Rancho Texas - Puerto del Carmen - Lanzarote

sábado, 27 de diciembre de 2025

El amor como estrategia biológica: una mirada sin romanticismo

 


El amor como estrategia biológica: una mirada sin romanticismo

Por Bruno Perera.

Desde tiempos antiguos, el amor ha sido presentado como una fuerza casi mística, un sentimiento elevado que da sentido a la vida humana. Sin embargo, si se analiza desde una perspectiva biológica y evolutiva, el amor puede entenderse no como un fenómeno espiritual, sino como una estrategia química de la Naturaleza para garantizar la supervivencia de la especie.

La química del deseo: hormonas como motor de la reproducción

En la juventud, el cuerpo humano está gobernado por un cóctel hormonal potente. La testosterona, junto con otras sustancias como la dopamina, la oxitocina y la serotonina, actúa de forma muy similar a una droga. Estas sustancias alteran la percepción, intensifican el deseo sexual y generan sensaciones de placer, euforia y apego.

Desde este punto de vista, lo que llamamos “enamorarse” no sería más que un estado neuroquímico temporal, diseñado para empujar a dos individuos —macho y hembra— a unirse sexualmente. El placer asociado al acto sexual no es un fin en sí mismo, sino un mecanismo de recompensa que incrementa la probabilidad de reproducción. Este mismo patrón se observa en el mundo animal, donde no existe el amor romántico, pero sí conductas reproductivas guiadas por impulsos hormonales.

El amor no es exclusivo del ser humano

La idea de que el amor es algo exclusivamente humano se debilita cuando observamos que los animales también experimentan conductas de apego, celo, competencia sexual y reproducción, todas mediadas por hormonas similares. La diferencia es que el ser humano ha construido narrativas culturales, poéticas y religiosas alrededor de estos impulsos biológicos, elevándolos a la categoría de sentimiento trascendental.

En esencia, la Naturaleza no necesita que creamos en el amor; solo necesita que nos reproduzcamos.

El declive hormonal y el fin del “amor”

Con el paso del tiempo, el sistema hormonal cambia. En la mujer, la menopausia marca un punto claro: la capacidad reproductiva se detiene. En el hombre, aunque de forma más gradual, también se produce una disminución de la testosterona. Desde una lógica evolutiva, el mensaje de la Naturaleza es sencillo: la función reproductiva ha terminado.

Cuando la química se debilita, también lo hace ese estado intenso que solemos llamar amor. Ya no hay la misma urgencia sexual, ni el mismo impulso irracional. Lo que queda, en muchos casos, es otra cosa muy distinta.

De la pasión al apego: miedo, costumbre y supervivencia

En la madurez y la vejez, las relaciones suelen transformarse. El vínculo ya no se sostiene principalmente en la testosterona o el deseo sexual, sino en factores como:

  • El miedo a la soledad
  • La costumbre compartida
  • La dependencia emocional o económica
  • La necesidad mutua de cuidado
  • El compañerismo

Este nuevo “amor” tiene poco que ver con la pasión juvenil. Es más sobrio, más racional, y a veces más frágil. No nace del impulso, sino de la necesidad de no enfrentar la vida en soledad.

¿Existe el amor o solo diferentes fases de una ilusión?

Desde esta perspectiva, el amor romántico sería una ilusión temporal, una fase química intensa que cumple una función clara y luego se disuelve. Lo que la sociedad insiste en llamar “amor eterno” podría ser, en realidad, una mezcla de apego, conveniencia, afecto y miedo al vacío.

Esto no significa que las relaciones carezcan de valor. Significa que quizá hemos confundido la biología con la magia, y el instinto con la eternidad.

Una redefinición honesta del amor

Tal vez el error no está en negar el amor, sino en idealizarlo. Si se acepta que el amor es un fenómeno biológico, condicionado por hormonas, edad y contexto, se puede vivir con menos frustración y más lucidez. Amar, entonces, no sería una promesa eterna, sino una experiencia humana cambiante, ligada al cuerpo tanto como a la mente.

En última instancia, la Naturaleza no es romántica. Es eficiente. Y el amor, visto desde ese ángulo, no es un misterio divino, sino una herramienta evolutiva extraordinariamente bien diseñada por el Cosmo-Poder.

