Cuando los árboles crecen sin tierra
Por Bruno Perera.
Observaciones que cuestionan una creencia común
Hace algunos
años, durante un viaje al norte de Noruega, observé algo que en su momento me
resultó desconcertante: semillas de pinos germinando en simples grietas de la
roca. No había suelo visible, apenas polvo y humedad. Sin embargo, allí
estaban, creciendo lentamente, alimentados casi exclusivamente por el agua de
lluvia y la luz solar.
Tiempo
después, en Austria, encontré un fenómeno similar. En la azotea de hojalata de
una fábrica habían crecido varios árboles de alrededor de metro y medio de
altura. Habían germinado en los pequeños huecos formados por los pliegues de
las planchas metálicas, donde apenas se acumulaba algo de polvo. Aun así, esos
árboles prosperaban.
Estas
experiencias conducen a una pregunta fundamental: ¿realmente necesitan las
plantas tierra para germinar y crecer?
La idea equivocada: la tierra como alimento
De forma
intuitiva solemos pensar que la tierra es el alimento de las plantas. Sin
embargo, desde el punto de vista científico, esta idea es incorrecta. La mayor
parte de la masa de un árbol no proviene del suelo, sino del aire y del agua.
Mediante la
fotosíntesis, las plantas utilizan:
- Dióxido de carbono (CO₂) del aire, que les aporta
el carbono
- Agua, que aporta hidrógeno y
oxígeno
- Energía solar, que impulsa todo el
proceso
Más del 90–95
% de la materia seca de una planta procede de estas fuentes. El suelo solo
contribuye una fracción pequeña, pero esencial, en forma de minerales.
Entonces, ¿para qué sirve la tierra?
El suelo no es
tanto un alimento como un medio que cumple varias funciones prácticas:
1.
Anclaje: permite que
la planta se sostenga y resista el viento.
2.
Reserva de agua: actúa como
una esponja que retiene humedad.
3.
Suministro de minerales: aporta nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio, calcio o hierro, pero
en cantidades muy pequeñas.
Cuando alguna
de estas funciones puede cumplirse de otra manera, la tierra deja de ser
imprescindible.
Cómo es posible crecer sobre roca o metal
En los casos
observados —rocas en Noruega y hojalata en Austria— se dan una serie de
procesos sutiles pero eficaces:
- El polvo atmosférico
contiene minerales.
- El agua de lluvia disuelve
pequeñas cantidades de nutrientes de la roca o de los depósitos
acumulados.
- El polen, restos
orgánicos y excrementos de aves aportan materia adicional.
- Los pliegues, grietas o
irregularidades retienen humedad.
Además, muchas
plantas establecen relaciones simbióticas con hongos micorrícicos, que
amplían enormemente la capacidad de las raíces para captar nutrientes incluso
en ambientes extremadamente pobres.
Así, una
cantidad ínfima de material es suficiente para sostener la vida vegetal.
Germinar sin suelo: un fenómeno común
Lejos de ser
una rareza, la germinación sin suelo es frecuente en la naturaleza. Numerosas
especies colonizan superficies aparentemente estériles:
- Pinos y abedules en rocas
- Higueras en muros
- Helechos en paredes
húmedas
- Orquídeas epífitas sobre
troncos
- Musgos y líquenes sobre
piedra desnuda
Algunas de
estas plantas pasan toda su vida sin contacto directo con el suelo.
Las plantas como creadoras de suelo
Desde la
ecología se entiende que el suelo no es siempre el punto de partida, sino a
menudo el resultado final.
Las plantas
pioneras colonizan roca desnuda, crecen, mueren y se descomponen. Sus restos
orgánicos, junto con la acción del agua y los microorganismos, generan
progresivamente suelo. Ese nuevo suelo permite la llegada de otras especies más
exigentes.
En este
sentido, puede decirse que las plantas crean el suelo, no al revés.
Conclusión
Las
observaciones de árboles creciendo en grietas de roca o sobre tejados metálicos
nos obligan a replantear ideas muy arraigadas. Las plantas no necesitan tierra
en el sentido tradicional; necesitan agua, luz, dióxido de carbono y una
cantidad mínima de minerales, que pueden obtener de múltiples fuentes.
La tierra es
una solución eficaz y común, pero no una condición absoluta. Allí donde haya
luz, agua y un pequeño aporte mineral, la vida vegetal encuentra la manera de
abrirse paso.
Estos
fenómenos nos recuerdan la extraordinaria capacidad de adaptación de las
plantas y su papel fundamental como arquitectas silenciosas de los paisajes que
habitamos.

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