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viernes, 3 de octubre de 2025

Palestina antes de Israel: una verdad incómoda

 


Palestina antes de Israel: una verdad incómoda

Por Bruno Perera

No defiendo a Israel. Nunca lo he hecho. Y siempre he sostenido que los palestinos ya habitaban Canaán mucho antes de la llegada de los hebreos. Esta afirmación, incómoda para muchos, no es una ocurrencia personal: está respaldada por fuentes históricas, arqueológicas y por el propio relato bíblico, aunque este último haya sido manipulado durante siglos para justificar conquistas, desplazamientos y exclusiones.

Breve repaso histórico. Según el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, los hebreos —también llamados judíos— fueron liberados de la esclavitud en Egipto por Moisés. Tras vagar por el desierto durante unos cuarenta años, se asentaron en la Tierra de Moab, donde Moisés murió sin haber pisado la tierra prometida: Canaán, según su dios Yahvé (Iahú).

Hacia el año 1450 a.C., Canaán ya estaba habitada por diversas etnias: jebuseos, amorreos, cananeos, filisteos (antecesores de los actuales palestinos) y otros pueblos semitas. La llegada de los hebreos no fue una peregrinación espiritual, sino una invasión militar liderada por los levitas. Desde entonces, esa tierra ha sido escenario de conflictos, conquistas y desplazamientos.

De la Biblia a la ONU: el conflicto moderno. Israel y Judá, los dos reinos hebreos, fueron invadidos repetidamente por imperios vecinos y lejanos: egipcios, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, árabes, otomanos y británicos. La región nunca conoció una paz duradera. En 1948, tras el horror del Holocausto y bajo presión internacional, la ONU aprobó la creación del Estado de Israel. Se prometió una convivencia pacífica con los palestinos. Pero esa promesa fue una farsa.

El sionismo político, lejos de buscar la paz, se dedicó a consolidar un proyecto de expansión territorial y exclusión étnica. Israel mintió a los palestinos, ofreciéndoles una nación compartida mientras planificaba su marginación. Desde entonces, la región ha sido testigo de guerras, ocupaciones, desplazamientos forzados y masacres sistemáticas.

La resistencia y la manipulación. La demanda palestina por una nación independiente dio origen a movimientos como Hamás y Hezbolá, que —aunque polémicos— nacieron como respuesta a décadas de ocupación, humillación y abandono internacional. Mientras tanto, Israel continúa con sus operaciones militares, muchas de ellas condenadas por organismos de derechos humanos.

En medio de este conflicto, surgen iniciativas como la Flotilla Sumud: una caravana de unos 35 barcos que partió desde España rumbo a Gaza, supuestamente con ayuda humanitaria. Pero la intención real de sus organizadores parece haber sido otra: provocar una interceptación por parte de la Armada israelí para generar un escándalo mediático y ganar notoriedad política.

Si realmente hubieran querido entregar ayuda humanitaria, podrían haber desembarcado en el puerto de Ashdod y gestionado la entrega por canales diplomáticos. Pero no lo hicieron. Prefirieron el espectáculo. Y en todo esto, el PSOE apoya a la Flotilla para ganar votos, aunque con ello ponga a España entre la espada y la pared en el tablero internacional.

La instrumentalización del sufrimiento. El sufrimiento palestino se ha convertido en moneda de cambio. Gobiernos, oenegés y partidos políticos lo utilizan para proyectar una imagen de compromiso humanitario, mientras evitan confrontar las raíces del conflicto. La Flotilla Sumud es solo un ejemplo: activistas que, en lugar de buscar soluciones reales, prefieren el teatro mediático. Y partidos como el PSOE, que se suman a estas iniciativas no por convicción, sino por cálculo electoral, arrastran a España a una posición diplomática ambigua y peligrosa.

Conclusión. La historia de Palestina es la historia de un pueblo que existía antes de Israel, que fue desplazado, silenciado y demonizado. La narrativa oficial —bíblica, política y mediática— ha servido para justificar lo injustificable. Pero los hechos están ahí, y no se borran con propaganda.

La verdad, aunque incómoda, debe ser dicha. Y repetida. Hasta que se escuche.

 

 

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