El “Desmudus rotundus” y el COVID 19
Por Alberto Vázquez Figueroa
El “Desmodus rotundus”, también conocido como vampiro de
Azara, es un murciélago de la subfamilia de los desmodontinos, y es en la
actualidad la única especie del género Desmodus.
Habita desde México hasta el norte de Chile, su pelaje es corto, brillante
y áspero, de color castaño parduzco y a veces anaranjado. Presenta diversas
adaptaciones morfológicas debidas a su alimentación; hocico aplastado, dientes
especializados y capacidad de desplazamiento apoyándose sobre el antebrazo con
las alas replegadas. La longitud del cuerpo alcanza nueve centímetros, la
del antebrazo seis y carece de cola. Pesa entre veinte y cuarenta gramos y se
alimenta exclusivamente de sangre.
Ataca al ganado y a ungulados salvajes, pero muy raramente al hombre y
nunca a los perros que al parecer presienten su presencia.
Su dentadura está compuesta de veinticuatro piezas, con dos incisivos muy
afilados, que le sirven para abrir superficialmente la piel de su fuente de
alimento ya que se limita a lamer la herida para extraer la sangre que no deja
de manar debido a que su saliva posee un anticoagulante.
La escasa cantidad de sangre consumida rara vez daña al animal afectado,
aunque suelen acudir cada noche a atacar a la misma víctima ya que si pasa dos
noches sin alimentarse peligra.
Un ejemplar en cautividad puede llegar a tomar cerca de veintiséis litros
de sangre al año. Su mayor peligro se encuentra en que puede transmitir la
rabia.
Uno de los primeros en relatar sus experiencias con los murciélagos hematófagos
fue Gonzalo Fernández de Oviedo en su Sumario de la Natural Historia de
las Indias de 1526.
Algunos investigadores creen que el virus COVID-19 saltó de los murciélagos
a los humanos porque al caer la tarde abandona una cueva en Tailandia por millones y en ese
momento los aldeanos se llevan sus excrementos.
Ello proporciona al templo budista Khao Chong Phran grandes ingresos y
suministra fertilizantes de alta calidad a los agricultores. Llevan
haciendo durante décadas y aseguran que nunca han tenido problemas de salud,
pero los murciélagos son grandes reservorios de coronavirus a los que son
inmunes. Sin embargo, al saltar de a los humanos provocan graves enfermedades
como ya ocurrió con el SARS en 2002 y ha vuelto a ocurrir con el COVID-19.
Las investigaciones apuntan a que la pandemia actual se originó por el
contacto estrecho de humanos bien con murciélagos o bien con un animal
intermedio que habría actuado de transmisor.
En algunas partes de
África y Asia se consume carne de murciélago lo que representa un riesgo tanto
para quien manipula un cadáver repleto de fluidos, como para quien lo consume.
El ébola, el
virus Hendra, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), la leptospirosis,
la salmonelosis y la histoplasmosis suelen estar transmitidas por
murciélagos, pero es poco probable que las contagien directamente. En zonas
geográficas donde abunda la rabia un cinco por ciento son portadores del virus.
La draculina es uno de
los principales anticoagulantes contenidos en la saliva de los murciélagos
vampiro ya que contiene dos tipos de compuestos químicos que le permiten
una alimentación adecuada: por un lado, los anticoagulantes mantienen
la sangre fluyendo para que pueda seguir alimentándose y por otro,
los anestésicos que adormecen al animal.
La “draculina” es uno
de los principales anticoagulantes contenidos en su saliva, y muchos
científicos opinan que posee aplicaciones terapéuticas para el tratamiento de
apoplejías y ataques cardíacos. El desmoteplase, un fármaco
que se obtiene de una proteína hallada en esa saliva puede ayudar a disolver
coágulos cerebrales.
Afamados científicos
visitan con frecuencia Papallacta, una pequeña localidad ecuatoriana situada a
unos y tres mil metros de altura en la cordillera andina y en la que abundan
los ancianos capaces de trabajar hasta edades muy avanzadas. Lo achacan a que
en alguna ocasión fueron atacados por los “desmodus rotundus” abundantes
en la zona, pero que al no haberles contagiado la rabia les trasmitieron sus
propiedades terapéuticas.
Curiosamente muchos
son alérgicos al ajo, lo que aprovechó Bram Stoker a la hora de escribir su
novela “Drácula” pese a que en Transilvania nunca hubieran existido ese tipo de
murciélagos.
Como la situación es
muy seria, quiero dejar constancia, bajo mi responsabilidad, que en 1969 uno de
esos murciélagos me mordió cerca de Papallacta y que desde entonces jamás he
estado enfermo.
Tal vez los
científicos encuentren por ese camino una solución al problema.
Puede que esté
haciendo el ridículo, pero cuando están muriendo tantos inocentes más vale
hacer el ridículo que guardar silencio. AVF.
Nota para los
lectores. Este artículo ha sido donado por Alberto Vázquez Figueroa a Bruno
Perera como cortesía y regalo por sus tantos artículos que ha escrito y
publicado relacionados con la pandemia COVID 19.
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