El Cosmo-Poder: la ley natural que rige la
vida y el sacrificio entre especies
Por
Bruno Perera.
1.
Nacimos de la Nada Cuántica
Según las
teorías cosmológicas más aceptadas, el universo surgió de una fluctuación en la
Nada Cuántica, un vacío aparente que, en realidad, contenía el potencial para
todo lo existente. De ahí emergió el Cosmo-Poder que dio origen al Big Bang,
con la mediación de la partícula de Higgs, dando origen al tiempo, la materia y
la energía habida en el universo.
Pero más
allá de la física, este evento puede entenderse también como el nacimiento de
una fuerza más profunda: un principio organizador sin conciencia ni divinidad,
una energía primigenia que sostiene el universo sin necesidad de intención. A
esa fuerza la llamo el
Cosmo-Poder.
No tiene
rostro, ni moral, ni dogmas. No premia ni castiga. Simplemente es, y mantiene el
equilibrio del universo mediante leyes tan precisas como inevitables. Entre
ellas, una destaca por encima de todas: la
ley del sacrificio natural, según la cual unas formas de vida
se nutren de otras para que la existencia continúe.
2.
No hay pecado en alimentarse
En la
naturaleza no existe el concepto de pecado. La vida se alimenta de la vida sin
culpa ni remordimiento. Los más simples alimentan a los más complejos, y estos,
a su vez, devuelven sus cuerpos a la tierra, cerrando así el ciclo eterno.
Las especies
menos evolucionadas —insectos, peces, herbívoros— son las primeras en ser
sacrificadas. Los animales más complejos comen vegetales o carne, según su
diseño biológico. Y los humanos, situados en la cima del proceso evolutivo,
somos omnívoros: consumimos plantas, frutas, animales simples y también otros
mamíferos.
No obstante,
casi ninguna especie inteligente cruza una línea muy concreta: no se alimenta de miembros de su misma
especie. Esta barrera es un instinto de autopreservación del
grupo. No es una cuestión ética o moral; es pura conservación biológica.
3.
Reproducirse: la otra gran orden del universo
Así como hay
que alimentarse para vivir, también es imprescindible reproducirse para
perpetuar la especie. Y aquí, el Cosmo-Poder actúa con una sabiduría
silenciosa. Los seres vivos nacen de huevos, vientres o semillas, pero todos
responden a una misma lógica: la expansión de la vida mediante estrategias
afinadas por la evolución.
Las frutas,
por ejemplo, no solo sirven de alimento. Son vehículos inteligentes. Los
árboles desarrollaron frutos coloridos y sabrosos para atraer animales que, al
consumirlos, dispersan sus semillas lejos del árbol madre, a través de las
heces. Así, el bosque se reproduce sin desplazarse.
Este tipo de
“inteligencia vegetal” —sin cerebro, pero con función— es una prueba más de que
el universo opera con un orden profundo y funcional. Uno que no necesita
religión ni propósito humano para sostenerse. El diseño no requiere diseñador; basta con la selección
natural.
4.
¿Existe una moral en la naturaleza?
Los humanos
tendemos a juzgar nuestras acciones desde criterios morales. ¿Está bien comer
carne? ¿Debemos dejar de matar animales? ¿Es mejor vivir solo de vegetales?
Estas
preguntas tienen sentido en el plano ético y cultural. Pero desde el punto de
vista natural, no existe el bien ni el mal. Solo existe el equilibrio. El león
no es cruel por cazar una gacela. La gacela no es culpable por pastar sobre la
hierba. Comer y ser comido forman parte del mismo ritual sagrado: el mantenimiento de la vida a través
de la muerte.
Incluso con
toda nuestra ciencia y tecnología, seguimos obedeciendo las mismas leyes
fundamentales que una hormiga o una flor: nacemos, nos alimentamos, nos
reproducimos y morimos. Y luego, nuestros cuerpos alimentan a otras formas de
vida.
Sin embargo,
el ser humano moderno ha roto muchos de esos ciclos. Hemos multiplicado el
consumo más allá de la necesidad, hemos creado industrias que separan el acto
de alimentarse de sus consecuencias ecológicas, y hemos alterado radicalmente
el equilibrio natural. El Cosmo-Poder no lo castiga… pero tampoco lo permite
sin consecuencias: ahí
entra en juego la entropía, el colapso, el ajuste inevitable.
5.
El mandato silencioso del Cosmo-Poder
No
necesitamos un dios con barba ni un juicio final para explicar nuestro lugar en
el universo. El Cosmo-Poder no juzga, ni condena, ni salva. Solo impone un
orden natural inquebrantable. Y su gran mandato es este: la vida debe alimentarse de la vida
para seguir existiendo.
Este
principio no convierte el acto de matar o de alimentarse en un crimen, sino en
una necesidad inherente al equilibrio cósmico. Entenderlo no significa
justificar la crueldad innecesaria, sino todo lo contrario: nos obliga a actuar con respeto, con
conciencia, y sin arrogarnos un poder que no nos pertenece. No
somos los amos de la Tierra. Somos parte de ella.
Y quizás, si
logramos comprender cómo todo está conectado —animales, humanos, plantas,
muerte, nacimiento, alimentación—, podamos vivir de forma más armónica, más
agradecida y más consciente de nuestra posición en ese entramado que no tiene
centro, pero sí orden.
6.
¿Escucharemos la voz del universo?
Al final,
todos venimos del mismo Big Bang. Todos compartimos átomos que alguna vez
formaron parte de estrellas, rocas, árboles y otros seres. Todos estamos unidos
por esa vibración original que aún resuena en el fondo de la existencia.
Ese pulso
invisible, impersonal pero perfecto, es el Cosmo-Poder.
Amén,
así es y así será.
¿Tendremos la sabiduría
de escucharlo?
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