Los números son como la Nada Cuántica y el universo: jamás comenzaron y
nunca terminan
Por Bruno
Perera.
Desde tiempos
inmemoriales, los seres humanos han intentado descifrar dos misterios: los
números y el universo. Ambos comparten una cualidad inasible: la infinitud.
¿Dónde empieza el universo? ¿Dónde concluye? ¿Dónde comienza la secuencia
numérica? ¿Dónde termina? Ninguna de estas preguntas admite una respuesta
definitiva, y quizá en ello resida su belleza.
Los números,
como la Nada Cuántica y el universo, carecen de un origen absoluto y de un
final concebible. Son realidades que desafían los límites de la energía, del
tiempo y de la comprensión.
Los números
naturales (0, 1, 2, 3…) parecen sencillos, pero encierran una paradoja. Cada
número es finito y concreto, y sin embargo, el conjunto se extiende hacia un
infinito imposible de abarcar. No existe el “primer” ni el “último número”.
Contar es siempre abrir la puerta a uno más. Ni con toda la energía del
universo —ni con la fuerza inasible de la Nada Cuántica, ese vacío que en
realidad vibra de potencial— podríamos capturar su principio o su final.
El universo
observable, aunque limitado por la velocidad de la luz y la expansión cósmica,
nos sugiere también una infinitud conceptual. Las galaxias se alejan unas de
otras como cifras que se suman sin cesar. El tiempo se desliza como una cuenta
interminable. La materia y la energía se transforman en un ciclo que recuerda a
los patrones numéricos: repetitivos, pero nunca idénticos.
En el fondo,
tanto los números como el cosmos nos colocan frente a la misma cuestión:
¿podemos imaginar el infinito sin intentar encerrarlo en formas finitas?
El infinito no es un número, es una idea. Es la negación del límite, la
afirmación de lo inabarcable. Y en esa imposibilidad de poseerlo, descubrimos
la esencia de nuestra curiosidad.
Conclusión
Los números,
la Nada Cuántica y el universo comparten un mismo hálito: son eternos,
inagotables y nos invitan a mirar más allá de lo tangible. Escribir todos los
números sería como intentar atrapar todas las estrellas: una tarea imposible,
pero profundamente poética. Y quizás ahí, en esa imposibilidad, se encuentre el
verdadero sentido de nuestra contemplación.
Poema cósmico
Los números nacen sin nacer,
como estrellas que brillan sin ayer.
No hay primer uno, ni último cero,
solo una danza sin fin en el sendero.
El universo los mira y se reconoce,
ambos sin principio e infinitos, sin dioses ni voces.
Contarlos todos sería un acto divino,
pero ni con la fuerza del destino...
Ni con la Nada Cuántica en su grandeza,
ni con la materia en eterna belleza,
podríamos hallar principio ni final,
pues el infinito no conoce umbral.
Cada número es un paso en la espiral,
cada galaxia, una cifra sideral.
El tiempo los copia, el espacio los canta,
y el alma humana los sueña y los encanta.
¿Dónde empieza el cosmos? ¿Dónde termina?
¿Dónde se esconde la última esquina?
Tal vez en el corazón de una ecuación,
o en el suspiro de la contemplación.
Así los números, como el universo,
son versos eternos en un poema disperso.
Jamás comenzaron, nunca se van,
son la eternidad que nunca dirá: “ya está”.

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