De forma acelerada y dramática pero incruenta, la guerra de Afganistán tocó ayer a su fin. Un final buñuelesco, con los talibanes de regreso a Kabul y ofreciendo sus plegarias con el kaláshnikov en bandolera en los salones del restaurado palacio Presidencial, recién abandonado por Ashraf Gani. Un día histórico, con mucha más tensión aparente en el aeropuerto –entre los extranjeros pendientes de evacuación y los afganos agraciados o no con un vuelo y que obstruían las pistas– que entre los cuatro millones de kabulíes, inmersos en sus atascos de costumbre.
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