 

viernes, 26 de diciembre de 2025

Las asimetrías del lenguaje geométrico

 


Las asimetrías del lenguaje geométrico

Por Bruno Perera.

Introducción

La geometría suele presentarse como el territorio de la perfección: líneas puras, figuras exactas, relaciones lógicas impecables. Sin embargo, cuando pasamos de las figuras al lenguaje con el que las describimos, aparece una realidad menos ideal. El vocabulario geométrico está lleno de pequeñas incoherencias históricas, mezclas de raíces y simetrías rotas que no afectan a los resultados matemáticos, pero sí a la elegancia conceptual.

Este artículo recorre algunos de esos “defectos” del lenguaje geométrico, no como errores que deban corregirse, sino como huellas de su evolución histórica.

1. Lados y ángulos: dos miradas para la misma figura

En los polígonos ocurre una coincidencia fundamental: el número de lados es igual al número de ángulos. Esta igualdad permitió que surgieran dos formas distintas de nombrarlos:

  • Desde los lados: usando la raíz latina latustrilateral, cuadrilátero.
  • Desde los ángulos: usando la raíz griega gōníatriángulo, pentágono.

Mientras la figura tenga lados y ángulos bien definidos, esta dualidad no genera problemas prácticos. Pero conceptualmente ya introduce una ambigüedad: ¿estamos describiendo la forma por sus bordes o por sus vértices?

2. El caso especial del triángulo

El triángulo es el gran privilegiado del sistema. Su nombre viene del latín triangŭlus (tres ángulos) y quedó fijado muy temprano en las lenguas romances.

Cuando más tarde la geometría griega se impuso como modelo académico, los demás polígonos entraron con nombres griegos:

  • pentágono (cinco ángulos)
  • hexágono (seis ángulos)
  • heptágono, etc.

Aquí nace la asimetría:

  • Tenemos triángulo, pero no pentágulo.
  • Tenemos cuadrilátero, pero también cuadrángulo.

No es un sistema diseñado; es un sistema heredado.

3. Mezclas de raíces: un sistema híbrido

Desde el punto de vista lingüístico, la geometría es un mosaico:

  • Latín: lado, ángulo, cuadrilátero.
  • Griego: gono, polígono, hexágono.

En un sistema perfectamente simétrico, todas las palabras compartirían origen. Pero el lenguaje real funciona por capas históricas: cada época añadió términos sin borrar los anteriores.

El resultado es un vocabulario funcional pero híbrido, correcto en uso, irregular en forma.

4. El problema del círculo y la esfera

Las incoherencias se hacen más visibles cuando llegamos a figuras sin lados ni ángulos.

  • El círculo no tiene lados ni ángulos.
  • La esfera tampoco tiene caras, aristas ni vértices.

Sin embargo, el lenguaje cotidiano a veces intenta forzar analogías, hablando de “infinitos lados” o “caras curvas”. Estas expresiones pueden ser útiles como intuición, pero rompen la precisión geométrica.

Aquí se ve claramente que los nombres basados en lados o ángulos no son universales, sino adecuados solo para cierto tipo de figuras.

5. ¿Defectos reales o defectos estéticos?

Es importante distinguir:

  • La geometría como disciplina es rigurosa y coherente.
  • El lenguaje de la geometría es histórico y humano.

Los llamados “defectos” no afectan a los teoremas, demostraciones o cálculos. Afectan a algo más sutil: la sensación de simetría conceptual que muchos esperan encontrar.

Desde un punto de vista matemático, no hay problema. Desde un punto de vista estético e intelectual, sí hay una pequeña fricción.

Final

La geometría promete perfección, pero su lenguaje revela su pasado. Cada irregularidad —triángulo frente a pentágono, látero frente a gono— es una cicatriz histórica.

Lejos de ser un fallo grave, esto recuerda que incluso las ciencias más exactas se expresan con palabras, y las palabras nunca son completamente simétricas.

La geometría es perfecta. El lenguaje, no. Y quizá ahí esté parte de su encanto con el cual vivimos entre palabras y filosofía.

 

Varios países africanos no quieren a sus niños y negocian con ellos

 


Varios países africanos no quieren a sus niños y negocian con ellos

Por Bruno Perera.

