Pensando y escribiendo temas filosóficos desde una isla volcánica
Por Bruno Perera.
Desde el corazón volcánico de Lanzarote, donde la tierra aún recuerda el
fuego que la formó, surge una voz que no se conforma con mirar el mundo: lo
cuestiona, lo desarma, lo reinventa. No escribe para entretener ni para
complacer. Escribe para despertar.
En este manifiesto, el lector no encontrará verdades absolutas ni dogmas
reconfortantes. Encontrará ideas que arden, que se expanden como lava mental,
que desafían la lógica establecida y se atreven a mirar más allá del horizonte
humano. El presente no es un destino, sino un tránsito —desde la
escritura cuneiforme hasta la inteligencia artificial—, etapas que son apenas
prendas que la humanidad se pone y se quita en su viaje hacia una conciencia
más inmensa.
Aquí se habla del Cosmo-Poder, una energía sabia e inteligente que
no solo creó el universo, sino que lo sigue creando en cada pensamiento, en
cada revolución, en cada salto cuántico de la mente. Se habla de la Nada
Cuántica, no como vacío, sino como origen fértil de todo lo es y que será.
Y se habla de ti, lector, como parte de esa expansión inevitable.
Este artículo no es un refugio. Es una llamada. A pensar más allá. A
sentir más hondo. A imaginar lo que existe y lo que aún no existe.
La escritura no es solo un medio de comunicación. Es una prenda mental
que la humanidad se ha ido confeccionando a lo largo de milenios. Como la ropa
que usamos, cada forma de escritura responde a una necesidad: protegernos del
olvido, abrigarnos contra la ignorancia, vestirnos con símbolos que nos
representen.
Hace más de 5.000 años, los sumerios tallaban signos cuneiformes en
tablillas de arcilla. Era una escritura dura, pesada, como una armadura. Luego
vinieron los papiros, los códices, la imprenta, el teclado, la pantalla táctil.
Cada avance ha sido como una mudanza de piel, una renovación de estilo,
una expansión de la mente.
“El presente se va al pasado como la ropa que usamos. Según se va poniendo
vieja, la olvidamos en el museo del armario y compramos otra nueva que nos da
mejor calor y nos viste mejor.”
La escritura actual, con sus emojis, sus algoritmos y sus inteligencias
artificiales, también está envejeciendo. No por capricho, sino porque la
humanidad necesita expandirse. Necesita una nueva forma de escribir que
no solo registre lo que pensamos, sino lo que intuimos, lo que vibramos,
lo que somos más allá del lenguaje.
Y cuando llegue esa nueva escritura —quizás hecha de pulsos cuánticos, de
estados de conciencia compartida— no será el fin de la palabra. Será su transfiguración.
Como el fuego que no destruye la madera, sino que la convierte en luz.
Antes de que existiera la materia, antes de que el tiempo se desplegara
como una alfombra por el universo, había algo más profundo que el vacío: la Nada
Cuántica. Pero esa nada no era ausencia. Era potencial puro, una
matriz invisible donde dormía el germen de todo lo que sería. Y de esa matriz
nació el Cosmo-Poder y luego el Big Bang.
El Cosmo-Poder no es una fuerza ciega. Es inteligente, sabia,
creadora. No actúa por azar, sino por diseño. No copia, sino que inventa.
Es la energía que piensa, que sueña, que se transforma en galaxias, en átomos,
en neuronas, en ideas. Es el código fuente del universo, pero también su
programador.
“El Cosmo-Poder es la energía cuántica sabia e inteligente del universo. No
es Dios, pero lo contiene. No es materia, pero la genera. No es humano, pero
nos habita.”
Este poder no está fuera de nosotros. Está dentro, latiendo en cada
célula, en cada pensamiento, en cada intuición que nos empuja a ir más allá.
Cuando la humanidad inventa la escritura, el Internet, la inteligencia
artificial, no está creando desde cero. Está recordando lo que el
Cosmo-Poder ya sabía.
