¿Podremos algún día enviar materia a través de ondas?
Por Bruno
Perera.
Desde que la
humanidad descubrió la radio, la televisión e Internet, vivimos rodeados de
información que viaja invisible en forma de ondas. Nuestra voz puede atravesar
continentes en segundos y nuestras imágenes saltan de un lado a otro del
planeta como si fueran fantasmas de luz. Todo ello nos lleva a una pregunta
fascinante: ¿es posible que, en el futuro, no solo enviemos datos, sino también
materia viva o inerte a través de ondas?
La comparación
parece sencilla: si mi voz viaja por el aire y llega intacta a un receptor,
¿por qué no podría hacerlo también un billete, una mesa o incluso una persona?
La clave está en que lo que viaja hoy no es la materia en sí, sino la información
codificada de esa materia. El receptor reconstruye el sonido o la imagen a
partir de esa información. Imaginemos entonces que pudiéramos codificar también
la posición exacta de cada átomo de un objeto y transmitirla. Si el receptor
dispusiera de los elementos químicos adecuados, podría reorganizarlos en la
misma forma que el original.
Esto es lo que
la ciencia ficción bautizó hace décadas como teletransporte. Un ejemplo
icónico está en Star Trek, donde las personas “se desmaterializan” en un
lugar para reaparecer en otro, gracias a la conversión de materia en
información.
El dilema de la copia perfecta. Si aplicamos
esta idea a un billete de 10 euros, nos topamos con un problema inmediato: la
reproducción idéntica sería falsificación. El valor del dinero no reside en el
papel ni en la tinta, sino en la confianza del sistema financiero que lo
respalda. Por muy perfecto que fuera el duplicado, no dejaría de ser un fraude.
En cambio, si
pensamos en una persona, la cuestión se vuelve aún más compleja. ¿Bastaría con
tener su ADN para reconstruirla en otro lugar? La respuesta es no. El
ADN es la receta biológica, pero no contiene las memorias, experiencias ni
emociones que hacen única a cada persona. Reconstruir un cuerpo idéntico
requeriría conocer la disposición exacta de cada molécula, en especial en el
cerebro, donde reside lo que llamamos “yo”.
Clonación y resurrección: ¿es lo mismo?
Conservar el ADN de alguien permitiría, en teoría, clonarlo en el futuro.
Sería un ser humano genéticamente idéntico, pero no la misma persona. No
reviviría a quien murió, sino que nacería un nuevo individuo. La verdadera
resurrección exigiría una copia íntegra de la información mental, algo que hoy
está mucho más allá de nuestra ciencia.
El muro cuántico. Además, la física impone sus
propias fronteras. El principio de indeterminación de Heisenberg señala
que es imposible conocer al mismo tiempo la posición y el estado exacto de
todas las partículas de un cuerpo. Y un ser humano está formado por billones de
billones de ellas. De modo que escanear y transmitir un cuerpo entero parece,
de momento, un sueño imposible.
Ciencia ficción o futuro lejano. Aun así, estas
ideas no deben descartarse del todo. Hace apenas un siglo, enviar imágenes en
movimiento a través del aire parecía magia. Hoy lo damos por sentado. La
humanidad suele transformar en ciencia lo que alguna vez fue ficción. Quizás
dentro de siglos, cuando la tecnología supere los límites actuales, podamos
hablar de teletransporte o de reconstrucción biológica con mayor naturalidad.
Por ahora,
pensar en enviar un billete o un ser humano a través de ondas nos invita a
reflexionar no solo sobre los límites de la ciencia, sino también sobre las implicaciones
éticas y filosóficas. Si pudiéramos copiar a una persona, ¿sería esa copia
realmente la misma? ¿O sería un individuo nuevo con la memoria prestada del
original?
La pregunta
queda abierta, y quizá lo más fascinante sea que todavía podemos soñar con las
respuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario