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viernes, 12 de septiembre de 2025

El rey emérito Juan Carlos I es una vergüenza para España

 




El rey emérito Juan Carlos I es una vergüenza para España

Por Bruno Perera.

Durante siglos, la Monarquía española fue símbolo de poder, expansión y unidad. Desde los Reyes Católicos hasta los Borbones, la Corona ha sido protagonista de conquistas, guerras, reformas y decadencias. Pero en el siglo XXI, el relato se ha torcido. Hoy, la figura del rey emérito Juan Carlos I representa no la grandeza de una institución, sino su desgaste moral y político.

La Monarquía española se consolidó en el siglo XV con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los llamados Reyes Católicos. Esta unión dinástica permitió la expulsión de los musulmanes de Granada y la expansión hacia América. A partir de ahí, España se convirtió en un imperio global bajo los Austrias y luego los Borbones.

Tras siglos de absolutismo, guerras carlistas y breves repúblicas, la monarquía fue restaurada en 1975 con Juan Carlos I, tras la muerte de Francisco Franco. Se instauró una monarquía parlamentaria, donde el rey debía ser símbolo de unidad y moderación, sin poder ejecutivo.

Juan Carlos I fue, en sus primeros años, el rostro de la democracia naciente. Su papel en el rechazo al golpe de Estado del 23-F en 1981 le ganó respeto nacional e internacional. Pero con el tiempo, su figura se fue erosionando por escándalos financieros, amoríos ocultos y una vida de excesos que contrastaba con la austeridad que exigía a sus súbditos.

El que fuera una representación de la Monarquía española se aprovechó durante años de la confianza que el pueblo español depositó en él. A espaldas de la ciudadanía, se dedicó a la buena vida en suelo patrio y extranjero, representando a España mientras tejía cuentos de las Mil y Una Noches en Arabia Saudí. Con Bárbara Rey y Corinna Larsen fundó la casa de los amores embrujados, todo bajo la protección de escoltas pagados por el Estado.

El emérito tiene tanta desfachatez que, sabiendo que recibió pagos por sus servicios en Arabia Saudí, no entrega lo recibido. Más bien lo guarda en Suiza y Panamá, como si por haber sido rey de España todo cuanto ganó en la sombra le perteneciera. Las investigaciones sobre sus cuentas opacas, fundaciones interpuestas y comisiones millonarias han sacudido la confianza en la institución monárquica.

Aunque la Fiscalía archivó varias causas por prescripción o inviolabilidad constitucional, el daño reputacional es irreversible. Juan Carlos I es una vergüenza para España y también para toda la monarquía que él construyó.

Hoy, Felipe VI intenta reconstruir la imagen de la Corona. Ha renunciado a la herencia de su padre y ha impuesto normas de transparencia. Pero el fantasma del emérito sigue contaminando la política interior. La monarquía, que debería ser símbolo de estabilidad, se ha convertido en un foco de debate sobre su legitimidad y utilidad.

¿Puede sobrevivir una institución hereditaria en una sociedad que exige rendición de cuentas? ¿Es compatible la monarquía con los valores republicanos que laten en buena parte de la ciudadanía?

Si la historia de España fuera una viñeta, Juan Carlos I aparecería como un personaje que entró por la puerta grande y salió por la de atrás, con una maleta llena de secretos, amantes y cuentas offshore. La monarquía, esa vieja dama vestida de tradición, aún intenta maquillarse para parecer moderna. Pero mientras no se enfrente a sus propias sombras, seguirá siendo un teatro donde el telón nunca termina de caer.

 

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