¿Puede el
universo explicarse con matemáticas o es un sueño imposible de descifrar?
Por Bruno
Perera.
Desde hace siglos, las matemáticas han sido
consideradas el lenguaje fundamental del universo. Galileo afirmaba que la
naturaleza está escrita en símbolos matemáticos, y la física moderna parece
confirmarlo: ecuaciones que describen el movimiento de las galaxias, la
estructura del espacio-tiempo y el comportamiento de las partículas
subatómicas. Para muchos científicos, las matemáticas no solo explican el
cosmos, sino que son el cosmos.
Sin embargo, existe otra posibilidad, menos
cómoda y más profunda: que las matemáticas no sean la respuesta definitiva,
sino apenas una sombra de algo más grande. Tal vez el universo, el TODO, no sea
una estructura perfectamente calculable, sino un sueño cuántico, una
realidad que se manifiesta sin una lógica matemática completa y que, por su
propia naturaleza, jamás podrá resolverse en números.
La física cuántica ya nos ha dado pistas
inquietantes. A nivel fundamental, la realidad no es determinista, sino
probabilística. Las partículas existen en estados superpuestos, los eventos no
ocurren hasta ser observados y el azar parece formar parte esencial del tejido
del universo. Esto sugiere que el cosmos no se comporta como una máquina
matemática perfecta, sino como una experiencia fluctuante, casi onírica, donde
las leyes se diluyen en posibilidades.
Desde esta perspectiva, el TODO no es una ecuación
por resolver, sino un sueño que se sueña a sí mismo. Las matemáticas
serían herramientas humanas, intentos de traducir lo inefable a símbolos
comprensibles, pero incapaces de capturar la totalidad de la experiencia
cósmica. Así como no podemos medir un sueño con una regla ni expresar una
emoción con una fórmula, quizás el universo en su esencia se encuentra más allá
de toda formalización.
Aquí surge la idea del Cosmo-Poder: una
fuerza o conciencia universal que sostiene la existencia, pero que no tiene la
intención —o la necesidad— de revelarse plenamente a la humanidad. No por
crueldad, sino porque el misterio es parte esencial del ser. Revelar el TODO
sería disolverlo. El enigma mantiene vivo al universo y al observador.
En este sentido, el conocimiento humano no
fracasa; simplemente alcanza su límite natural. Las matemáticas seguirán siendo
extraordinarias para describir fragmentos del cosmos, pero el núcleo último de
la realidad permanecerá velado. No porque falten ecuaciones, sino porque el
universo no es un problema matemático, sino una experiencia existencial.
Tal vez la verdad final no sea algo que se pueda
demostrar, sino algo que solo pueda intuirse. Y quizás, en ese silencio donde
las matemáticas ya no llegan, el universo continúe soñándose a sí mismo,
eternamente, sin resolución y sin necesidad de ser explicado.

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