Para mí, el sueño de la existencia es un romance totalmente
diferente a lo que creemos
Por Bruno Perera.
En la penumbra de la noche, cuando observo de vez en cuando el
supuesto firmamento y parte de las estrellas y astros que lo componen, etc. y
que brillan y parpadean como susurros lejanos, me suelo sumir en una profunda
meditación sobre la naturaleza de la vida. ¿Y me pregunto: qué es este mundo en
el que habitamos, sino un grandísimo escenario donde cada uno de nosotros
desempeña un papel en una obra que parece no tener guion? – En ello a veces, me
digo que si todo lo que percibimos no es más que un simple sueño astral, un eco
de algo más grande y misterioso que nos rodea-.
Creo que la vida, con sus alegrías y tristezas, sus
encuentros y despedidas, se asemeja a un delicado baile. En este vals cósmico,
nos movemos al compás de emociones que nos envuelven y nos transforman. Pero,
¿quién es el Coreógrafo Universal de esta danza? ¿Quién nos ha otorgado el don
de sentir, de amar, de cuestionar? En cada mirada, en cada roce, hay un
destello de lo divino, un recordatorio de que, aunque estemos perdidos en este
laberinto de ilusiones, hay algo más allá de nuestra comprensión.
El supuesto amor, ese sentimiento tan efímero y poderoso, se
convierte en el hilo conductor de nuestra existencia. Nos enamoramos de las
personas, de los momentos, de las ideas. Pero, ¿qué es el amor sino un reflejo
de nuestra búsqueda de conexión con lo eterno? En cada beso, en cada susurro,
se esconde la esperanza de encontrar respuestas a las preguntas que nos
atormentan. Nos aferramos a esos instantes, como si fueran las únicas verdades
en un mundo lleno de sombras.
A veces, me siento como un viajero en un sueño, observando la
belleza de la Creación sin comprender del todo su significado. Las flores que brotan
en primavera, el canto de los pájaros al amanecer, la risa de un niño: todo
parece ser parte de un gran misterio. Y en medio de esta confusión, el supuesto
amor se alza como un faro, guiándonos a través de la niebla de la
incertidumbre. Nos recuerda que, aunque no sepamos quién nos creó o por qué
estamos aquí, hay algo en nosotros que anhela ser parte de algo más grande.
En este viaje, la vida se convierte en un mapa en colores,
donde cada experiencia es una pincelada que da forma a nuestra historia. A veces,
el dolor y la pérdida nos hacen dudar de la realidad, pero incluso en esos
momentos oscuros, el supuesto amor tiene el poder de sanar. Nos enseña que,
aunque todo pueda parecer una ilusión, hay verdades que resuenan en lo más
profundo de nuestro ser.
Así, mientras medito sobre la existencia, me doy cuenta de
que, aunque la vida pueda parecer un sueño, es un sueño que vale la pena vivir.
Cada día es una oportunidad para amar con ilusión, para crear, para explorar
los misterios que nos rodean. Y aunque nunca tengamos todas las respuestas, el
simple hecho de estar aquí, de sentir, de soñar, es un regalo que no debemos
subestimar.
En este inmenso universo, donde la realidad y la ilusión se
entrelazan, el supuesto amor se convierte en nuestra brújula. Nos guía a través
de la confusión, nos conecta con los demás y nos invita a abrazar la belleza de
lo desconocido. Así, aunque la vida pueda ser un sueño, es un sueño lleno de
posibilidades, un romance eterno con la Creación misma. Y en cada latido de
nuestro corazón, encontramos la certeza de que, a pesar de las preguntas sin
respuestas, estamos aquí, vivos y supuestamente amando, en este mágico teatro
de la existencia universal.
Que así sea.
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