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miércoles, 24 de agosto de 2022

Las 7 muertes de VOX

 

La Gaceta.com 24 de agosto 2022

La primera vez que mataron a VOX el partido era todavía un nasciturus. De las primeras ecografías renegaron muchos de sus primeros progenitores, porque no reconocían en ellas sus propias facciones, convencidos como estaban de que sus genes debieran ser predominantes. 

Tras el fracaso de las elecciones europeas de 2014, es decir, antes de que el proyecto viera la luz de la representación, ya lo enterraban como a un aborto honoris causa, rogando muchos de sus precursores que aquella infidelidad al sistema se olvidara pronto, sin luto ni llantos, al revés, festejando con mucha algarabía la salud anaranjada de Ciudadanos, un retoño que cumplía con los estándares de la moral política y que no escandalizaba a la liga de las buenas costumbres que habita en redacciones y consejos de administración, en sacristías o tertulias. Aquel desliz ominoso no debería truncar las aspiraciones de señoritos con futuro de moqueta ni turbar el descanso de los prebostes progres y la democracia que se habían dado.

Pero resultó que, tenue, como el llanto de un recién nacido arrojado a la basura, la vocecilla de VOX no terminó de callarse. En política, si se resiste, de la primera muerte, se sale.

Hasta los becarios de las redacciones más mediocres se permitían dar consejos a aquel quijotillo de Amurrio

Antes de que Pedro Sánchez se inventara lo de la resiliencia (concepto quizá más adecuado para describir la capacidad de ciertos organismos para adaptarse y sobrevivir incluso a desastres nucleares) Santiago Abascal se acercó al timón del partido fallecido y convocó un congreso del que salió elegido hablando de cosas que pocos entendían y de las que nadie quería hablar. Género, globalismo, inmigración, islamismo, soberanía amenazada, fraude climático… Y con esas palabras, raras en aquel entonces, se puso a atravesar un desierto que no ha transitado con éxito ninguno de los líderes políticos de la historia contemporánea.

Nadie ha estado tan solo en un banco de Sevilla, o en el peregrinaje triste por cafeterías o sótanos o cualquier tipo de catacumbas tan ajenas a la noticia. De vez en cuando, desde las alturas enviaban a algún redactor con ganas de medrar, para que hiciera una crónica divertida sobre el cadáver andante, en esa españolísima costumbre de calentar el hogar del poderoso con la leña cómoda del árbol caído. Cuánto desprecio y cuánta suficiencia sufrieron entonces los que permanecieron. Hasta los becarios de las redacciones más mediocres se permitían dar consejos a aquel quijotillo de Amurrio, mientras se burlaban de las bellezas que este cantaba de Dulcinea. O sea, de la patria, de la libertad, de la justicia, de la soberanía. En realidad nunca hubo un quijote más sanchificado, o sea, más lleno de sentido común, pero hasta quienes en su interior reconocían las verdades, se guardaban mucho de reconocerlas, no fueran a ser condenados al mismo ostracismo donde no hay pagas, ni publicidad, ni despachos, ni nombramientos de Villa y Corte. 

Ante el aparente ataúd de VOX comenzaba un peregrinaje de súplicas y plegarias para que se levantara y anduviese, murmuradas por españoles de toda condición

Sólo algunos miles de votos consiguió VOX en la cita electoral de Andalucía en 2015. Otros miles en las generales de ese mismo año y del siguiente. Recién renacido, y por segunda vez muerto. Así aparecía en las esquelas cuando había alguna página o alguna tertulia que rellenar. Ya no servía ni para hacer chistes.

Llegaron entonces los primeros preparativos del golpe catalán. Hasta entonces esos crímenes solían prepararse de manera clandestina, pero la postración del marianismo, la debilidad miedosa de las instituciones y los medios que viven también, y tan bien, de todas las administraciones, hicieron posible aquella rareza de un golpe de Estado cocinado al aire libre, financiado con dinero público de contribuyentes que todavía estaban pagando el expolio de las Cajas de Ahorros, y que tenían que sostener entonces las embajadas donde los separatistas contaban al mundo que España les robaba.

 Eran, además, los tiempos de la “nueva política”. Y los neopolitólogos se daban importancia analizando el fenómeno de aquella coleta que decía que podía con todo, o del más aseado líder naranja, producto de un marketing arrollador y modernísimo, como quizá no se había visto desde la operación Roca, el anuncio de la colonia Chispas o Manuel Luque, el director general de Camp, fenómenos que habían vivido los boomers pero que ahora arrasaban en el mercadeo político para seducir al votante millennial.

