Pedro Almodóvar siempre habla de él a través de sus películas. Desde aquella Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, un reflejo de sus ansias de libertad en el Madrid de la Movida hasta en Los abrazos rotos, las dudas de un director ciego incapaz de rodar, la realidad siempre se filtra por las aristas de su ficción. A veces lo hace de forma abierta, como en La mala educación, y otras uno aprecia los rasgos de su universo personal pero no encuentra esa verdad.
Ese exorcismo de los demonios personales con Dolor y Gloria, en la que el director se abre en canal para mostrar sus demonios internos. Su mente frágil ante la página en blanco, el sufrimiento de un director, el trauma de haber perdido a una madre con la que siempre quedó una conversación pendiente y el deseo como motor de todo. De la vida y de la creación. Leer más
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