos, sino manifestaciones
de un proceso creativo que da forma al planeta de manera continua.
Más
allá de la geología, surge una idea poderosa: el Cosmo-Poder, una
fuerza creadora que rige y ordena toda la materia del universo. Esta energía,
según mi visión, no solo impulsa la expansión de la Tierra, sino que también
guía la fragmentación de Pangea para que los continentes se acomoden en
posiciones que favorezcan el equilibrio planetario.
Así,
el Cosmo-Poder no solo transforma, sino que compensa, ajustando la distribución de
las masas terrestres para que la Tierra gire sin tambaleos y realice su
traslación de forma armoniosa en la elíptica solar.
Esta
interpretación sugiere que la evolución geológica de la Tierra no es caótica,
sino parte de un diseño cósmico que busca el equilibrio. La fragmentación de
Pangea, el surgimiento de islas, las profundidades oceánicas… todo responde a
un proceso de ajuste que permite a la Tierra funcionar como un mecanismo
perfecto.
Aunque
la ciencia explica estos fenómenos mediante leyes físicas, esta visión añade
una dimensión espiritual y filosófica: la idea de que hay intención y armonía
detrás de cada transformación cosmológica.
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