Santiago Abascal no tenía a esos genios publicitarios, ni hubiera podido pagarlos, pero ante el aparente ataúd de VOX comenzaba un peregrinaje de súplicas y plegarias para que se levantara y anduviese, murmuradas por españoles de toda condición que no se resignaban a contemplar en silencio aquel disparate, y que buscaban desesperados el milagro de un líder con el valor suficiente como para decirle stop a la historia del naufragio nacional.

En Colón, más de un centenar de miles de personas escucharon a Abascal sin que muchos supieran que a VOX lo habían matado ya dos veces

Y aquel VOX fantasmal se hizo otra vez carne. De nuevo burlas y chanzas al ver a Abascal denunciando la conspiración en los tribunales catalanes, y la dejación de funciones del Gobierno en el Supremo, y hasta enfrentando el golpe mismo en la calle, convocando a los españoles frente a sus ayuntamientos, el 30 de septiembre de 2017. Y, sorpresa, a pesar del silencio de los medios, y del activo boicot del partido del Gobierno, a aquellas concentraciones acudieron muchos. En la plaza de Cibeles, en Madrid, varios miles de personas agitaban banderas frente a un escenario que no existía, porque no estaban previstas intervenciones. Alguien convenció a Santiago para que se encaramara a una furgoneta, con el mismo megáfono con el que había hablado a nadie en Sevilla hacía apenas un año. 

 El sábado siguiente, con la misma improvisación que imponían los hechos, se convocó en la plaza de Colón, ya con un atril digno, y entonces fue más de un centenar de miles de personas las que escucharon al presidente de VOX sin saber muchos que a VOX lo habían matado ya dos veces. Y que no se había muerto.

En aquella concentración del 7 de octubre, detonante de la del día siguiente en Barcelona, estaba presente el todavía responsable de la política de comunicación del Partido Popular, Pablo Casado. Acudió como uno más, entre el público, y declinó en varias ocasiones la invitación que le hizo Santiago Abascal para subir al estrado de piedra desde donde iba a dirigirse a los asistentes. Probablemente él quería subir más arriba, y lo habría de conseguir algunos meses después.

Con aquella vuelta del “PP auténtico” retornaron los politólogos a su oficio de enterradores, y los cenizos a sus cenizas

De hecho, las primarias del Partido Popular que le encumbrarían como nuevo líder de la oposición constituyen el tercer entierro de VOX. Casado dijo entonces que “el PP había vuelto”, porque por lo visto mientras le había tocado gobernar se había ido. Después de derrotar a Soraya y a Cospedal, el recién estrenado líder popular se mostró muy seguro de que regresarían a la casa común aquellos que habían empezado a escuchar a VOX y que asomaban tímidamente en las heterodoxas encuestas de forocoches

Casado había oído a Santiago en Colón, y se sentía capaz de desempeñar ese papel aún mucho mejor que su viejo compañero de Nuevas Generaciones. Al fin y al cabo, él había llegado a las plantas nobles de Génova mientras que a Santiago le habían pedido que se apartase hasta de las listas vascas donde siempre faltaba gente. Pensó que bastaría con copiar la barba y media docena de frases. Sus susurradores se lo aseguraban con el mismo ardor con el que deseaban sentarse en los despachos grandes del partido y del Congreso.

Con aquella vuelta del “PP auténtico” retornaron los politólogos a su oficio de enterradores, y los cenizos a sus cenizas. Los voxeros más flojillos creyeron que una victoria de Soraya, tan evidentemente incapaz en el Gobierno pasado, y tan indisimuladamente progre en el proyecto futuro, les habría dado una oportunidad… pero que con el PP de Casado ya no existía. Para el aparente sentir general VOX habría de desaparecer porque había surgido de la desafección provocada por Mariano, pero ahora con Pablo Casado regresaba el partido de siempre, el de Aznar, y el de Gallardón, y el de Fraga y el de Suárez y el de Gil Robles y el de Azaña si era necesario, cualquiera que sirviese a columnistas y tertulianos, a presbíteros o diáconos, a enchufados y estómagos necesitados, a los votantes de nariz tapada, y a todos los que en política solo temen que la izquierda les quite el carnet de demócratas de toda la vida. VOX había muerto, en definitiva, porque había desaparecido el breve espacio que por un momento pareció existir, y no había razón para esperar  otro milagro de la primavera. 