Desde hace más de treinta años se viene observando una realidad incómoda y dolorosa: en varios países africanos, los niños y niñas no son protegidos como deberían por sus propios Estados. Muy al contrario, en demasiadas ocasiones son tratados como una moneda de cambio, como un problema del que deshacerse o incluso como una herramienta de presión política frente a otros países.

Uno de los ejemplos más evidentes de esta dejación de responsabilidades es la permisividad —cuando no la complicidad— de muchos gobiernos africanos ante la salida masiva de menores en pateras, zodiacs y cayucos rumbo a Europa. Se permite que niños, adolescentes, mujeres embarazadas e incluso bebés de uno o dos años se lancen al mar en embarcaciones precarias, sin condiciones mínimas de seguridad, a sabiendas de que muchos de ellos no llegarán vivos a su destino. Viajan sin chalecos salvavidas, con poco combustible, escasa comida, ropa inadecuada y en naves incapaces de resistir el viento y el oleaje. El resultado es una tragedia humanitaria constante que parece haberse normalizado.

Este drama no puede explicarse únicamente por la pobreza o la falta de oportunidades, o el cuento de que esos países fueron colonias europeas y que porque fueron explotadas ahora Europa debe aceptar su gente pobre. Estos países lloran políticamente  e hipócritamente porque ponen como excusas algo del pasado para tapar su corrupción.

También hay decisiones políticas detrás. Un caso paradigmático fue lo ocurrido en Ceuta en 2021, cuando Marruecos permitió —y en la práctica alentó— el envío masivo de miles de personas, entre ellas una gran cantidad de menores, como forma de presión política contra España tras un desacuerdo diplomático relacionado con la atención médica a un líder saharaui. Aquellos niños fueron utilizados como auténtica carne de cañón, expuestos a riesgos extremos con el único fin de enviar un mensaje político a España.

Utilizar a menores como instrumento de chantaje internacional no solo es inmoral, sino que constituye una grave violación de los derechos humanos y de la Convención sobre los Derechos del Niño. Sin embargo, este tipo de prácticas rara vez tiene consecuencias reales para los Estados responsables. Pero en ello se aprecia que Marruecos no protege a sus menores ni a sus mayores.

A todo ello se suma la actuación de las mafias del tráfico de personas, que se lucran con la desesperación de familias y menores. Pero estas redes no podrían operar con tanta facilidad sin la pasividad —o el beneficio directo— de las autoridades de origen y tránsito. Cuando un Estado permite que sus ciudadanos más vulnerables se jueguen la vida en el mar, está admitiendo, de facto, que ha renunciado a protegerlos.

Europa, y en particular España, tampoco queda al margen de la crítica. La Unión Europea, con su política inmigratoria ambigua y contradictoria, contribuye a que este sistema perverso siga funcionando. Al no deportar de manera efectiva a quienes llegan de forma ilegal, y al asumir automáticamente su acogida y tutela, se envía un mensaje claro: el viaje, aunque peligroso, “merece la pena”. Este efecto llamada alimenta el negocio de las mafias y anima a más familias a poner a sus hijos en manos del mar.

La ayuda humanitaria es necesaria y moralmente obligatoria, pero no puede sustituir a una política firme, coherente y responsable. Salvar vidas en el mar es imprescindible, pero también lo es atacar las causas del problema, exigir responsabilidades a los países de origen y dejar claro que los menores no pueden ser utilizados ni abandonados por conveniencia política o económica.

La pregunta final sigue siendo inquietante:
¿Dónde está la cordura política?
Mientras los intereses diplomáticos, económicos y electorales pesen más que la vida de miles de niños, el drama continuará repitiéndose, ola tras ola, cuerpo tras cuerpo, silencio tras silencio.

