El peloteo en las empresas es como manzanas podridas que contamina a otras
habidas en la misma la caja
Por Bruno
Perera.
En muchas
empresas, el talento y el esfuerzo no siempre son los que brillan. A veces, lo
que se impone es el peloteo: esa práctica servil y aduladora con la que algunos
empleados buscan ganarse el favor de sus superiores, no por méritos, sino por
halagos vacíos y gestos oportunistas. Esta dinámica, lejos de ser inofensiva,
puede convertirse en un cáncer silencioso que corroe la cultura organizacional
desde dentro.
El peloteo no
es lo mismo que el respeto. Respetar a un jefe implica reconocer su liderazgo,
colaborar con honestidad y aportar valor. Pelotear, en cambio, es fingir
admiración, exagerar logros ajenos y callar errores evidentes, todo con el
objetivo de escalar posiciones o proteger privilegios. Es una forma de
manipulación que convierte a una empresa en un escenario donde la autenticidad
se pierde y la meritocracia se diluye.
Peor aún es
cuando estos aduladores, al sentirse inseguros frente a compañeros más capaces,
recurren a la crítica destructiva. Acusan a otros de tener “aires de grandeza”,
de “querer sobresalir demasiado” o de “no saber trabajar en equipo”, cuando en
realidad lo que les molesta es el brillo ajeno. Esta envidia disfrazada de
preocupación por la empresa es una señal clara de toxicidad.
Y como bien
dice el refrán: una manzana podrida pudre a las demás. Un empleado que
opera desde la envidia y el peloteo no solo contamina su entorno, sino que
puede desmotivar a los verdaderos talentos, sembrar divisiones y frenar la
innovación. Su presencia es una amenaza silenciosa que, si no se detecta a
tiempo, puede costarle caro a la organización.
¿Qué puede
hacer la empresa?
Fomentar la
transparencia: Evaluaciones claras y objetivas ayudan a
distinguir el mérito real del ruido adulador.
Premiar la
autenticidad: Reconocer a quienes aportan ideas, asumen
riesgos y trabajan con integridad.
Detectar la
toxicidad: Supervisores atentos deben identificar patrones
de peloteo y críticas malintencionadas.
Actuar con
firmeza: No se trata de castigar, sino de proteger la
cultura de trabajo. A veces, eliminar la manzana podrida es la única forma de
salvar el resto.
Final
Una empresa
sana no se construye con halagos vacíos ni con empleados que critican por envidia.
Se construye con personas que respetan, colaboran y compiten con nobleza. El
peloteo es una señal de debilidad, no de lealtad. Y quienes lo practican, lejos
de sumar, restan. Es hora de mirar más allá de las apariencias y apostar por la
verdad, el mérito y el valor real.
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