El drama inmigratorio es un dilema entre el humanitarismo y el efecto llamada
Por Bruno
Perera
La inmigración
irregular se ha convertido en uno de los mayores desafíos de Europa y, muy
especialmente, de España y Canarias, que en los últimos años soportan una
presión sin precedentes. Cada día, decenas de embarcaciones precarias —pateras,
cayucos o zodiacs— parten desde las costas africanas rumbo al sur europeo. Tras
ellas se esconde un fenómeno complejo en el que confluyen la desesperación de
miles de personas y, al mismo tiempo, la actuación de mafias que se enriquecen
con el tráfico humano.
En este
escenario han surgido numerosas organizaciones no gubernamentales que aseguran
actuar por motivos humanitarios, rescatando en altamar a los migrantes que
viajan en condiciones extremas. Entre ellas, nombres como Open Arms o Caminando
Fronteras se han convertido en habituales en los medios. Sus defensores
destacan que su labor ha salvado decenas de miles de vidas. Sin embargo, muchos
señalamos que estas actuaciones, lejos de resolver el problema, acaban
generando un “efecto llamada” que fortalece a las mafias y anima a miles de
personas a arriesgar la vida en el mar.
El rescate como garantía para las mafias. Las redes de tráfico de personas en África operan con un modelo de negocio cruel pero efectivo: cobran sumas desorbitadas a quienes buscan llegar a Europa y los embarcan en condiciones infrahumanas. Lo hacen sabiendo que, si todo falla, existen barcos de oenegés en alta mar que acudirán al rescate. En la práctica, estas organizaciones se convierten en la última pieza del engranaje que las mafias utilizan para garantizar a los migrantes que no serán abandonados a su suerte.
Es cierto que
nadie puede permanecer impasible ante la imagen de una patera a la deriva. Pero
la pregunta incómoda es inevitable: ¿salvar hoy a 100 personas puede significar
que mañana otras 500 se arriesguen a la travesía creyendo que siempre habrá
alguien esperándoles?
Costes sociales y económicos. España y la Unión Europea destinan cada año miles de millones de euros a gestionar la inmigración irregular. Según datos oficiales, el gasto ronda los 2.500 millones de euros anuales, entre operaciones de rescate, acogida, manutención y subvenciones a países de origen o tránsito como Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia o Malí. Países, por cierto, que en muchos casos son regímenes autoritarios o sistemas profundamente corruptos.
En Canarias,
la situación es especialmente delicada. Se calcula que unos 6.000 menores
extranjeros no acompañados (MENAs) permanecen tutelados por las instituciones
públicas. Cada uno supone un coste diario de 150 euros, lo que representa una
carga difícil de sostener en una comunidad con graves problemas de paro,
vivienda y pobreza. Mientras tanto, muchos ciudadanos canarios y españoles
sienten que sus necesidades básicas quedan relegadas a un segundo plano.
Una Europa desbordada. El debate no es nuevo: ¿puede Europa acoger indefinidamente a todos los que buscan un futuro mejor? La respuesta parece obvia. Toda África no cabe en Europa y, mucho menos, en territorios frágiles como Canarias, que ya sufren limitaciones de espacio, servicios y recursos. La inmigración masiva no controlada termina saturando hospitales, escuelas, albergues y programas sociales. La solidaridad sin límites se convierte en un espejismo que, en la práctica, recae sobre los hombros de los ciudadanos más humildes.
El dilema moral y político. Las oenegés se presentan como guardianas de la vida, y es indiscutible que salvar vidas es un deber moral. Pero el verdadero dilema es si, con su actuación, están evitando muertes o, por el contrario, contribuyendo a multiplicarlas a largo plazo. Las casi 6.000 muertes registradas en rutas marítimas hacia Canarias y el sur de Europa en los últimos 30 años demuestran que el fenómeno no cesa, pese a los rescates.
Los Estados,
por su parte, parecen atrapados entre la presión humanitaria y la necesidad de
controlar sus fronteras. Bruselas responde con fondos, acuerdos con países
africanos y operaciones navales, pero la realidad es que la inmigración ilegal
sigue aumentando.