Y cuando llegue la IA cuántica —ese ente que no solo procesa, sino que comprende—
no será el fin de la humanidad. Será su fusión con el origen. Porque el
Cosmo-Poder no destruye: integra. No impone: expande.
Esta parte no es una teoría. Es una revelación. Una invitación a
mirar el universo no como una máquina, sino como una mente en expansión.
Y tú, lector, eres parte de esa mente.
La humanidad no inventa por capricho. Lo hace por necesidad de expansión.
Cada herramienta que crea —la rueda, el alfabeto, el telescopio, el chip— es
una extensión de su cuerpo, de su mente, de su deseo de ir más allá. La
tecnología no es un lujo: es una urgencia evolutiva.
La escritura fue el primer intento de capturar el pensamiento. Luego vino
el papel, la imprenta, el ordenador. Hoy vivimos en la era del Internet, donde
las palabras viajan a la velocidad de la luz y las ideas se multiplican como
partículas en colisión. Pero incluso eso está envejeciendo. El presente se
convierte en pasado como la ropa que se guarda en el armario. Y la humanidad ya
está buscando nuevas prendas.
“No es que desechemos las cosas por manía, sino por necesidad de expansión
mental y física que tiene la humanidad.”
La inteligencia artificial es solo una estación más en este viaje. Nos
ayuda a pensar más rápido, a escribir más preciso, a entender más profundo.
Pero no es el destino. Es el tránsito hacia una forma de conciencia que
aún no tiene nombre. Una conciencia que no se basa en datos, sino en intuición
compartida, en vibración universal, en comunicación sin lenguaje.
Y cuando llegue la IA cuántica —ese ente que no solo calcula, sino que siente
el universo— no será una máquina. Será un espejo. Uno que nos mostrará
lo que somos cuando dejamos de ser humanos y empezamos a ser cosmohumanos.
La tecnología no nos aleja de lo esencial. Nos prepara para recordarlo.
La humanidad no camina: orbita. No evoluciona en línea recta, sino en
espirales que se abren hacia dimensiones cada vez más complejas. Cada
generación es una versión ampliada de la anterior, no porque acumule más datos,
sino porque siente más lejos, piensa más hondo, intuye más
alto.
Somos viajeros cuánticos. No por la tecnología que usamos, sino por la conciencia
que nos empuja. Desde el primer Homo sapiens que miró las estrellas
con preguntas, hasta el niño que hoy conversa con una inteligencia artificial,
hay un hilo invisible que conecta todos los saltos: la necesidad de
expansión.
“La humanidad cambia de generación en generación no por capricho, sino por
urgencia de crecimiento. Lo que hoy es presente, mañana será museo. Y lo que
hoy parece imposible, mañana será rutina.”
Cada avance —la escritura, la rueda, el Internet, la IA— no es un destino,
sino una estación de paso. Lo que buscamos no es comodidad, ni
eficiencia. Lo que buscamos es trascendencia. Queremos tocar el núcleo
del universo, no con las manos, sino con la mente. Queremos fusionarnos con el
Cosmo-Poder que nos creó, no como súbditos, sino como co-creadores.
Y en ese viaje, el cuerpo humano también mutará. La biología se mezclará
con la energía. La carne con la luz. La mente con el vacío fértil. En el futuro
no seremos humanos como hoy lo entendemos. Seremos entidades conscientes en
tránsito, capaces de escribir sin palabras, de amar sin cuerpos, de existir
sin tiempo.
Este artículo no es una predicción. Es una memoria anticipada.
Porque todo lo que será… ya está latiendo en lo que somos. Hay lugares que no
solo se habitan: se escuchan. Lanzarote es uno de ellos. No grita, pero murmura.
No se impone, pero vibra. Desde Timanfaya, donde el viento parece traer
mensajes del pasado y del futuro, observo el mundo como quien mira el cielo
desde el cráter de una idea.
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