Abascal alertó del peligro del globalismo años antes de que pandemias y guerras convencieran al mundo de que no era muy inteligente que China fuera la encargada de producir todo

Pues el milagro no se hizo esperar tanto. En otoño de 2018 se desbordaba la plaza de Vistalegre, y miles de personas, en la calle, tuvieron que contentarse con el saludo que Santiago Abascal les dedicó de nuevo con el viejo megáfono, que parecía tener tantas vidas como el partido. 

Ya dentro, VOX anunció las 100 medidas que resultaban urgentes para España, un resumen de los discursos que el político vasco había ido construyendo en sus sucesivas sepulturas. Abascal había hablado de islamismo antes de Bataclán; del disparate de género antes de que las leyes volvieran a hacer desiguales a hombres y mujeres; de la libertad de educación antes de que se instaurase la corrupción de menores como método pedagógico; de la defensa de la vida y la familia cuando ya no se escuchaba aquello ni en los púlpitos; del peligro del globalismo años antes de que pandemias y guerras convencieran al mundo de que no era muy inteligente que China fuera la encargada de producir todo; de la religión climática que traía el desierto industrial y energético; del plan nacional del agua antes de la sequía que ahora toca, del peligro de las avalanchas migratorias antes de que las manadas se pusieran de moda… Y de impuestos, y de organización territorial, y de sueldos dignos, y de okupación, y de libertad para conocer y opinar sobre nuestra propia historia…

Apenas dos meses después, VOX entraba en Andalucía y facilitaba el fin del régimen socialista condenado hace poco por el mayor escándalo de corrupción de toda Europa.

Algún día alguien hará un repaso por los diagnósticos y proyecciones que los politólogos de España han ido cobrando

De allí la alerta antifascista. El muerto estaba más vivo que nunca. Al menos esa es la cara que se le quedó a la prensa y a los líderes políticos de cualquier color, en aquellos días todos lívidos porque estaban viendo al cadáver que tantas veces habían enterrado entrar con toda naturalidad en un parlamento. 

Los exterminadores de la disidencia se lo tomaron entonces más en serio. De la calumnia a la violencia, de la manipulación a la censura. Tanto nerviosismo, tanto miedo, hizo que, como un contagioso pánico, las expectativas de VOX se multiplicaran muy por encima de los resultados que consiguió en abril de 2019. De la nada aparecieron 24 diputados y, oh sorpresa, como no eran doscientos, no faltaron profetas dispuestos a enterrarlos de nuevo. Algún día alguien hará un repaso por los diagnósticos y proyecciones que los politólogos de España han ido cobrando, con el mismo descaro que los vendedores de crecepelo en los westerns… Sólo que estos no podían volver a los pueblos que habían estafado con sus pócimas, y aquellos, sin embargo, siguen realizando y cobrando sus pronósticos como si alguna vez hubieran acertado. 

Aquel intento de velatorio duró menos que ninguno. Seis meses más tarde VOX doblaba el número de escaños, y aunque se multiplicaba el ánimo homicida ya nadie se hacía ilusiones por ver al partido desaparecer. Los de Pablo Iglesias, unidos a todo el fanatismo periférico, incrementaron la violencia; otros duplicaban las manipulaciones, en Génova se dedicaban abiertamente al plagio. Albert Rivera, siempre original, se limitaba a actuar como si VOX no existiese, aunque necesitara los votos para conseguir sillones autonómicos. De Abascal sólo se esperaba algún error… Aireaban sus contactos europeos como si formase parte de un red terrorista internacional, escudriñaban sus discursos con un celo que nunca en España se había dedicado a batasunos, separatistas y rediseños del comunismo… Y como no encontraban anatemas, los inventaban. Cualquier cosa para que no se supiese que fue VOX quien llevó a los golpistas al banquillo, que fue VOX quien acabó con un confinamiento ilegal convocando una caravana de coches nunca vista en España, mientras llevaba al Constitucional, con éxito, la denuncia de los primeros atropellos liberticidas del sanchismo, y que fue VOX, otra vez Abascal, quien presentó una moción de censura ante un Gobierno ilegítimo que había pisoteado la Constitución y pactado con todos los enemigos de España.

