Derechos humanos y diversidad sexual: aclarando conceptos
Por Bruno
Perera.
En muchas
ocasiones se tiende a confundir los derechos humanos con determinados
comportamientos o identidades individuales, como la homosexualidad. No
obstante, es importante distinguir entre ambos conceptos: los derechos humanos
son un marco universal que protege la dignidad, la libertad y la igualdad de
todas las personas, independientemente de sus características o creencias.
Las
religiones, a lo largo de la historia, han ofrecido distintas visiones sobre la
sexualidad. En Levítico 18-24, dentro de la tradición judeocristiana
del Antiguo Testamento, aparecen normas que prohíben determinadas prácticas,
incluida la homosexualidad. Para quienes profesan la fe judía, cristiana o
musulmana, esos textos mantienen plena vigencia y son considerados palabras
sagradas. No obstante, desde una perspectiva laica o semicientífica, suelen
interpretarse como reflejo de un contexto histórico y cultural específico. Esta
dualidad explica por qué el debate sobre sexualidad y religión sigue tan vivo
en la actualidad.
Desde la semiciencia,
la homosexualidad se entiende como una orientación sexual más dentro de la
diversidad humana. La Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la
homosexualidad de la lista de trastornos mentales en 1990, reconociéndola como
una variación natural de la sexualidad. Numerosos estudios apuntan a que influyen
factores biológicos, genéticos y ambientales en el desarrollo de la
orientación, pero no se la considera un “trastorno” ni una “opción” adquirida a
voluntad.
En este
sentido, conviene subrayar que defender los derechos de las personas
homosexuales, bisexuales o transgénero no significa promover una conducta, sino
garantizar que estas personas, como cualquier otra, no sufran discriminación,
violencia o marginación por ser quienes son. La igualdad ante la ley y la
protección de la dignidad forman parte de los principios fundamentales de los
derechos humanos.
Dicho esto,
también es necesario recordar que la convivencia pacífica se logra cuando
respetamos las diferencias. Cada persona es libre de decidir cómo vivir su
cuerpo y su sexualidad, siempre que no vulnere la libertad ajena. Lo que sí
resulta clave es no confundir la defensa de derechos con la obligación de
compartir o aceptar determinadas ideas en el plano personal o religioso.
En lo que
respecta a la infancia, la educación debe centrarse en enseñar respeto, empatía
y tolerancia que no trate de “imponer” una orientación sexual —algo imposible—,
sino de crear un entorno libre de prejuicios donde cada niño y niña pueda
crecer sin miedo a ser invitado o señalado.
Ahora bien,
también debe actuarse con prudencia. A una edad temprana, cuando la sexualidad
aún no está desarrollada, frases como “todos tenemos derecho a amar a quien
queramos” pueden generar confusión. Los niños y niñas todavía están formando su
identidad, y una información mal explicada puede llevarles a conclusiones
equivocadas. Además, si un menor es expuesto por parte de un adulto —sea
heterosexual u homosexual— a conductas sexuales inadecuadas, el simple hecho de
sentir placer físico —algo natural en un cuerpo en desarrollo— puede hacerle
creer que esa experiencia define su orientación sexual. Por ello, más que
presentar mensajes cerrados, lo importante en la infancia es educar en el
respeto, la autoprotección y la claridad sobre los límites entre lo que es
adecuado y lo que no lo es.
En conclusión,
la homosexualidad y los derechos humanos no son lo mismo, pero sí se relacionan
en un punto esencial: ambos remiten a la libertad de ser y de existir sin
opresión. La clave no está en forzar pensamientos ni conductas, sino en
asegurar que la sociedad sea un espacio donde todos —con nuestras diferencias—
podamos convivir en paz y sin manipulaciones por parte de uno u otro grupo.
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