El ADN es la huella cósmica y también el instinto primordial
de la vida
Por Bruno Perera
Desde el más pequeño musgo hasta los majestuosos árboles, la
vida en la Tierra es un enorme entramado de organismos que comparten una
herencia común: el ADN, o ácido desoxirribonucleico. Este complejo ácido, que
se encuentra en el núcleo de las células eucariotas, actúa como el libro de
instrucciones de cada organismo, almacenando y transmitiendo la información
genética necesaria para su desarrollo, funcionamiento y reproducción. Pero,
¿podemos considerar el ADN no solo como un componente biológico, sino también
como un vínculo con el cosmos?
La idea de que el ADN es “polvo de estrellas” nos invita a
reflexionar sobre nuestras raíces cósmicas. En el corazón de esta noción está
el entendimiento de que todos los elementos que componen nuestro cuerpo,
incluidos los átomos de carbono, oxígeno y nitrógeno, se formaron en el
interior de estrellas que explotaron hace miles de millones de años. Así, cada
ser vivo no es solo un producto de su entorno, sino un fragmento de la historia
del universo, un eco de la energía primordial que dio origen a todo.
A medida que exploramos la diversidad de los organismos,
notamos que, a pesar de las diferencias en la estructura y función celular,
todos comparten la misma base genética. Las células animales, por ejemplo,
poseen un núcleo bien definido donde reside el ADN, mientras que, musgos, hierbas y plantas, aunque también eucariotas, han evolucionado para realizar la
fotosíntesis gracias a los cloroplastos que contienen. Los árboles, con su
complejidad y monumentalidad, son un testimonio de cómo el ADN ha permitido la
adaptación y el crecimiento en diversas formas de vida.
Este ADN, que podríamos considerar como un instinto
primordial, es más que un simple código genético. Es el legado de la vida, una
memoria que trasciende el tiempo y el espacio. Cada organismo lleva consigo la
información que le ha sido transmitida de generación en generación, un saber
que ha sido pulido a lo largo de eones. En este sentido, el ADN se convierte en
un canal a través del cual el “Cosmo-Poder” se manifiesta en la vida, un
instinto que guía a cada ser en su camino hacia la existencia.
Al reflexionar sobre nuestra conexión con el universo,
podemos imaginar que cada uno de nosotros, al nacer, portamos la historia de un
cosmos que ha evolucionado desde el Big Bang. La vida es, en muchos aspectos,
un viaje de descubrimiento en el que recordamos, aunque de manera fragmentada,
la energía cuántica que nos precede. En este viaje, el ADN actúa como un mapa
que nos guía, un recordatorio de que somos parte de un todo mucho más grande.
En conclusión, el ADN no es solo el fundamento biológico de
la vida, sino también un símbolo de nuestra conexión con el cosmos. Cada célula
de nuestro ser es un testigo de millones de años de evolución y un portador de
la sabiduría ancestral que nos une a todos los organismos. Al entender el ADN
como una huella cósmica, comenzamos a apreciar la vida no como un fenómeno
aislado, sino como una expresión del universo mismo, un viaje compartido de
instinto, memoria y existencia en un infinito y misterioso cosmos.
Ver artículos sobre la procedencia del ADN:
https://www.elespanol.com/ciencia/20160407/115488721_0.html
https://sebbm.es/rincon-del-aula/lo-que-nos-cuenta-de-ti-el-adn/
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