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domingo, 17 de agosto de 2025

El polvo de estrellas es el origen de nuestra existencia y también el conflicto humano

 


El polvo de estrellas es el origen de nuestra existencia y también el conflicto humano

Por Bruno Perera.

Desde una visión profundamente poética y filosófica del universo, todo lo que existe —desde las galaxias más lejanas hasta el pensamiento humano más íntimo— proviene de la Nada Cuántica: un vacío absoluto, sin tiempo ni espacio, que, por razones aún desconocidas, dio origen al Cosmo-Poder, una fuerza primigenia que, desde esa Nada, acumuló energía y detonó el Big Bang.

A través de esa explosión cósmica, y gracias a la partícula de Higgs, comenzó la danza de la materia, la energía y la gravedad que dio forma al universo tal como lo conocemos.

Han pasado aproximadamente 13.800 millones de años, luz o terrestres  desde aquel instante inicial. En ese inmenso recorrido, la Tierra emergió como un pequeño rincón de polvo cósmico, donde la vida —nosotros— comenzó a florecer.

Somos, literalmente, hijos de las estrellas. Cada átomo en nuestro cuerpo fue forjado en el corazón ardiente de una supernova. Somos polvo de estrellas que respira, piensa y sueña.

Sin embargo, a pesar de nuestra conexión cósmica, en este planeta que habitamos —una mota azul suspendida en la inmensidad— nos comportamos como si estuviéramos separados.

La fraternidad universal que debería unirnos como descendientes del mismo origen estelar se ve eclipsada por la lucha constante por los recursos. Todo lo que necesitamos para vivir —agua, alimentos, minerales, energía— es polvo de estrellas transformado. Y no obstante, en lugar de compartirlo, lo disputamos.

Las guerras, las desigualdades, la explotación… toda gira en torno a la avaricia de poseer más polvo de estrellas. Oro, petróleo, trigo, litio, aire limpio: cada uno de estos elementos es una manifestación del mismo material cósmico. Pero en nuestra obsesión por acumularlo, olvidamos que todos lo necesitamos para sobrevivir. Al quitarle a otros su porción de polvo estelar, negamos la esencia misma de nuestra existencia compartida.

Si fuimos creados del mismo origen, ¿por qué no vivir como parte de un mismo destino? Reconocer que todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de una misma fuente —el universo— podría ser el primer paso hacia una nueva conciencia. Una conciencia que no vea en el otro un competidor, sino un reflejo de sí mismo. Que entienda que nutrirse del polvo de estrellas no significa poseerlo, sino compartirlo.

Tal vez, cuando comprendamos que somos polvo de estrellas que necesita polvo de estrellas para vivir, dejaremos de luchar por él y empezaremos a cuidarlo. Porque en ese cuidado está la verdadera evolución: no solo la biológica, sino también la espiritual y la fraternal.

Pensando globalmente, sería mejor decir: “No le pongamos a otros los pecados que cada cual debe cargar, sin creerse superior ni mejor.”

Final

Después de lo dicho, aunque suene contradictorio, cabe también pensar que esta vida es una disputa global que el Cosmo-Poder creó para que la vivamos según sus reglas —reglas que aún desconocemos— y que constituyen un verdadero conflicto cósmico. Un conflicto que, más allá de nuestras aspiraciones fraternales, parece indicar que todo está hecho por el Cosmo-Poder para que unos nos devoremos a otros… sin piedad. Y por ello nuestras inquietudes sociales y fraternales quedan en un vacío cósmico que nos indica que la vida es un verdadero rompecabezas que jamás  sabremos cómo compartirlo.

 

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