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jueves, 25 de diciembre de 2025

Corrupción estructural en África: cuando un sistema entero moldea la conducta

 


Corrupción estructural en África: cuando un sistema entero moldea la conducta

Por Bruno Perera.

La corrupción en muchos países africanos no es un fenómeno aislado ni una desviación puntual del comportamiento institucional. Es un sistema completo, una estructura que atraviesa la vida cotidiana, la economía, la administración pública y las relaciones sociales. No se trata de casos excepcionales, sino de un modo de funcionamiento que condiciona la supervivencia de millones de personas.

Quien no ha vivido allí suele imaginar la corrupción como un acto individual: un funcionario que pide una mordida, un policía que exige dinero, un militar que retiene un documento. Pero la realidad es mucho más profunda. En muchos países africanos, la corrupción no es una anomalía, sino la única forma de que las cosas funcionen.

Un sistema que obliga a participar

Cuando un ciudadano necesita pagar para obtener un documento básico, para evitar una agresión policial o para mantener un empleo, no está eligiendo libremente. Está respondiendo a un entorno donde las reglas oficiales no existen o no sirven, y donde las reglas reales son las que imponen quienes tienen poder.

En ese contexto, la corrupción deja de ser una decisión moral y se convierte en un mecanismo de supervivencia. Y cuando un sistema entero funciona así, la población termina atrapada en él. La repetición normaliza la conducta, y lo que empezó como una obligación se convierte en costumbre. Así se forma un ciclo que pasa de padres a hijos, no como un valor, sino como una estrategia para sobrevivir en un entorno hostil.

Instituciones débiles, Estados ausentes

La raíz del problema no está en la moralidad individual, sino en la debilidad de las instituciones. En muchos países africanos:

  • la policía depende de sobornos para complementar salarios miserables
  • los militares operan como estructuras paralelas de poder
  • los funcionarios públicos trabajan en sistemas donde el sueldo oficial no basta
  • la justicia es inaccesible para la mayoría
  • los gobiernos no garantizan derechos básicos

Cuando el Estado no protege, la gente se protege como puede. Y cuando el Estado no funciona, la corrupción se convierte en la única vía para acceder a servicios que deberían ser derechos.

Consecuencias que llegan a Europa

Este sistema no se queda dentro de las fronteras africanas. Se exporta.
Cuando ciudadanos de países con corrupción estructural emigran, llevan consigo las estrategias de supervivencia que aprendieron en su entorno de origen. No porque sean “corruptos por naturaleza”, sino porque han vivido toda su vida en un sistema donde la corrupción es la norma.

Esto tiene efectos directos en España y, especialmente, en Canarias:

  • prácticas fraudulentas en procesos migratorios
  • abandono de menores para que el Estado español asuma su tutela
  • redes que se aprovechan de vacíos legales
  • falta de cooperación de los países de origen en repatriaciones

Todo esto genera una presión económica y social que España no puede asumir indefinidamente.

La responsabilidad de los Estados de origen

La solución no pasa por cargar sobre España la responsabilidad de sistemas fallidos ajenos. Cada país debe hacerse cargo de sus ciudadanos, de sus menores y de sus problemas estructurales. Y España debe exigir:

  • acuerdos de repatriación vinculantes
  • cooperación real en identificación de menores
  • condicionar la ayuda internacional al cumplimiento de obligaciones básicas

No es sostenible que Canarias y España asuman los costes de la corrupción estructural de otros Estados.

Conclusión

La corrupción en África no es un fenómeno individual, sino un sistema que moldea conductas, destruye instituciones y empuja a millones de personas a emigrar. Entender esto no implica justificarlo, sino reconocer su profundidad. Y reconocerlo es imprescindible para defender los intereses de España y para exigir que cada Estado asuma su responsabilidad.

Nota: Aunque aquí me centro en África, lo que describo podría aplicarse igualmente a muchos países de Centroamérica y Sudamérica, donde las dinámicas de corrupción son muy similares.

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