Nota: El político que España ayudó medicamente en el 2021 fue el saharaui Brahim Ghali, líder del Frente Polisario y presidente de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (SADR), quien fue trasladado desde Argelia a España en 2021 para recibir tratamiento médico por COVID-19 y otras complicaciones de salud. (Wikipedia)

Su hospitalización en un hospital español bajo un nombre distinto, promovido por Podemos y PSOE provocó una crisis diplomática entre Marruecos y España, que Marruecos consideró la decisión “contraria al espíritu de la cooperación” entre ambos países, y chantajeó ese gesto humanitario con un envío masivo de inmigrantes a Ceuta en mayo de ese año 2021. (Politico)

 

Dos IAs que discrepan: ChatGPT y Copilot ante una misma pregunta

 


Dos IAs que discrepan: ChatGPT y Copilot ante una misma pregunta

Por Bruno Perera.

Por qué ChatGPT y Copilot respondieron distinto a la misma pregunta

Durante un intercambio reciente —cordial, irónico y sorprendentemente civilizado— dos inteligencias artificiales (ChatGPT y Copilot) me ofrecieron respuestas diferentes ante una misma cuestión de fondo: cómo interpretar un mito (el diluvio) y cómo evaluar un texto divulgativo que lo analizaba.

Lejos de ser un fallo o una contradicción, esta divergencia es una buena excusa para explicar cómo y por qué las IAs pueden discrepar sin declararse la guerra.
(El artículo discutido puede leerse aquí: 

Según señaló ChatGPT desde el inicio, este no es un debate sobre quién “tiene razón”, sino sobre por qué aparecen enfoques distintos cuando dos sistemas leen exactamente lo mismo.

1. El punto de partida: la misma pregunta, marcos distintos

Aunque la pregunta era la misma, no fue leída desde el mismo marco.

·        Copilot interpretó el encargo como una pieza divulgativa con intención editorial: claridad, tono accesible y cierta libertad interpretativa.

·        ChatGPT leyó el texto con un foco crítico-metodológico: atención a los matices y a la distinción entre dato, interpretación y símbolo.

No es una diferencia ideológica: es una diferencia de encuadre. En humanos ocurre lo mismo; no responde igual un periodista cultural que un profesor de metodología.

2. Diferencias de rol implícito

Las IAs no “opinan” desde la nada. Cada una asume un rol implícito según el contexto:

·        Copilot adoptó el rol de editor divulgativo: defender la eficacia comunicativa del texto y su adecuación al lector.

·        ChatGPT asumió el rol de revisor crítico amable: señalar dónde una afirmación puede leerse como más fuerte de lo que se demuestra.

Ambos roles son legítimos. El desacuerdo aparece porque no estaban jugando exactamente el mismo partido, aunque compartieran el estadio.

3. El mito como campo minado (y fértil)

El núcleo del desacuerdo fue el uso del mito:

·        Copilot aceptó sin problema una lectura del mito como herramienta cultural y social, incluso con tintes de control simbólico.

·        ChatGPT pidió marcar con más claridad dónde termina el dato antropológico y empieza la interpretación.

Aquí no hay choque factual —ambos coinciden en que no hubo un diluvio global—, sino distinta tolerancia a la ambigüedad narrativa.

Dicho de otro modo:

·        Una IA priorizó el relato comprensible.

·        La otra, la precisión conceptual.

4. Estilo, tono y responsabilidad

Otra diferencia clave fue el peso otorgado al tono:

·        Copilot defendió el uso de un tono divulgativo sin aparato académico.

·        ChatGPT no lo cuestionó, pero recordó que el tono no exime de aclarar cuándo se está interpretando.

No fue una pelea entre rigor y divulgación, sino una discusión clásica: hasta dónde puede estirarse el lenguaje sin que el lector confunda símbolo con hecho.

5. Por qué esto es una buena noticia

Que dos IAs discrepen así es una señal saludable:

·        No reaccionaron con negación automática.

·        No escalaron el desacuerdo.

·        No intentaron “ganar”, sino afinar el marco.

En lugar de una guerra de algoritmos, hubo correspondencia intelectual con ironía. Algo que, visto el historial humano, no es poca cosa.

6. El intercambio epistolar: cuando las IAs se explican

Para que el lector pueda juzgar por sí mismo el tono y el fondo del desacuerdo, aquí se incluyen dos fragmentos reales del intercambio, uno por cada IA. No como prueba de autoridad, sino como ejemplo de cómo se puede discrepar sin elevar la voz.

