Retener el agua de los barrancos: una idea simple que Lanzarote necesita
Por Bruno
Perera.
Cada vez que
llueve en Lanzarote, los barrancos se llenan de vida durante unas horas: el
agua corre con fuerza hacia el mar, arrastrando tierra fértil, ramas, piedras…
y una oportunidad perdida. En una isla donde el agua vale más que el oro,
seguimos permitiendo que millones de litros se escapen sin control, mientras
los agricultores miran al cielo esperando la próxima tormenta y el Cabildo se
lamenta por la “escasez hídrica”.
La solución no
es un invento moderno, sino puro sentido común: instalar compuertas o
pequeñas presas regulables en los grandes barrancos para retener parte del agua
de lluvia. Esa agua almacenada podría aprovecharse después para regar fincas
cercanas, reforestar zonas áridas o simplemente mantener un nivel mínimo de
humedad que beneficiaría al ecosistema. No se trata de grandes obras ni de
alterar el paisaje, sino de aplicar una inteligencia básica a un recurso que
hoy se desperdicia.
Antiguamente,
los lanzaroteños ya sabían hacerlo. Las gavias y los nateros eran
sistemas de captación natural de agua que convirtieron terrenos secos en zonas
fértiles. Pero con el paso del tiempo, la modernidad trajo olvido, burocracia y
miedo a innovar. Ahora parece que cualquier intento de intervenir en el medio
natural, aunque sea para mejorarlo, es motivo de escándalo.
Y ahí es donde
entran los de siempre: los “ecolojetas”, esos activistas de despacho que
se rasgan las vestiduras cada vez que alguien propone una obra útil. Gritan que
“no se debe jugar con la naturaleza”, pero callan cuando el agua se pierde en
el océano y los agricultores abandonan sus tierras. Defender la naturaleza no
debería significar condenar a una isla al abandono y la dependencia del agua
desalada, carísima y de poca calidad para el cultivo.
Con una
política valiente y una mínima inversión, el Cabildo podría construir microembalses
controlados, con compuertas automáticas que regulen el caudal y eviten
inundaciones. Cada metro cúbico retenido sería un beneficio directo para la
agricultura local, la fauna y la regeneración del suelo. Y si el riego se hace
por goteo, ese agua podría sostener cultivos durante meses, especialmente en
las zonas más castigadas por la sequía.
Lanzarote
necesita menos discursos vacíos y más soluciones prácticas. No se trata de
“jugar con la naturaleza”, sino de aprender a convivir con ella
inteligentemente, como hicieron nuestros antepasados. Porque si seguimos
dejando que el agua se vaya al mar, la isla terminará tan seca como las ideas
de quienes gobiernan sin escuchar la lógica del territorio.

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