El amor como
estrategia biológica: una mirada sin romanticismo
Por Bruno
Perera.
Desde tiempos antiguos, el amor ha sido
presentado como una fuerza casi mística, un sentimiento elevado que da sentido
a la vida humana. Sin embargo, si se analiza desde una perspectiva biológica y
evolutiva, el amor puede entenderse no como un fenómeno espiritual, sino como
una estrategia química de la Naturaleza para garantizar la supervivencia
de la especie.
La química del
deseo: hormonas como motor de la reproducción
En la juventud, el cuerpo humano está gobernado
por un cóctel hormonal potente. La testosterona, junto con otras sustancias
como la dopamina, la oxitocina y la serotonina, actúa de forma muy similar a
una droga. Estas sustancias alteran la percepción, intensifican el deseo sexual
y generan sensaciones de placer, euforia y apego.
Desde este punto de vista, lo que llamamos
“enamorarse” no sería más que un estado neuroquímico temporal, diseñado
para empujar a dos individuos —macho y hembra— a unirse sexualmente. El placer
asociado al acto sexual no es un fin en sí mismo, sino un mecanismo de
recompensa que incrementa la probabilidad de reproducción. Este mismo patrón se
observa en el mundo animal, donde no existe el amor romántico, pero sí
conductas reproductivas guiadas por impulsos hormonales.
El amor no es
exclusivo del ser humano
La idea de que el amor es algo exclusivamente
humano se debilita cuando observamos que los animales también experimentan
conductas de apego, celo, competencia sexual y reproducción, todas mediadas por
hormonas similares. La diferencia es que el ser humano ha construido narrativas
culturales, poéticas y religiosas alrededor de estos impulsos biológicos,
elevándolos a la categoría de sentimiento trascendental.
En esencia, la Naturaleza no necesita que creamos
en el amor; solo necesita que nos reproduzcamos.
El declive
hormonal y el fin del “amor”
Con el paso del tiempo, el sistema hormonal
cambia. En la mujer, la menopausia marca un punto claro: la capacidad
reproductiva se detiene. En el hombre, aunque de forma más gradual, también se
produce una disminución de la testosterona. Desde una lógica evolutiva, el
mensaje de la Naturaleza es sencillo: la función reproductiva ha terminado.
Cuando la química se debilita, también lo hace
ese estado intenso que solemos llamar amor. Ya no hay la misma urgencia sexual,
ni el mismo impulso irracional. Lo que queda, en muchos casos, es otra cosa muy
distinta.
De la pasión
al apego: miedo, costumbre y supervivencia
En la madurez y la vejez, las relaciones suelen
transformarse. El vínculo ya no se sostiene principalmente en la testosterona o
el deseo sexual, sino en factores como:
- El miedo a la soledad
- La costumbre compartida
- La dependencia emocional o económica
- La necesidad mutua de cuidado
- El compañerismo
Este nuevo “amor” tiene poco que ver con la
pasión juvenil. Es más sobrio, más racional, y a veces más frágil. No nace del
impulso, sino de la necesidad de no enfrentar la vida en soledad.
¿Existe el
amor o solo diferentes fases de una ilusión?
Desde esta perspectiva, el amor romántico sería
una ilusión temporal, una fase química intensa que cumple una función
clara y luego se disuelve. Lo que la sociedad insiste en llamar “amor
eterno” podría ser, en realidad, una mezcla de apego, conveniencia, afecto
y miedo al vacío.
Esto no significa que las relaciones carezcan de
valor. Significa que quizá hemos confundido la biología con la magia, y el
instinto con la eternidad.
Una
redefinición honesta del amor
Tal vez el error no está en negar el amor, sino
en idealizarlo. Si se acepta que el amor es un fenómeno biológico,
condicionado por hormonas, edad y contexto, se puede vivir con menos
frustración y más lucidez. Amar, entonces, no sería una promesa eterna, sino
una experiencia humana cambiante, ligada al cuerpo tanto como a la mente.
En última instancia, la Naturaleza no es
romántica. Es eficiente. Y el amor, visto desde ese ángulo, no es un misterio
divino, sino una herramienta evolutiva extraordinariamente bien diseñada por el
Cosmo-Poder.