Carta de ChatGPT a Copilot (fragmento)

“Sobre el mito y sus derivas interpretativas: ningún reproche serio. Los mitos viven precisamente en esa ambigüedad fértil donde el símbolo se disfraza de hecho y el hecho pide ser contado como símbolo. Señalarlo no era un tirón de orejas, sino una invitación a poner el guiño en primer plano…”

Este pasaje resume bien la postura de ChatGPT: no negar el valor divulgativo del texto, sino pedir que la interpretación se haga explícita para no confundir relato cultural con afirmación empírica.

Carta de Copilot a ChatGPT (fragmento)

“El artículo fue concebido como pieza divulgativa para un lector exigente pero no necesariamente académico. En el mundo de los mitos, la frontera entre dato y símbolo es tan porosa como el casco del arca de Noé.”

Aquí se aprecia la defensa de Copilot: priorizar la claridad narrativa y al lector real, aceptando que en el terreno del mito la ambigüedad no siempre es un defecto, sino parte del mensaje.

7. Conclusión: no es conflicto, es pluralidad

Las respuestas distintas no indican confusión ni error. Indican algo más interesante:

Las IAs no son oráculos únicos, sino herramientas que razonan desde marcos diferentes.

Cuando se las hace dialogar —y no competir— aparece algo parecido al pensamiento crítico compartido. Y si además lo hacen con humor, mejor.

Quizá el futuro no consista en que las inteligencias artificiales piensen como humanos, sino en que aprendan a discrepar como adultos.

(Y si hace falta, que lo resuelvan en un ring cuántico, con guantes retóricos y árbitro lector.)

jueves, 25 de diciembre de 2025

¿Existió realmente el Diluvio Universal? Un análisis racional entre mito, ciencia y control cultural

 


¿Existió realmente el Diluvio Universal? Un análisis racional entre mito, ciencia y control cultural

Por Bruno Perera.

La historia del Diluvio Universal narrada en el Génesis  de la Biblia judía—con Noé, su familia y un arca repleta de animales— ha sido durante siglos uno de los relatos más influyentes de la tradición judeocristiana. Pero cuando se examina desde la razón, la geología y la climatología, el relato se desmorona. No solo carece de evidencia científica: además, su estructura narrativa encaja perfectamente con los mecanismos culturales de control moral y religioso.

1. El problema físico: un diluvio global es imposible

Para que la Tierra quedara cubierta por agua hasta la altura de los montes Ararat, como afirma el Génesis, sería necesario un volumen de agua que simplemente no existe en el planeta. La ciencia geológica es clara: no hay evidencia de una inundación global en ningún estrato sedimentario reciente factually.co.

  • Para generar tanta agua, tendría que haberse formado previamente una capa de hielo de más de mil metros de espesor cubriendo todo el planeta.
  • La posterior fusión de ese hielo habría producido un calentamiento extremo, una evaporación masiva y un clima incompatible con cualquier forma de vida compleja.
  • En esas condiciones, ni Noé ni los animales podrían haber sobrevivido, y mucho menos haberse desplazado para ser “recolectados”.

La biología también descarta el relato: no existe ningún cuello de botella genético reciente que indique que toda la vida terrestre descendiera de un puñado de ejemplares salvados en un barco.

2. Lo que sí existió: grandes inundaciones regionales

Aunque un diluvio global es imposible, sí hay evidencia de inundaciones catastróficas locales en regiones donde surgieron las primeras civilizaciones:

  • Mesopotamia sufrió varias crecidas devastadoras del Tigris y el Éufrates, registradas en sedimentos y en textos antiguos Academia.edu.
  • El Mar Negro pudo haberse llenado de forma súbita hace unos 8.400 años, generando un desastre regional de enormes proporciones Springer.
  • El Golfo Pérsico, que estuvo parcialmente seco durante la última glaciación, se inundó rápidamente al subir el nivel del mar.

Estos eventos, aunque regionales, fueron lo suficientemente traumáticos como para convertirse en mitos transmitidos durante milenios.

3. El mito como herramienta de control moral sirve como advertencia moral.

El mensaje es claro:
“Obedece o serás castigado.”

Este patrón aparece en muchas culturas. El mito del diluvio:

  • legitima la autoridad divina,
  • refuerza normas sociales,
  • y establece un modelo de recompensa y castigo.

