Qué lástima que los continentes solo se hayan desplazado a unos 1,5 cm
por año y no a unos 100 cm
Por Bruno Perera
Si
los continentes se hubiesen desplazado a unos 100 centímetros por año —en lugar
de los modestos 1,5 cm que promedian desde que Pangea comenzó a fragmentarse
hace unos 200 millones de años—, el mapa del planeta sería hoy irreconocible.
El Archipiélago Canario, en vez de hallarse anclado frente a las costas
africanas, estaría tan lejos al oeste que tal vez formaría parte del cinturón
atlántico junto a las Antillas, o incluso rozando las aguas caribeñas. Y en ese
hipotético caso Las Antillas y el Caribe estarían mucho más lejos hacia el
oeste junto con los continentes americanos.
A
ese ritmo vertiginoso, el estiramiento y los choques de las placas tectónicas
habrían desencadenado una danza telúrica de terremotos, erupciones y maremotos
colosales. Cordilleras como el Atlas o los Pirineos se habrían levantado en
cuestión de miles de años, no de eras. Las líneas costeras habrían cambiado de
forma más rápido de lo que una civilización humana podría adaptarse. Las
ciudades del mundo habrían tenido que emigrar tantas veces como los ríos
habrían cambiado de cauce.
En
ese escenario, Canarias —nacida del fuego submarino y moldeada por millones de
años de erupciones— tal vez no existiría como la conocemos. O sí, pero sería
otra: un archipiélago volcánico más alejado del Sáhara, bañado por un clima
templado y húmedo, donde las nubes atlánticas dejarían lluvia generosa sobre
bosques frondosos y campos fértiles. Una especie de Azores tropicales, con
abundante vegetación, ríos y lagunas en los cráteres de antiguos volcanes
apagados.
Y
quizás, al hallarse tan lejos de África, Canarias
nunca habría sido colonizada por los pueblos bereberes, que
fueron los primeros en poblarla hace más de dos mil años. En ese caso, tal vez
habríamos evolucionado como un pueblo distinto, con otra lengua, otra cultura y
una identidad forjada en medio del Atlántico, entre América y Europa. Un pueblo
isleño nacido del océano y no del desierto.
Y
lo más curioso: la distancia con África sería tal que ni las mafias ni los
gobiernos permisivos podrían usar el mar como autopista de tráfico humano. Las
pateras, zodiacs y cayucos serían imposibles. La inmigración ilegal por mar
quedaría tan lejos de nuestra realidad como hoy lo está la conquista de Marte.
Tal vez Canarias se habría desarrollado en paz, viviendo del turismo de alto
nivel, de la investigación marina o de la energía geotérmica, sin las tensiones
sociales que provoca la desidia de quienes gobiernan mal.
Pero
la naturaleza no eligió esa velocidad. Los continentes avanzan apenas lo que
crecen nuestras uñas en unos meses. Y ese paso lento ha permitido que África y
Europa sigan mirándose cara a cara, separadas por un estrecho donde el mar y la
historia se entrecruzan. Canarias, en medio, continúa siendo el faro entre dos
mundos: uno que busca escapar y otro que no sabe cómo responder.
A
veces, pensar en geología es también pensar en política. Si las placas
tectónicas de la Tierra se moviesen más rápido, quizás los humanos habríamos
aprendido a adaptarnos mejor, a prever los desastres y a vivir con la humildad
de quien sabe que todo cambia. Pero como no fue así, seguimos aquí, en el borde
del Atlántico, con nuestras islas aferradas a la placa africana, viendo pasar
el tiempo, los barcos… y las oportunidades.

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