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martes, 28 de octubre de 2025

Qué lástima que los continentes solo se hayan desplazado a unos 1,5 cm por año y no a unos 100 cm

 


Qué lástima que los continentes solo se hayan desplazado a unos 1,5 cm por año y no a unos 100 cm

Por Bruno Perera

Si los continentes se hubiesen desplazado a unos 100 centímetros por año —en lugar de los modestos 1,5 cm que promedian desde que Pangea comenzó a fragmentarse hace unos 200 millones de años—, el mapa del planeta sería hoy irreconocible. El Archipiélago Canario, en vez de hallarse anclado frente a las costas africanas, estaría tan lejos al oeste que tal vez formaría parte del cinturón atlántico junto a las Antillas, o incluso rozando las aguas caribeñas. Y en ese hipotético caso Las Antillas y el Caribe estarían mucho más lejos hacia el oeste junto con los continentes americanos.

A ese ritmo vertiginoso, el estiramiento y los choques de las placas tectónicas habrían desencadenado una danza telúrica de terremotos, erupciones y maremotos colosales. Cordilleras como el Atlas o los Pirineos se habrían levantado en cuestión de miles de años, no de eras. Las líneas costeras habrían cambiado de forma más rápido de lo que una civilización humana podría adaptarse. Las ciudades del mundo habrían tenido que emigrar tantas veces como los ríos habrían cambiado de cauce.

En ese escenario, Canarias —nacida del fuego submarino y moldeada por millones de años de erupciones— tal vez no existiría como la conocemos. O sí, pero sería otra: un archipiélago volcánico más alejado del Sáhara, bañado por un clima templado y húmedo, donde las nubes atlánticas dejarían lluvia generosa sobre bosques frondosos y campos fértiles. Una especie de Azores tropicales, con abundante vegetación, ríos y lagunas en los cráteres de antiguos volcanes apagados.

Y quizás, al hallarse tan lejos de África, Canarias nunca habría sido colonizada por los pueblos bereberes, que fueron los primeros en poblarla hace más de dos mil años. En ese caso, tal vez habríamos evolucionado como un pueblo distinto, con otra lengua, otra cultura y una identidad forjada en medio del Atlántico, entre América y Europa. Un pueblo isleño nacido del océano y no del desierto.

Y lo más curioso: la distancia con África sería tal que ni las mafias ni los gobiernos permisivos podrían usar el mar como autopista de tráfico humano. Las pateras, zodiacs y cayucos serían imposibles. La inmigración ilegal por mar quedaría tan lejos de nuestra realidad como hoy lo está la conquista de Marte. Tal vez Canarias se habría desarrollado en paz, viviendo del turismo de alto nivel, de la investigación marina o de la energía geotérmica, sin las tensiones sociales que provoca la desidia de quienes gobiernan mal.

Pero la naturaleza no eligió esa velocidad. Los continentes avanzan apenas lo que crecen nuestras uñas en unos meses. Y ese paso lento ha permitido que África y Europa sigan mirándose cara a cara, separadas por un estrecho donde el mar y la historia se entrecruzan. Canarias, en medio, continúa siendo el faro entre dos mundos: uno que busca escapar y otro que no sabe cómo responder.

A veces, pensar en geología es también pensar en política. Si las placas tectónicas de la Tierra se moviesen más rápido, quizás los humanos habríamos aprendido a adaptarnos mejor, a prever los desastres y a vivir con la humildad de quien sabe que todo cambia. Pero como no fue así, seguimos aquí, en el borde del Atlántico, con nuestras islas aferradas a la placa africana, viendo pasar el tiempo, los barcos… y las oportunidades.

 

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