El Cosmo-Poder existe, pero no Dios, Theus, Yahú,
Jehovás, Gott, God, Alá ni otros dioses inventados por el ser humano
Por Bruno
Perera.
Comienzo por
afirmar algo que muchos desconocen o prefieren ignorar: el adjetivo Dios
no proviene del sánscrito ni de ninguna lengua indoeuropea antigua en el
sentido teológico que hoy se le atribuye. Su raíz histórica más reconocible se
encuentra ligada al nombre del cabecilla de los doce dioses del Olimpo en la
mitología griega: Zeus. Numerosas lenguas europeas adaptaron esa raíz
(Zeus → Deus → Dios), y un ejemplo llamativo se conserva en Rumanía,
cristianizada alrededor del año 100 d.C. Allí, a Jesucristo se le llama Dumnezeu,
una forma derivada de Domine Zeu (“Señor Zeus”). Esto muestra hasta qué
punto la figura suprema del cristianismo absorbió y remodeló nombres paganos ya
existentes.
Conviene
decir, para ser precisos, que algunos lingüistas discrepan en detalles de la
evolución exacta del término, pero la conexión entre Zeus, Deus y
Dios está ampliamente documentada en la tradición grecolatina y
es aceptada en líneas generales por la filología clásica.
Incluso en los
textos bíblicos encontramos rastros de esta estrategia de adaptación cultural.
El apóstol Pablo, al predicar en el Areópago de Atenas, utilizó deliberadamente
la palabra Theos y se apropió de la idea del “Dios desconocido” de los
griegos para hacer creer que la deidad que él anunciaba era la misma que ellos
ya intuían. Fue una maniobra retórica brillante: unificar mensajes religiosos
ya establecidos para facilitar la conversión cultural.
La propia
Biblia, en un intento de dotar de profundidad ontológica a su dios, introduce
la idea de la creación ex nihilo (de la nada). Un ejemplo explícito es 2
Macabeos 7:28, donde la madre exhorta a su hijo:
“Te ruego,
hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos,
reconozcas que Dios los hizo de la nada, y que también el género humano llegó a
existir de esa misma manera.”
Es una
declaración poderosa, pero profundamente humana: una explicación religiosa para
un fenómeno natural que todavía no se comprendía. Esa frase revela cómo las
culturas antiguas intentaron responder a un misterio que hoy abordamos desde la
física cuántica y la cosmología moderna, disciplinas que nos permiten observar
procesos que aquellos pueblos solo podían interpretar mediante símbolos y
metáforas.
Desde mi
perspectiva, no comparto esa visión antropomórfica ni teológica del origen de
todo lo que existe. No creo en Yahú, Jehová, Theus, Deus, Dios, Got, Gott, Alá
ni en ninguno de los nombres con los que las civilizaciones han intentado
representar a un ser supremo parecido a nosotros. Sí creo, en cambio, en una
energía primigenia, creadora y transformadora, a la que llamo Cosmo-Poder.
El Cosmo-Poder
no es un anciano con barba, ni un juez moral, ni un vigilante de nuestras
acciones. No tiene personalidad humana ni pretende gobernar el bien y el mal.
Es, según mi teoría y creencia, la energía que surgió desde la Nada Huérfana
—que después se convirtió en Nada Cuántica— y que encendió el origen del universo
mediante el Big Bang ayudado por la partícula de Higgs.
Para
entenderlo mejor, la física moderna explica que el vacío cuántico no es “nada”,
sino un mar de fluctuaciones energéticas capaces de producir partículas y
antipartículas que aparecen y desaparecen. A escalas extremas, este fenómeno
podría generar las condiciones iniciales de un universo. Aunque la ciencia aún
investiga ese origen, este marco teórico armoniza con la idea de un Cosmo-Poder
como fuerza natural, no sobrenatural, que inicia y sostiene la existencia.
Desde ese
instante inicial, el Cosmo-Poder continúa expandiendo, modelando y renovando el
universo. Nada está acabado, nada es definitivo. Todo —galaxias, estrellas,
montañas, animales, seres humanos y leyes de la física— permanece en constante
transformación. El universo no es una obra finalizada, sino un proceso en plena
evolución.
Y aquí llego a
uno de los puntos más importantes: no existe el libre albedrío absoluto.
No lo tiene la materia inerte ni los organismos vivos. Todo, absolutamente
todo, está condicionado por las decisiones, mecanismos y dinámicas profundas de
ese Cosmo-Poder que rige la realidad desde niveles que aún no comprendemos.
Creemos decidir, pero la mayoría de nuestras elecciones están limitadas por
biología, cultura, física, necesidad, instinto y circunstancias que no
controlamos.
La humanidad
lleva milenios intentando explicar el origen de la existencia mediante mitos,
dioses y religiones. La cita de 2 Macabeos 7:28 es una muestra perfecta: una
cultura antigua intentando expresar con palabras humanas un proceso cósmico
inmensamente complejo. Pero lo que llamamos “dioses” no son más que nombres
culturales, relatos y simbolismos creados para responder preguntas que
entonces parecían imposibles de resolver.
El Cosmo-Poder,
en cambio, no es un ser ni una figura: es el motor natural y profundo que
impulsa el TODO, sin pedir veneración, sin exigir templos y sin prometer
salvaciones a través de religiones.
Fuentes y referencias

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