Por Bruno Perera.
Imaginen, en Essauria, puerto fundado por fenicios en la antigua
Mauritania Tingitana, dos familias beréberes guanches de las tantas que sufrían penurias por las persecuciones y las guerras—habían oído hablar
de unas islas deshabitadas a unas 90 leguas marinas hacia el suroeste que los fenicios llamaban Islas Afortunadas, llenas
de todo cuanto un ser humano necesitaba — Después de meditar entre ellos la opción de partir hacia Canarias, negociaron con el patrón de una nave fenicia el viaje hacia las islas. Pagaron veinte monedas de oro por el viaje de las dos familias, y allá
por el año 300 a.C., un día de verano, en el mes de julio, se embarcaron con sus hijos y animales
en la aventura hacia las islas.
Tras ocho días de travesía, de penas e incertidumbre, pero favorecidos por las corrientes y los
vientos alisios, desembarcaron en Gran Canaria a cual llamaron Tamaran, y, maravillados por lo que
vieron, saltaron a tierra llenos de júbilo.
Tan pronto como tocaron tierra, se adentraron en
las montañas en busca de una zona con agua en arroyos y comenzaron a construir
una aldea. Estaban tan contentos por lo encontrado, que todas las noches daban
gracias a su Dios Luna.
Se reunían en círculo alrededor de una hoguera central. El fuego era símbolo de vida, protección y conexión con los ancestros. Cantaban invocaciones y ofrecían granos tostados o hierbas aromáticas.
Cuando el Sol no estaba presente en las noches bailaban bajo las estrellas en honor a la Luna,
imitando su recorrido celeste, reforzando así su vínculo con el cosmos.
Quemaban plantas como el tomillo silvestre y
pasaban por entre el humo para "limpiar" el alma, antes de dormir o durante
los nacimientos. Invocaban a su Dios supremo mirando hacia las cumbres, donde
se creía que habitaba. Las montañas eran sagradas.
Sus aldeas crecieron rápidamente, prosperando como
pastores y granjeros. Creían en los espíritus del más allá y, cada noche, los
llamaban para pedir prosperidad.
Pensaban que ciertas montañas emitían susurros si
uno permanecía en absoluto silencio. Estos murmullos eran señales divinas que
los sabios interpretaban para predecir el clima o tomar decisiones importantes.
Había una figura etérea que aparecía cuando
soplaba el viento del noreste. Decían que protegía a los niños perdidos y
guiaba a los pastores extraviados. Se enseñaba como símbolo de respeto a la
naturaleza.
También se hablaba de un enorme can de ojos rojizos
que aparecía cuando alguien rompía un tabú. Nadie podía mirar directamente sus
ojos sin perder el habla. Era una leyenda sobre respeto y consecuencia.
Algunos barrancos eran considerados puertas al
más allá. En ellos habitaban espíritus que vigilaban el equilibrio entre
humanos y entorno. Si todo estaba en armonía, emitían un silbido suave que los
niños aprendían a reconocer.
Resumen.
En tiempos antiguos, cuando el cielo aún no tenía
nombre y las estrellas conversaban con los mortales, dos familias guanches
alzaron la vista desde Essauria. Allá, donde el océano respiraba profundo,
habían oído hablar de islas lejanas, vírgenes y rebosantes de vida.
Con veinte monedas de oro y un anhelo inmenso, abordaron un navío fenicio,
dejando atrás las costas conocidas de África en busca de un sueño trazado por
la brisa.
Durante ocho días, los vientos alisios
acariciaron sus velas. Al llegar a Gran Canaria-Tamaran, el júbilo los hizo danzar
sobre la arena.
Las montañas les ofrecieron agua y abrigo. Levantaron su aldea como quien
escribe un poema sobre piedra y esperanza.
Cada noche, el fuego crepitaba en círculo
sagrado. Ofrecían cantos a su Dios Luna, quemaban tomillo silvestre y dejaban
que el humo purificara el alma.
La Luna era su guía, su espejo celeste. Bailaban bajo su luz, trazando su
trayectoria en movimientos circulares, como si con cada paso reafirmaran su
lugar en el universo.
Sus creencias tejían un tapiz invisible:
Espíritus que susurraban desde las cumbres
Montañas que hablaban en silencio
Un can rojizo que custodiaba los límites del
respeto
Barrancos que silbaban cuando todo estaba en paz
Y entre las leyendas nació La Canción de
Achuguayo
Idaira, que cantaba al mar y este
respondía con calma. Lo que no sabía era que su voz era un regalo del Dios Luna.
Una noche, la Luna bajó en forma de halo y le habló sin palabras, solo con viento y lava. Le pidió que protegiera la isla cuando llegaran tiempos de hierro y humo.
Desde entonces, cuando la Luna se llena, si uno
guarda silencio entre los malpaíses... puede escuchar el canto lejano de Idaira
cumpliendo su promesa.
Pero los vientos cambiaron. En 1402, llegaron
Bethencourt y Gadifer con barcos, armas y un libro sagrado que en vez de
redención, trajo esclavitud.
Las tierras fueron tomadas y los cantos, acallados. Solo el eco quedó…
Hasta que alguien escuche de nuevo a Idaira entre las nubes.
Salida desde Essauria. Una Mañana de verano del 300 a.C.
Navegando hacia Gran Canaria-Tamaran.
Llegada a Gran Canaria-Tamaran, 8 días después de la salida de Essauria.
Fundaron sus aldeas. Creían en los espíritus del más allá y cada noche los llamaban para
que les diera prosperidad.
Estaban en armonía con los espíritus del más allá que
emitían un silbido suave que los niños aprendían a reconocer.
En las noches daban gracias a la Luna cuando les faltaba el Sol.
Y en 1402 llegaron los normandos extranjeros y toda felicidad guanche se acabó
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