El PP votó que no. Ciudadanos votó que no. Junto al PSOE, junto a los partidos golpistas, junto a Bildu. Votaron que no a la censura del Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Votaron que no a un Gobierno de Santiago Abascal que se comprometía a convocar elecciones. Y Pablo Casado fue algo más allá. En un discurso ciertamente histórico, recuperó todas las insidias que contra VOX y contra su líder se habían esparcido durante meses. Incluso se permitió alguna indignidad que todavía debe perseguirle.

Algún día acertarán, qué duda cabe. Puede que a la séptima vaya la vencida. Empeñados en eliminar de la política lo que temen, lo que no entienden

Fracasó la moción y, por quinta vez, aulló el coro de los sepultureros y los cenizos. Un columnista y tertuliano muy de derechas ensayó incluso un epitafio hiriente, disfrazado de nuevo evangelio casadista: “Y Pablo tomó la palabra, y la Palabra tomó a Pablo” escribía Jorge Bustos, en un éxtasis que no había alcanzado en sus loas anteriores a Mariano y a Soraya, y que apenas igualó cuando después le tocó divinizar a Rivera o a Inés Arrimadas. Es curioso, con ese listado de próceres a los que ha aplaudido tanto, que aún hoy, (cuando proclama la sexta muerte de VOX, por el resultado de Andalucía) siga sin haber aprendido nada sobre cadáveres políticos.

Pero estábamos todavía en el quinto entierro, el del fracaso de la moción de censura. Para ayudar a echar tierra muchos acudieron entonces a la manipulación de las encuestas, tratando de crear un clima de desánimo en el electorado que compartía, palabra por palabra, el diagnóstico que Abascal había hecho en la tribuna y comprobaba, día a día, cómo se iban cumpliendo, (estos sí) los pronósticos sobre las tropelías que aún iba a perpetrar el sanchismo. 

Tampoco funcionó ese homicidio, quizá el más infame. Poco después, Ignacio Garriga convirtió a VOX en el primer partido nacional de Cataluña, Rocío Monasterio resistió y aún creció frente al huracán de Ayuso, mientras le indicaba la puerta de salida a Pablo Iglesias… Rivera hacía tiempo que ya se había ido. Y después, Castilla y León; donde el partido muerto cinco veces se pone a negociar para formar Gobierno, mientras Pablo Casado, el último de aquellos jóvenes de la nueva política, también moría para ella, lapidado por las mismas manos que se habían roto de aplaudir el retorno del PP auténtico.

Ahora, tras los resultados andaluces, y tras aumentar sólo dos diputados y un 25 por ciento más los votos respecto a las últimas autonómicas… A VOX vuelven a matarlo. Como siempre, cada uno elige la causa de defunción: unos que si el discurso agotado, otros la falta de estructura, o el abandono de la candidata… O el novísimo PP, claro, el de Feijóo y Pons, y Arenas, y toda esa cantera que nos dicen que ahora sí que sí, que ahora VOX se ha muerto, y que sólo queda enterrarlo.

No resulta muy creíble la procesión fúnebre de columnas, tertulias y encuestas

Algún día acertarán, qué duda cabe. Puede que a la séptima vaya la vencida. Empeñados en eliminar de la política lo que temen, lo que no entienden, lo que no escuchan, lo más lógico es que se aferren al tiempo que todo lo cura pero que también todo lo mata. VOX dejará de existir, a la séptima, cuando su discurso deje de tener sentido. O cuando otro partido sepa defender con más eficacia los proyectos que España necesita. De momento no parece probable. Porque sostener el discurso de Santiago Abascal no consiste sólo en saber entender el nuevo tiempo político, económico, social, técnico y cultural, en transformación vertiginosa y permanente. Consiste también en tener el valor de sostenerse frente a la que es, quizá, la mayor acumulación de poder de la historia, la misma que está arruinando a las naciones occidentales y arrebatando libertades como hasta ahora sólo se producía en regímenes abiertamente totalitarios o teocráticos. Consiste, en definitiva, en mantenerse vivo cuando todos te declaran fallecido.

Pero, al menos de momento, y tras este repaso breve a los sepultureros de VOX y de Abascal, no resulta muy creíble la procesión fúnebre de columnas, y tertulias y encuestas.

 Sólo queda encoger los hombros y recitar mal traducidos aquellos versos de Corneille en El mentiroso: «Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud».

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