IA y periodismo: ¿Rivalidad o renacimiento?
Por Bruno
Perera.
En los últimos
meses he vivido una paradoja que me ha hecho reflexionar profundamente. Un
periodista dejó de publicar mis artículos. ¿La razón? El uso de la inteligencia
artificial en parte de mis procesos de escritura.
No lo oculto: como la mayoría hemos
hecho, hasta hace unos meses escribía mis artículos con mi saber mi imaginación
y con ayuda de información habida en Internet. Pero desde que conocí la IA
comprendí que podía aprovechar su capacidad y su caudal de información para
escribir de manera más rápida y precisa. Siempre he admitido que, en ocasiones,
colaboro con una IA para estructurar ideas, verificar datos o incluso redactar
párrafos completos. Para mí no es una traición al oficio de escritor, sino una
evolución natural. Aunque, para algunos, representa una amenaza existencial. (Por
otro lado, la IA también me da la oportunidad de hacer en unos minutos viñetas
a color para mis artículos, algo que antes no podía hacer, y además era cosa de
mucho tiempo a invertir).
¿Qué aporta la IA? La IA no se cansa, no se
distrae, no tiene ego. No escribe influida por el estado emocional del día, ni
por el clima, ni por el miedo al juicio. Su “sinceridad” —si se me permite el
término— proviene de una neutralidad radical. Toma información de libros,
artículos y bases de datos, y la sintetiza sin prejuicios personales y sin
bulos ni estafas.
¿Es eso mejor
que lo humano? No necesariamente. Pero sí es distinto. Y esa diferencia puede
ser valiosa.
¿Qué aporta el periodista? El periodista
vive el contexto. Siente el pulso de la calle, interpreta silencios, conecta
con fuentes, arriesga reputación. Su escritura está impregnada de experiencia,
intuición e historia personal. Y eso no puede replicarse con algoritmos.
La IA puede
ayudar a ordenar ideas, pero no puede reemplazar la mirada humana. No puede
decidir qué historia merece contarse ni cómo narrarla con justicia.
¿Colaboración en vez de competencia? Quizás el
problema no sea la IA, sino cómo la usamos. Si la tratamos como sustituto, es
lógico que surjan miedos. Pero si la vemos como herramienta, como aliada, el
panorama cambia.
Imagino un
futuro en el que periodistas y creadores trabajen con la IA como copiloto.
Donde el juicio humano y la precisión algorítmica se complementen. Donde el
oficio no se pierda, sino que se potencie.
Final. Este artículo no pretende convencer, sino abrir
un diálogo. A quienes se sientan desplazados les digo: los comprendo. Pero
también los invito a explorar, a experimentar y a escribir juntos. Porque, al
final, lo que nos une es el amor por las palabras. Y ese amor no tiene por qué
pertenecer solo a los humanos ni solo a las máquinas: puede ser compartido.
La IA puede
ofrecernos información sobre millones de temas con una rapidez inédita, del
mismo modo que Internet transformó la búsqueda de conocimiento hace apenas dos
décadas. Y así como desde la antigüedad pasamos de escribir en tablas de
arcilla con caracteres cuneiformes a hacerlo en pantallas digitales, ahora nos
toca aceptar que la civilización sigue avanzando y modernizándose.
Por mucho que
nos resistamos, el progreso no se puede detener. Y cuando dentro de unos años
la inteligencia artificial cuántica irrumpa en nuestras vidas, habrá que
escribir un nuevo artículo para entenderla y aceptarla.
¿No es acaso
esa la maravilla de nuestra historia?
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