Palestina antes de Israel: una verdad incómoda
Por Bruno
Perera
No defiendo a
Israel. Nunca lo he hecho. Y siempre he sostenido que los palestinos ya
habitaban Canaán mucho antes de la llegada de los hebreos. Esta afirmación,
incómoda para muchos, no es una ocurrencia personal: está respaldada por
fuentes históricas, arqueológicas y por el propio relato bíblico, aunque este
último haya sido manipulado durante siglos para justificar conquistas,
desplazamientos y exclusiones.
Breve repaso histórico. Según el
Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, los hebreos —también llamados
judíos— fueron liberados de la esclavitud en Egipto por Moisés. Tras vagar por
el desierto durante unos cuarenta años, se asentaron en la Tierra de Moab,
donde Moisés murió sin haber pisado la tierra prometida: Canaán, según su dios
Yahvé (Iahú).
Hacia el año
1450 a.C., Canaán ya estaba habitada por diversas etnias: jebuseos, amorreos,
cananeos, filisteos (antecesores de los actuales palestinos) y otros pueblos
semitas. La llegada de los hebreos no fue una peregrinación espiritual, sino
una invasión militar liderada por los levitas. Desde entonces, esa tierra ha
sido escenario de conflictos, conquistas y desplazamientos.
De la Biblia a la ONU: el conflicto moderno. Israel y Judá, los dos reinos hebreos, fueron invadidos repetidamente por
imperios vecinos y lejanos: egipcios, asirios, babilonios, persas, griegos,
romanos, árabes, otomanos y británicos. La región nunca conoció una paz
duradera. En 1948, tras el horror del Holocausto y bajo presión internacional,
la ONU aprobó la creación del Estado de Israel. Se prometió una convivencia
pacífica con los palestinos. Pero esa promesa fue una farsa.
El sionismo
político, lejos de buscar la paz, se dedicó a consolidar un proyecto de expansión
territorial y exclusión étnica. Israel mintió a los palestinos, ofreciéndoles
una nación compartida mientras planificaba su marginación. Desde entonces, la
región ha sido testigo de guerras, ocupaciones, desplazamientos forzados y
masacres sistemáticas.
La resistencia y la manipulación. La demanda
palestina por una nación independiente dio origen a movimientos como Hamás y
Hezbolá, que —aunque polémicos— nacieron como respuesta a décadas de ocupación,
humillación y abandono internacional. Mientras tanto, Israel continúa con sus
operaciones militares, muchas de ellas condenadas por organismos de derechos
humanos.
En medio de
este conflicto, surgen iniciativas como la Flotilla Sumud: una caravana de unos
35 barcos que partió desde España rumbo a Gaza, supuestamente con ayuda
humanitaria. Pero la intención real de sus organizadores parece haber sido
otra: provocar una interceptación por parte de la Armada israelí para generar
un escándalo mediático y ganar notoriedad política.
Si realmente
hubieran querido entregar ayuda humanitaria, podrían haber desembarcado en el
puerto de Ashdod y gestionado la entrega por canales diplomáticos. Pero no lo
hicieron. Prefirieron el espectáculo. Y en todo esto, el PSOE apoya a la
Flotilla para ganar votos, aunque con ello ponga a España entre la espada y la
pared en el tablero internacional.
La instrumentalización del sufrimiento. El sufrimiento
palestino se ha convertido en moneda de cambio. Gobiernos, oenegés y partidos
políticos lo utilizan para proyectar una imagen de compromiso humanitario,
mientras evitan confrontar las raíces del conflicto. La Flotilla Sumud es solo
un ejemplo: activistas que, en lugar de buscar soluciones reales, prefieren el
teatro mediático. Y partidos como el PSOE, que se suman a estas iniciativas no
por convicción, sino por cálculo electoral, arrastran a España a una posición
diplomática ambigua y peligrosa.
Conclusión. La historia de Palestina es la historia de un
pueblo que existía antes de Israel, que fue desplazado, silenciado y
demonizado. La narrativa oficial —bíblica, política y mediática— ha servido
para justificar lo injustificable. Pero los hechos están ahí, y no se borran
con propaganda.
La verdad,
aunque incómoda, debe ser dicha. Y repetida. Hasta que se escuche.

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