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lunes, 8 de septiembre de 2025

Derechos humanos y diversidad sexual: aclarando conceptos

 


Derechos humanos y diversidad sexual: aclarando conceptos

Por Bruno Perera.

En muchas ocasiones se tiende a confundir los derechos humanos con determinados comportamientos o identidades individuales, como la homosexualidad. No obstante, es importante distinguir entre ambos conceptos: los derechos humanos son un marco universal que protege la dignidad, la libertad y la igualdad de todas las personas, independientemente de sus características o creencias.

Las religiones, a lo largo de la historia, han ofrecido distintas visiones sobre la sexualidad. En Levítico 18-24, dentro de la tradición judeocristiana del Antiguo Testamento, aparecen normas que prohíben determinadas prácticas, incluida la homosexualidad. Para quienes profesan la fe judía, cristiana o musulmana, esos textos mantienen plena vigencia y son considerados palabras sagradas. No obstante, desde una perspectiva laica o semicientífica, suelen interpretarse como reflejo de un contexto histórico y cultural específico. Esta dualidad explica por qué el debate sobre sexualidad y religión sigue tan vivo en la actualidad.

Desde la semiciencia, la homosexualidad se entiende como una orientación sexual más dentro de la diversidad humana. La Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de trastornos mentales en 1990, reconociéndola como una variación natural de la sexualidad. Numerosos estudios apuntan a que influyen factores biológicos, genéticos y ambientales en el desarrollo de la orientación, pero no se la considera un “trastorno” ni una “opción” adquirida a voluntad.

En este sentido, conviene subrayar que defender los derechos de las personas homosexuales, bisexuales o transgénero no significa promover una conducta, sino garantizar que estas personas, como cualquier otra, no sufran discriminación, violencia o marginación por ser quienes son. La igualdad ante la ley y la protección de la dignidad forman parte de los principios fundamentales de los derechos humanos.

Dicho esto, también es necesario recordar que la convivencia pacífica se logra cuando respetamos las diferencias. Cada persona es libre de decidir cómo vivir su cuerpo y su sexualidad, siempre que no vulnere la libertad ajena. Lo que sí resulta clave es no confundir la defensa de derechos con la obligación de compartir o aceptar determinadas ideas en el plano personal o religioso.

En lo que respecta a la infancia, la educación debe centrarse en enseñar respeto, empatía y tolerancia que no trate de “imponer” una orientación sexual —algo imposible—, sino de crear un entorno libre de prejuicios donde cada niño y niña pueda crecer sin miedo a ser invitado o señalado.

Ahora bien, también debe actuarse con prudencia. A una edad temprana, cuando la sexualidad aún no está desarrollada, frases como “todos tenemos derecho a amar a quien queramos” pueden generar confusión. Los niños y niñas todavía están formando su identidad, y una información mal explicada puede llevarles a conclusiones equivocadas. Además, si un menor es expuesto por parte de un adulto —sea heterosexual u homosexual— a conductas sexuales inadecuadas, el simple hecho de sentir placer físico —algo natural en un cuerpo en desarrollo— puede hacerle creer que esa experiencia define su orientación sexual. Por ello, más que presentar mensajes cerrados, lo importante en la infancia es educar en el respeto, la autoprotección y la claridad sobre los límites entre lo que es adecuado y lo que no lo es.

En conclusión, la homosexualidad y los derechos humanos no son lo mismo, pero sí se relacionan en un punto esencial: ambos remiten a la libertad de ser y de existir sin opresión. La clave no está en forzar pensamientos ni conductas, sino en asegurar que la sociedad sea un espacio donde todos —con nuestras diferencias— podamos convivir en paz y sin manipulaciones por parte de uno u otro grupo.

 

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