El drama de Israel y Palestina es una historia de conflicto y dolor
Por Bruno Perera.
La historia de Israel y Palestina no es nueva. Según el Antiguo Testamento, Éxodos, se remonta a miles de años atrás, después de que las tribus hebreas, lideradas por Moisés, vagaron por el desierto durante 40 años. Moisés llegó y murió en el Monte Nebo, Bet Peor, sin haber logrado ver la tierra prometida por su Dios, Yahvé. Tras su muerte, los hebreos desde Bet Peor comenzaron a conquistar y asentarse en Canaán, territorio que estaba habitado por pueblos como los jebuseos, amorreos y filisteos a.C., 1150, que según algunas interpretaciones históricas fue tiempo cuando los hebreos comenzaron a invadir Canaán.
Con el tiempo, surgirían los reinos de Judá e Israel con Samuel, David y Salomón, que más tarde serían conquistados sucesivamente por egipcios, asirios, babilonios, griegos y romanos.
La diáspora judía, tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. por Roma, dispersó al pueblo hebreo por Oriente Medio, Europa y el norte de África. Durante siglos, los judíos vivieron como minorías perseguidas, sufriendo pogromos, expulsiones —como en España en 1492— y, finalmente, el Holocausto nazi en el siglo XX.
En 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU propuso dividir Palestina en dos Estados: uno judío y otro árabe. Los líderes judíos aceptaron el plan, pero los árabes lo rechazaron al considerarlo una injusticia.
En 1948 se proclamó el Estado de Israel, lo que desencadenó la primera guerra árabe-israelí. Desde entonces, el conflicto no ha cesado. Millones de palestinos fueron expulsados o huyeron de sus hogares, iniciando la tragedia conocida como la Nakba (catástrofe).
A lo largo de las décadas, Israel ha ampliado sus territorios mediante guerras (1956, 1967, 1973) y ocupaciones que contravienen el derecho internacional. La Franja de Gaza y Cisjordania se convirtieron en territorios palestinos bajo ocupación militar, donde las colonias israelíes han seguido creciendo pese a las resoluciones de Naciones Unidas.
Hoy, en pleno siglo XXI, el conflicto ha alcanzado una de sus fases más sangrientas. Israel justifica sus bombardeos masivos en Gaza bajo el argumento de combatir al terrorismo de Hamas, pero en la práctica está castigando a toda una población civil: hospitales destruidos, niños muertos, familias enteras borradas de los registros. Las cifras hablan de cientos de miles de víctimas inocentes, lo que muchos organismos internacionales y juristas ya califican de crímenes de guerra e incluso de genocidio.
Por su parte, los palestinos, divididos entre la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania y Hamas en Gaza, también han practicado formas de resistencia violenta, incluyendo atentados contra civiles israelíes. La espiral de violencia ha reforzado la narrativa de que ambos pueblos están atrapados en un círculo sin fin de odio y venganza.
Sin embargo, más allá de las versiones oficiales, la verdad es clara: el pueblo palestino exige lo mismo que el israelí reclamó durante siglos en la diáspora: el derecho a existir, el derecho a tener su propio Estado y a vivir en paz en su tierra.
La comunidad internacional, marcada por intereses geopolíticos y económicos, sigue respondiendo con tibieza. Estados Unidos respalda sin condiciones a Israel; Europa se muestra dividida; y las Naciones Unidas parecen incapaces de imponer una solución justa.
El drama de Israel y Palestina nos recuerda que la historia no es solo pasado: es presente vivo, doloroso y urgente. La paz solo será posible cuando ambas naciones reconozcan que ni la fuerza ni el exterminio traerán seguridad, sino el respeto mutuo y la justicia.
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