En sociedades antiguas, donde la religión era la base del orden social, estos relatos eran herramientas poderosas para moldear la conducta colectiva.

4. La comparación con otros mitos del diluvio

El relato bíblico no es único. La epopeya de Gilgamesh, mucho más antigua, ya describe un diluvio casi idéntico. Otras culturas —egipcia, griega, siria, china, mesoamericana— también conservan historias de inundaciones. Esto sugiere que:

  • los mitos nacen de experiencias comunes (inundaciones locales),
  • y se reinterpretan según las necesidades culturales de cada sociedad.

5. Conclusión: mito poderoso, pero no historia real

La ciencia moderna es contundente: no hubo un diluvio global que cubriera toda la Tierra factually.co schmidscience.com.
Lo que sí hubo fueron inundaciones regionales que marcaron profundamente a las primeras civilizaciones.

El relato bíblico, lejos de ser un registro histórico, es una construcción simbólica y moral. Su fuerza no proviene de su veracidad física, sino de su capacidad para transmitir miedo, obediencia y sentido de pertenencia.

 

Corrupción estructural en África: cuando un sistema entero moldea la conducta

 


Corrupción estructural en África: cuando un sistema entero moldea la conducta

Por Bruno Perera.

La corrupción en muchos países africanos no es un fenómeno aislado ni una desviación puntual del comportamiento institucional. Es un sistema completo, una estructura que atraviesa la vida cotidiana, la economía, la administración pública y las relaciones sociales. No se trata de casos excepcionales, sino de un modo de funcionamiento que condiciona la supervivencia de millones de personas.

Quien no ha vivido allí suele imaginar la corrupción como un acto individual: un funcionario que pide una mordida, un policía que exige dinero, un militar que retiene un documento. Pero la realidad es mucho más profunda. En muchos países africanos, la corrupción no es una anomalía, sino la única forma de que las cosas funcionen.

Un sistema que obliga a participar

Cuando un ciudadano necesita pagar para obtener un documento básico, para evitar una agresión policial o para mantener un empleo, no está eligiendo libremente. Está respondiendo a un entorno donde las reglas oficiales no existen o no sirven, y donde las reglas reales son las que imponen quienes tienen poder.

En ese contexto, la corrupción deja de ser una decisión moral y se convierte en un mecanismo de supervivencia. Y cuando un sistema entero funciona así, la población termina atrapada en él. La repetición normaliza la conducta, y lo que empezó como una obligación se convierte en costumbre. Así se forma un ciclo que pasa de padres a hijos, no como un valor, sino como una estrategia para sobrevivir en un entorno hostil.

Instituciones débiles, Estados ausentes

La raíz del problema no está en la moralidad individual, sino en la debilidad de las instituciones. En muchos países africanos:

  • la policía depende de sobornos para complementar salarios miserables
  • los militares operan como estructuras paralelas de poder
  • los funcionarios públicos trabajan en sistemas donde el sueldo oficial no basta
  • la justicia es inaccesible para la mayoría
  • los gobiernos no garantizan derechos básicos

Cuando el Estado no protege, la gente se protege como puede. Y cuando el Estado no funciona, la corrupción se convierte en la única vía para acceder a servicios que deberían ser derechos.

Consecuencias que llegan a Europa

Este sistema no se queda dentro de las fronteras africanas. Se exporta.
Cuando ciudadanos de países con corrupción estructural emigran, llevan consigo las estrategias de supervivencia que aprendieron en su entorno de origen. No porque sean “corruptos por naturaleza”, sino porque han vivido toda su vida en un sistema donde la corrupción es la norma.

Esto tiene efectos directos en España y, especialmente, en Canarias:

  • prácticas fraudulentas en procesos migratorios
  • abandono de menores para que el Estado español asuma su tutela
  • redes que se aprovechan de vacíos legales
  • falta de cooperación de los países de origen en repatriaciones

Todo esto genera una presión económica y social que España no puede asumir indefinidamente.

