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lunes, 17 de noviembre de 2025

El Cosmo-Poder existe, pero no Dios, Theus, Yahú, Jehovás, Gott, God, Alá ni otros dioses inventados por el ser humano

 




El Cosmo-Poder existe, pero no Dios, Theus, Yahú, Jehovás, Gott, God, Alá ni otros dioses inventados por el ser humano

Por Bruno Perera.

Comienzo por afirmar algo que muchos desconocen o prefieren ignorar: el adjetivo Dios no proviene del sánscrito ni de ninguna lengua indoeuropea antigua en el sentido teológico que hoy se le atribuye. Su raíz histórica más reconocible se encuentra ligada al nombre del cabecilla de los doce dioses del Olimpo en la mitología griega: Zeus. Numerosas lenguas europeas adaptaron esa raíz (Zeus → Deus → Dios), y un ejemplo llamativo se conserva en Rumanía, cristianizada alrededor del año 100 d.C. Allí, a Jesucristo se le llama Dumnezeu, una forma derivada de Domine Zeu (“Señor Zeus”). Esto muestra hasta qué punto la figura suprema del cristianismo absorbió y remodeló nombres paganos ya existentes.

Conviene decir, para ser precisos, que algunos lingüistas discrepan en detalles de la evolución exacta del término, pero la conexión entre Zeus, Deus y Dios está ampliamente documentada en la tradición grecolatina y es aceptada en líneas generales por la filología clásica.

Incluso en los textos bíblicos encontramos rastros de esta estrategia de adaptación cultural. El apóstol Pablo, al predicar en el Areópago de Atenas, utilizó deliberadamente la palabra Theos y se apropió de la idea del “Dios desconocido” de los griegos para hacer creer que la deidad que él anunciaba era la misma que ellos ya intuían. Fue una maniobra retórica brillante: unificar mensajes religiosos ya establecidos para facilitar la conversión cultural.

La propia Biblia, en un intento de dotar de profundidad ontológica a su dios, introduce la idea de la creación ex nihilo (de la nada). Un ejemplo explícito es 2 Macabeos 7:28, donde la madre exhorta a su hijo:

“Te ruego, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, reconozcas que Dios los hizo de la nada, y que también el género humano llegó a existir de esa misma manera.”

Es una declaración poderosa, pero profundamente humana: una explicación religiosa para un fenómeno natural que todavía no se comprendía. Esa frase revela cómo las culturas antiguas intentaron responder a un misterio que hoy abordamos desde la física cuántica y la cosmología moderna, disciplinas que nos permiten observar procesos que aquellos pueblos solo podían interpretar mediante símbolos y metáforas.

Desde mi perspectiva, no comparto esa visión antropomórfica ni teológica del origen de todo lo que existe. No creo en Yahú, Jehová, Theus, Deus, Dios, Got, Gott, Alá ni en ninguno de los nombres con los que las civilizaciones han intentado representar a un ser supremo parecido a nosotros. Sí creo, en cambio, en una energía primigenia, creadora y transformadora, a la que llamo Cosmo-Poder.

El Cosmo-Poder no es un anciano con barba, ni un juez moral, ni un vigilante de nuestras acciones. No tiene personalidad humana ni pretende gobernar el bien y el mal. Es, según mi teoría y creencia, la energía que surgió desde la Nada Huérfana —que después se convirtió en Nada Cuántica— y que encendió el origen del universo mediante el Big Bang ayudado por la partícula de Higgs.

Para entenderlo mejor, la física moderna explica que el vacío cuántico no es “nada”, sino un mar de fluctuaciones energéticas capaces de producir partículas y antipartículas que aparecen y desaparecen. A escalas extremas, este fenómeno podría generar las condiciones iniciales de un universo. Aunque la ciencia aún investiga ese origen, este marco teórico armoniza con la idea de un Cosmo-Poder como fuerza natural, no sobrenatural, que inicia y sostiene la existencia.

Desde ese instante inicial, el Cosmo-Poder continúa expandiendo, modelando y renovando el universo. Nada está acabado, nada es definitivo. Todo —galaxias, estrellas, montañas, animales, seres humanos y leyes de la física— permanece en constante transformación. El universo no es una obra finalizada, sino un proceso en plena evolución.

Y aquí llego a uno de los puntos más importantes: no existe el libre albedrío absoluto. No lo tiene la materia inerte ni los organismos vivos. Todo, absolutamente todo, está condicionado por las decisiones, mecanismos y dinámicas profundas de ese Cosmo-Poder que rige la realidad desde niveles que aún no comprendemos. Creemos decidir, pero la mayoría de nuestras elecciones están limitadas por biología, cultura, física, necesidad, instinto y circunstancias que no controlamos.

La humanidad lleva milenios intentando explicar el origen de la existencia mediante mitos, dioses y religiones. La cita de 2 Macabeos 7:28 es una muestra perfecta: una cultura antigua intentando expresar con palabras humanas un proceso cósmico inmensamente complejo. Pero lo que llamamos “dioses” no son más que nombres culturales, relatos y simbolismos creados para responder preguntas que entonces parecían imposibles de resolver.

El Cosmo-Poder, en cambio, no es un ser ni una figura: es el motor natural y profundo que impulsa el TODO, sin pedir veneración, sin exigir templos y sin prometer salvaciones a través de religiones.

El universo no necesita un dios antropomórfico.
Necesita, simplemente, ser entendido.

Fuentes y referencias

Etymología y lenguaje
• Oxford English Dictionary – entradas para Deus, Zeus, Theos, Dios.
• Dicționarul explicativ al limbii române (DEX) – definición de Dumnezeu.
• Georges Dumézil – Mitos y dioses indoeuropeos.
• Pierre Chantraine – Dictionnaire étymologique de la langue grecque.

Contexto histórico y religioso
• Nuevo Testamento, Hechos 17:22–31 (discurso de Pablo en el Areópago).
• Biblia, 2 Macabeos 7:28 (creación “de la nada”).
• Walter Burkert – Religión griega.
• Elaine Pagels – The Gnostic Gospels.

Cosmología y física moderna
• Stephen Hawking – The Grand Design.
• Lawrence Krauss – A Universe from Nothing.
• Max Tegmark – Our Mathematical Universe.
• Publicaciones de la NASA y ESA sobre el origen del universo (WMAP, Planck).

 

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