Por Bruno Perera.
La esencia de la existencia, según mi perspectiva, se
encuentra en el concepto del Cosmo-Poder, una fuerza creadora que emergió de la
NADA y, a través del Big Bang, dio origen al universo tal como lo conocemos.
Este proceso no fue guiado por el amor, sino por una serie de leyes evolutivas
que dictan la transformación continua de la materia y la vida.
Desde el inicio de los tiempos, el universo ha estado en
constante cambio, impulsado por la necesidad de evolución. Todo ser vivo y
semivivo está obligado a multiplicarse, y es en este contexto donde se
manifiesta lo que muchos denominan amor. Sin embargo, debo señalar que este
sentimiento, especialmente entre parejas jóvenes, es en realidad una ilusión
química. Es una especie de "droga" que el Cosmo-Poder ha implantado
en nosotros, motivada por la testosterona y otros factores biológicos, para
asegurar la perpetuación de la especie.
Con el paso del tiempo, lo que comúnmente se confunde con
amor tiende a desvanecerse. A medida que envejecemos, la conexión que una vez
sentimos se transforma en una necesidad de compañía, nacida del miedo a
enfrentar la soledad y la muerte. Esta dinámica se observa no solo en los
humanos, sino también en el reino animal, donde la esencia de la
"relación" se convierte en una cuestión de supervivencia más que de
afecto genuino.
La crianza de los hijos, a menudo aclamada como un acto de
amor incondicional, en realidad responde a una obligación innata impuesta por
el Cosmo-Poder. Los niños, al nacer como criaturas inocentes y vulnerables,
evocan en nosotros un instinto de protección, diseñado para garantizar su
supervivencia. Este mismo fenómeno se reproduce en el mundo animal, donde la
prole es cuidada no por amor, sino por un impulso biológico.
Incluso en el reino vegetal, el amor es una noción ausente.
Musgos, hierbas, plantas y árboles no experimentan afecto; su existencia está
regida por la obligación de multiplicarse. Este imperativo los impulsa a
producir semillas y otros mecanismos de reproducción, contribuyendo así a la
continuidad de la vida en la Tierra.
El escritor Khalil Gibran, en su obra "El Profeta",
encapsula esta idea de manera poética al afirmar que "los padres son el
arco y los hijos las flechas que moran en la casa del mañana". Esta
metáfora resuena profundamente con la naturaleza de la vida misma: cada ser
vivo es lanzado hacia lo desconocido, hacia un futuro donde habrá de poblar la
Tierra, todo ello sin la guía del amor.
En conclusión, el Cosmo-Poder, a través de sus leyes
inmutables, nos ha creado en un mundo donde el amor, tal como lo entendemos, es
una construcción que no tiene cabida en la esencia misma de la vida. Somos
parte de un vasto mecanismo que opera en función de la evolución y la
multiplicación, donde los sentimientos son meras herramientas para asegurar la
continuidad de nuestras especies. Así, la vida, en su forma más pura, se
manifiesta como un viaje hacia lo desconocido, impulsado por la necesidad, no
por el amor.
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