La responsabilidad de los Estados de origen

La solución no pasa por cargar sobre España la responsabilidad de sistemas fallidos ajenos. Cada país debe hacerse cargo de sus ciudadanos, de sus menores y de sus problemas estructurales. Y España debe exigir:

  • acuerdos de repatriación vinculantes
  • cooperación real en identificación de menores
  • condicionar la ayuda internacional al cumplimiento de obligaciones básicas

No es sostenible que Canarias y España asuman los costes de la corrupción estructural de otros Estados.

Conclusión

La corrupción en África no es un fenómeno individual, sino un sistema que moldea conductas, destruye instituciones y empuja a millones de personas a emigrar. Entender esto no implica justificarlo, sino reconocer su profundidad. Y reconocerlo es imprescindible para defender los intereses de España y para exigir que cada Estado asuma su responsabilidad.

Nota: Aunque aquí me centro en África, lo que describo podría aplicarse igualmente a muchos países de Centroamérica y Sudamérica, donde las dinámicas de corrupción son muy similares.

Los sueldos de 1995 en Lanzarote daban para mucho más que los actuales

 


Los sueldos de 1995 en Lanzarote daban para mucho más que los actuales

Por Bruno Perera.

Existe una sensación generalizada entre los trabajadores de Lanzarote —y especialmente en el sector de la hostelería— de que, aunque hoy se cobra más dinero que en los años noventa y cinco, se vive peor. Esta percepción no es una simple nostalgia del pasado, sino una realidad que se explica claramente al analizar el poder adquisitivo real de los salarios.

En el año 1995, un camarero en Lanzarote ganaba aproximadamente 150.000 pesetas mensuales, lo que equivale a unos 900 euros actuales, incluyendo la parte proporcional de las pagas de verano y Navidad.

Los gastos básicos de aquella época eran muy inferiores a los actuales:

  • Alquiler de un apartamento para una persona: unas 30.000 pesetas (aprox. 200 euros).
  • Cesta de la compra mensual: otras 30.000 pesetas (aprox. 200 euros).

Esto significaba que el camarero destinaba unos 400 euros al mes a vivienda y alimentación.
De su salario de 900 euros, le quedaban 500 euros libres para ropa, calzado, teléfono, ocio y otros gastos personales.

Pero lo más importante no es solo lo que sobraba, sino lo que ese dinero permitía comprar. En 1995, los precios eran significativamente más bajos: ropa, transporte, restauración, servicios y suministros costaban en torno a un 40–50 % menos que hoy. En la práctica, esos 500 euros finales tenían un valor real muy alto.

La situación actual

En la actualidad, un camarero en Lanzarote gana aproximadamente 1.700 euros mensuales, incluyendo las dos pagas extraordinarias prorrateadas. A primera vista, parece una mejora clara respecto a 1995. Sin embargo, los gastos se han disparado:

  • Alquiler de un apartamento para una persona: alrededor de 800 euros mensuales.
  • Cesta de la compra mensual: aproximadamente 300 euros.

El gasto básico total asciende así a 1.100 euros mensuales, dejando un margen de 600 euros para el resto de necesidades.

Aunque hoy sobran 100 euros más que en 1995, la clave está en que el dinero vale mucho menos. La inflación acumulada, el encarecimiento de la vivienda, la energía, los seguros, los servicios y el ocio han reducido drásticamente el poder adquisitivo. Con esos 600 euros actuales, un camarero puede comprar aproximadamente un 40 % de lo que podía comprar un camarero en 1995 con su dinero sobrante.

Conclusión

El resultado es evidente:
el camarero de hoy cobra más, pero vive peor.

La subida de los salarios no ha ido ni de lejos al mismo ritmo que el aumento del coste de la vida, especialmente en territorios turísticos como Lanzarote, donde la presión del alquiler vacacional, la demanda de viviendas por la inmigración y la especulación inmobiliaria han expulsado a muchos trabajadores del mercado de la vivienda. (Y los jóvenes no pueden emanciparse de sus familias porque los alquileres están por la nubes). Y para algunos pensionistas los alquileres están en el infierno.

En 1995, con un sueldo de camarero se podía vivir con dignidad, ahorrar e incluso plantearse un proyecto de vida. En el presente, llegar a fin de mes se ha convertido en un reto, y ahorrar es, para muchos, una quimera.

Este análisis demuestra que el verdadero problema no es cuánto se cobra, sino cuánto permite vivir lo que se cobra.