El
polvo de estrellas es el origen de nuestra existencia y también el conflicto
humano
Por Bruno Perera.
Desde
una visión profundamente poética y filosófica del universo, todo lo que existe
—desde las galaxias más lejanas hasta el pensamiento humano más íntimo—
proviene de la Nada Cuántica:
un vacío absoluto, sin tiempo ni espacio, que, por razones aún desconocidas,
dio origen al Cosmo-Poder,
una fuerza primigenia que, desde esa Nada, acumuló energía y detonó el
Big Bang.
A
través de esa explosión cósmica, y gracias a la partícula de Higgs, comenzó la
danza de la materia, la energía y la gravedad que dio forma al universo tal
como lo conocemos.
Han
pasado aproximadamente 13.800 millones de años, luz o terrestres desde aquel instante inicial. En ese inmenso
recorrido, la Tierra emergió como un pequeño rincón de polvo cósmico, donde la
vida —nosotros— comenzó a florecer.
Somos,
literalmente, hijos de las estrellas. Cada átomo en nuestro cuerpo fue forjado
en el corazón ardiente de una supernova. Somos polvo de estrellas que respira,
piensa y sueña.
Sin
embargo, a pesar de nuestra conexión cósmica, en este planeta que habitamos
—una mota azul suspendida en la inmensidad— nos comportamos como si
estuviéramos separados.
La
fraternidad universal que debería unirnos como descendientes del mismo origen
estelar se ve eclipsada por la lucha constante por los recursos. Todo lo que
necesitamos para vivir —agua, alimentos, minerales, energía— es polvo de
estrellas transformado. Y no obstante, en lugar de compartirlo, lo disputamos.
Las
guerras, las desigualdades, la explotación… toda gira en torno a la avaricia de
poseer más polvo de estrellas. Oro, petróleo, trigo, litio, aire limpio: cada
uno de estos elementos es una manifestación del mismo material cósmico. Pero en
nuestra obsesión por acumularlo, olvidamos que todos lo necesitamos para
sobrevivir. Al quitarle a otros su porción de polvo estelar, negamos la esencia
misma de nuestra existencia compartida.
Si
fuimos creados del mismo origen, ¿por qué no vivir como parte de un mismo
destino? Reconocer que todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de una
misma fuente —el universo— podría ser el primer paso hacia una nueva
conciencia. Una conciencia que no vea en el otro un competidor, sino un reflejo
de sí mismo. Que entienda que nutrirse del polvo de estrellas no significa
poseerlo, sino compartirlo.
Tal
vez, cuando comprendamos que somos polvo de estrellas que necesita polvo de
estrellas para vivir, dejaremos de luchar por él y empezaremos a cuidarlo.
Porque en ese cuidado está la verdadera evolución: no solo la biológica, sino
también la espiritual y la fraternal.
Pensando
globalmente, sería mejor decir: “No
le pongamos a otros los pecados que cada cual debe cargar, sin creerse superior
ni mejor.”
Final
Después
de lo dicho, aunque suene contradictorio, cabe también pensar que esta vida es
una disputa global que el Cosmo-Poder
creó para que la vivamos según sus reglas —reglas que aún desconocemos— y que
constituyen un verdadero conflicto cósmico. Un conflicto que, más allá de
nuestras aspiraciones fraternales, parece indicar que todo está hecho por el Cosmo-Poder para que unos
nos devoremos a otros… sin piedad. Y por ello nuestras inquietudes sociales y
fraternales quedan en un vacío cósmico que nos indica que la vida es un
verdadero rompecabezas que jamás sabremos
cómo compartirlo.
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