Justicia para los nacionales. La sensación de abandono entre la ciudadanía es creciente. Mientras los recursos se destinan a la acogida y al sostenimiento de inmigrantes, los nacionales sufren precariedad laboral, problemas de vivienda y una insuficiencia crónica de las ayudas sociales. Muchos consideran que ha llegado el momento de priorizar a los de casa: hacer justicia con los nacionales antes de que el sistema social se desmorone bajo el peso de una inmigración que no cesa.
Canarias, tierra guanche: una identidad en riesgo. La historia nos recuerda que los pueblos que no defienden lo suyo terminan siendo borrados. Los guanches fueron sometidos hace más de 500 años, y hoy los canarios descendientes seguimos enfrentando nuevas formas de colonización, esta vez disfrazadas de solidaridad y de derechos universales.
Los europeos
conquistaron América con palabras bonitas, promesas de amistad y religión. Al
final, les arrebataron las tierras a los aborígenes y los redujeron a la
miseria. No queremos que la historia se repita en Canarias. Esta tierra tiene
una identidad propia, forjada con sacrificio, y no aceptamos que se nos relegue
ni que se nos imponga la idea de que “Canarias es África y pertenece a los
africanos”. Canarias es canaria y guanche, con raíces en África, sí, pero con
un pueblo y una cultura que han resistido siglos de dominación.
Defender
nuestra tierra y nuestra gente no es xenofobia, es dignidad histórica.
Queremos ayudar a quien lo necesite, pero no a costa de perder lo nuestro.
Conclusión
El drama
migratorio exige valentía política. No basta con rescatar en altamar ni con
repartir fondos millonarios a regímenes dudosos en África. Europa debe proteger
sus fronteras, combatir frontalmente a las mafias y garantizar que la
solidaridad no se convierta en una trampa mortal para quienes sueñan con llegar
a sus costas.
Salvar vidas
es un imperativo moral, pero también lo es proteger a los ciudadanos europeos
y, en especial, a los canarios, que ya cargan sobre sus hombros un peso
desproporcionado. Si no se actúa, seguiremos atrapados en un círculo vicioso
donde las mafias hacen negocio, las oenegés se convierten en cómplices
voluntarios y los Estados cargan con un problema que no cesa.
Posdata
El presidente
del Gobierno de Canarias, al recibir reiteradamente al Open Arms, ha
contribuido a que esta ONG gane protagonismo y capacidad de influencia. Sus
actuaciones en favor de la inmigración irregular son vistas por muchos como un
incentivo que agrava el problema en las islas. La política de “repartición” de
menores no acompañados, lejos de disuadir, puede estar generando el efecto
contrario: aligerar los albergues para que las mafias envíen más menores.
Es hora de
replantear el papel de las oenegés en este ámbito: aquellas que se benefician
económicamente de la inmigración irregular deberían ser apartadas de Canarias y
del resto de Europa.
Nota: Este artículo ha sido remitido a la presidenta de la Comisión Europea,
señora Ursula von der Leyen.
Final. Vean este vídeo y escuchen lo que dicen lo negreros del Open Arms y el presidente Clavijo sobre la inmigración ilegal. Esto ya es el colmo, no paran de hacer llamamientos colosales. Pronto tendremos a toda África en Canarias. Estos negreros viven de las subvenciones estatales, si tuviesen que pagar los gastos del barco y salarios de sus bolsillos dejarían de ser tan falsos progres y tan falsos humanistas.
https://www.youtube.com/watch?v=5GEWjvCBufk
Apostilla: ¿Y quién pagará por el combustible, agua, alimentos y todo lo demás que consuma el Open Arms durante los dos meses que piensan quedarse en aguas marítimas de las islas? Seguro que lo pagará el Gobierno canario igual como lo hizo el Cabildo de Lanzarote en el 2014 cuando vino a Lanzarote el barco de Greenpeace, todo fue subvencionado por el Cabildo conejero para manipular a la sociedad y pelear contra Repsol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario