Los MENAs deben estar con sus familias en África y no raptados en Canarias
Por Bruno
Perera.
En Canarias se
encuentran actualmente alrededor de 6.000 menores extranjeros no acompañados
(MENAs) alojados en albergues y centros de acogida. La mayoría procede de Marruecos,
Mauritania, Senegal, Malí y Gambia, países donde las redes de tráfico de
personas y la falta de oportunidades empujan a muchos jóvenes a embarcarse en
una travesía peligrosa rumbo a Europa.
La estrategia del asilo político. Un aspecto
llamativo es que, asesorados por abogados vinculados a oenegés
proinmigración ilegal, unos 1.000 menores originarios de Malí han
solicitado asilo político, bajo el argumento de que su país atraviesa un
conflicto armado. Con ello, se pretende que el Estado español asuma
directamente su tutela, priorizando su situación frente a la de otros menores
de países donde no hay guerra abierta.
Esta maniobra,
en parte alentada por el propio Gobierno canario, busca trasladar al Estado
la responsabilidad de esos menores, generando además un precedente que
puede multiplicar los casos.
Una cuestión ética: ¿acogida o rapto encubierto?
Más allá de
los acuerdos internacionales que obligan a España a dar albergue y ayuda
humanitaria, conviene preguntarse:
¿Dónde
deberían estar realmente estos menores?
¿No es lo más
justo que estén con sus familias en sus países de origen?
Cuando se
retiene a un menor sin la autorización de sus padres o tutores legales, aunque
sea bajo el paraguas de la “protección humanitaria”, se corre el riesgo de
convertir la acogida en un rapto institucionalizado.
El negocio detrás de los MENAs. Las mafias que
controlan la inmigración irregular suelen instruir a los menores para ocultar
su verdadera identidad, no portar pasaporte ni documentos familiares y así
evitar una posible deportación. Sin embargo, en muchos casos se logra
identificar a sus familias cuando los propios jóvenes llaman a casa tras llegar
a Canarias.
El problema es
que quienes gestionan los centros de acogida a menudo miran hacia otro lado,
porque existe un claro incentivo económico: se estima que el coste por menor
ronda los 150 euros al día. Así, oenegés, empresarios y ciertos
actores políticos convierten la acogida en un negocio lucrativo a costa
del erario público.
Canarias: una sociedad saturada. Mientras
tanto, la población canaria sufre las consecuencias de una presión social
insostenible:
Sanidad,
escuelas, policía, servicios de rescate y Cruz Roja están al límite de su capacidad.
El mercado
de la vivienda se encuentra tensionado: los alquileres alcanzan cifras
récord, en parte por la fuerte demanda generada por la inmigración.
Según datos
recientes, 3 de cada 10 canarios viven en el umbral de la pobreza, lo
que hace más evidente la paradoja de que se destinen ingentes recursos públicos
a la acogida mientras los propios ciudadanos carecen de soluciones.
Solidaridad sí, pero con sentido común. La solidaridad
es un valor fundamental, pero no puede convertirse en un castigo para los
canarios. La acogida indiscriminada, sin una planificación clara ni una
política firme contra las mafias, sólo agrava los problemas sociales de las
islas.
Canarias no
puede ni debe ser la sala de espera de Europa ni el laboratorio donde se
ensayan políticas migratorias improvisadas. Los menores tienen derecho a vivir
en condiciones dignas, pero sobre todo tienen derecho a estar con sus
familias.
La verdadera
solución pasa por cooperar con los países de origen, desmantelar las
mafias y trabajar para que esos niños y adolescentes tengan futuro en su
tierra. Lo contrario es perpetuar un círculo de negocio, desarraigo y
explotación, disfrazado de solidaridad.

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