La concepción de Dios entre la NADA y el Cosmos
Por Bruno Perera.
Antes de comenzar con este artículo permíteme decirte que la palabra Dios en castellano deriva del cabecilla dios griego de los 12 dioses del Olimpo, Zeus, y que todos los demás nombres con los que se llama a la supuesta divinidad creadora del universo, en una u otra religión, son apelativos de creencias paganas antiguas. Algunos escritores y líderes religiosos dicen que la palabra Dios es original del sánscrito. Pero eso no es cierto porque los rumanos que se convirtieron en cristianos a partir del año 100 d.C llaman a su Dios Domenezeus que significa SeñorZeus. Esta palabra fue tomada por los rumanos de esa época de la tradición del dios cabecilla de los 12 dioses del Olimpo.
Desde temprana edad, he pensado que, desde tiempos
inmemoriales, la humanidad ha buscado comprender la naturaleza de Dios y su
relación con el universo. Filósofos, científicos y pensadores han explorado
esta cuestión desde diversas perspectivas. Entre ellos, Baruch Spinoza, un
filósofo judío de origen portugués del siglo XVII, propuso una visión de Dios que
resuena hasta el día de hoy con la idea de una divinidad inmanente, donde Dios
no es un ser separado del mundo, sino que se identifica con la naturaleza misma
y es un TODO COMPARTIDO en el universo. Esta concepción ha encontrado eco en
las reflexiones de figuras como Albert Einstein y Stephen Hawking, entre otros,
quienes también percibieron a Dios como una manifestación del orden y la
belleza del universo.
Imaginemos, por un momento, que antes de la creación del
universo solo existía la NADA, un vacío absoluto que, a su vez, podría
interpretarse como un TODO LLENO. Una NADA que no era simplemente la ausencia
de TODO, sino un estado potencial lleno de posibilidades de algo que
desconocemos. En este contexto, la NADA podría ser vista como Pura Materia, una
esencia primordial que, en un momento cósmico cuántico, despierta a través de
lo que podríamos llamar el Cosmo-Poder. Este Cosmo-Poder fue quizás la fuerza y
la primera chispa creativa que transformó la NADA en algo tangible, dando
origen a la realidad tal como la conocemos a través del Big Bang.
En este marco teórico, el Big Bang se convirtió en el evento
crucial que marcó el inicio del tiempo y el espacio. La explosión primordial no
solo generó materia y energía, sino que también estableció las leyes
fundamentales que rigen el universo. En este contexto, la partícula de Higgs,
descubierta en 2012, puede ser vista como un símbolo de la manifestación de la
divinidad en el cosmos. Esta partícula, que otorga masa a otras partículas, es
un recordatorio de cómo lo invisible puede tener un impacto profundo en la
realidad material.
A medida que el universo se ha ido expandiendo y enfriando,
la materia comenzó a organizarse en estructuras cada vez más complejas. Desde
las estrellas y galaxias hasta los planetas y, finalmente, la vida en la
Tierra, todo es un testimonio de la capacidad transformadora de la NADA y el
Cosmo-Poder. La vida, en su diversidad y complejidad, se convierte en un
vehículo a través del cual la inteligencia puede reflexionar sobre su propia
existencia y la del universo.
Como seres conscientes, tenemos la capacidad de contemplar
nuestra propia existencia y la grandiosidad del cosmos. A través de la ciencia,
la filosofía y el arte, buscamos respuestas a preguntas fundamentales sobre el
origen y el propósito de la vida. En este sentido, nuestra inteligencia no solo
es un producto de la evolución, sino también un testimonio de la existencia
universal. Al explorar el cosmos, no solo descubrimos las leyes que lo rigen,
sino que también nos acercamos a la comprensión de lo divino.
La idea de un Dios que es Pura Materia, que estaba dormido y
que despierta en un momento cósmico y da origen al universo, nos invita a
replantear nuestra relación con lo sagrado. En lugar de ver a Dios como un ser
distante, podemos reconocerlo como la esencia misma de la realidad, presente en
cada rincón del cosmos. La NADA y el Cosmo-Poder, en su danza eterna, nos
recuerdan que somos parte de un todo mayor, un universo en constante
transformación donde la vida y la inteligencia son expresiones de lo divino.
Así, al contemplar el cosmos, no solo buscamos respuestas, sino que también nos
convertimos en parte de la historia de la creación, un relato que continúa
desarrollándose en cada uno de nosotros, sin religiones que propagan a un Dios
castigador o premiador según nuestro comportamiento en este mundo.
Pienso que lo más acertado que podemos hacer en la vida es
seguir la naturaleza de la misma, sin pensar que lo que hacemos de bueno o malo
es o no pecado contra la creación. Todo lo contrario, lo que hacemos de bien
o malo ya está escrito en el libro de nuestro ADN, que rige nuestras vidas sin
necesidad de que una u otra religión nos inculque que todo cuanto hagamos
contra lo que los humanos consideran malo es algo prohibido que no se debe
hacer. La vida no es un libro de buenas o malas intenciones, sino de supervivencia,
donde unos nos comemos a otros; y, aunque parezca un sacrilegio, es ahí donde
se encuentra la verdad que creó el Cosmo-Poder.
Final. Con lo que
la vida te proporciona y te autoriza, tú eliges como deseas vivir.
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